Pitas, pitas

Visto lo que hay en el mercado laboral, es lógico preguntarse: ¿De aquí a dónde se va?

Juan Mayorga posa en su casa de Madrid.Luis Sevllano Arribas (EL PAÍS)

La otra noche, cuando se cerraba una época, un chico se acercó a un grupo de chicas y les preguntó: “¿Después de aquí a dónde se va?”. Se habían encendido las luces y se había puesto una música lenta y ronca que nos agrupó a todos como a gallinas para ir saliendo del corral. A las gallinas mi abuelo, mientras las dirigía, les decía: “Pitas, pitas”; en otras aldeas, sin embargo, se dice: “Churras, churras”. Hay un hecho diferencial también en el idioma en que se les habla a las gallinas, y en el que las gallinas responden.

Con esa frase (“¿Después de aquí a dónde se va?”) hay chicos que ...

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La otra noche, cuando se cerraba una época, un chico se acercó a un grupo de chicas y les preguntó: “¿Después de aquí a dónde se va?”. Se habían encendido las luces y se había puesto una música lenta y ronca que nos agrupó a todos como a gallinas para ir saliendo del corral. A las gallinas mi abuelo, mientras las dirigía, les decía: “Pitas, pitas”; en otras aldeas, sin embargo, se dice: “Churras, churras”. Hay un hecho diferencial también en el idioma en que se les habla a las gallinas, y en el que las gallinas responden.

Con esa frase (“¿Después de aquí a dónde se va?”) hay chicos que siguen fundando familias. Se continúa utilizando para empezar una conversación que formalmente acaba cuando la chica inventa el nombre de un bar, y el chico tiene que inventar una vida. Todavía hay gente que continúa preguntando eso, o si alguien tiene fuego (con el mechero marcado en el bolsillo), o yéndose al indescriptible “tu cara me suena”. Pero en “después de aquí a dónde se va” permanece un rasgo aristocrático de primer orden, aquel que aprendió Pepín Calaza cuando preguntó una madrugada a dónde se iba después del Nós de Vigo y le respondieron que a los años sesenta (la época en la que Pepín se fingía el penúltimo maoísta de la playa de Patos, Nigrán).

La pregunta no aparece en Famélica, una obra de teatro de Juan Mayorga, pero es fácil hacérsela. Es fácil que el espectador salga de la representación que dirige Jorge Sánchez con la misma perturbación que el chaval de una discoteca; visto lo que hay en el mercado laboral, ¿de aquí a dónde se va? Famélica —todos los lunes de mayo y junio en Teatro del Barrio (Madrid)— plantea que dentro de una gran empresa se invente el comunismo (sin referentes en las calles, ¿por qué no en los consejos de administración?) basado en un modelo de improducción y ficciones en el que aparecen vicios conocidos, desde la nomenclatura hasta la “democracia interna”, para terminar con el triunfo del capitalismo por ejercicio pasivo: la contemplación de la lucha entre los que quieren cambiar el mundo.

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¿De aquí a dónde se va? La obra, que tiene diálogos de visionario y acción de vértigo, tambien ideológico, plantea algo más que una improbable lucha de clases iniciada desde arriba. Se recrea en conspiraciones, organizaciones clandestinas, identidades múltiples y sociedades secretas; todo aquello tan transversal, tan flexible y tan volátil que es el poder infiltrado, incluso como empleado, el que termina haciendo bueno el mandato de Gatopardo.

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