Quiero ser monja

En mi generación si querías ser político tu ambición era encerrarte a rezar con Fraga y Pérez Varela

Yo aún no, aunque acabaré cediendo. En los noventa, Fraga preparaba el curso político encerrándose con su Gobierno en un monasterio; echaban allí tres días sin verse con nadie, a solas todos con Dios, y cuando salían aquello era como cuando pisaban tierra los marineros del Gran Sol. Un día nos enteramos de que Fraga había hecho ejercicios espirituales y dudó en ordenarse sacerdote: los conselleiros no sospechaban que entraban allí sin saber el riesgo que corrían; ni uno había hecho copia de la llave. En mi generación si querías ser banquero soñabas con ser Mario Conde saliendo de Deus...

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Yo aún no, aunque acabaré cediendo. En los noventa, Fraga preparaba el curso político encerrándose con su Gobierno en un monasterio; echaban allí tres días sin verse con nadie, a solas todos con Dios, y cuando salían aquello era como cuando pisaban tierra los marineros del Gran Sol. Un día nos enteramos de que Fraga había hecho ejercicios espirituales y dudó en ordenarse sacerdote: los conselleiros no sospechaban que entraban allí sin saber el riesgo que corrían; ni uno había hecho copia de la llave. En mi generación si querías ser banquero soñabas con ser Mario Conde saliendo de Deusto como un zar; si querías ser político tu ambición era encerrarte a rezar con Fraga y Pérez Varela. Nos hicimos casi todos tenistas.

La cadena de televisión Cuatro ha anunciado un reality llamado Quiero ser monja en el que concursarán cinco veinteañeras que aspiran a integrarse en tres congregaciones: las hermanas del Santísimo Sacramento, de Santa María de Leuca y las Justinianas. Serán seis semanas: si alguna renuncia optará, como en la Intertoto, a una consellería de la Xunta de Galicia. En la televisión se verá si están preparadas para la vida a la que aspiran, una vida sin comodidades, sin tecnología y sin amor. Con lo peor del presente, los realities, la tele aspira a retransmitir lo más absurdo del pasado, el enclaustramiento por superstición.

Hace años una chica gallega de 26 años decidió ingresar en la orden de clausura de las Benedictinas. El Correo Gallego contó el día a día: “La jornada empieza a las seis de la mañana. Hasta las once de la noche, las monjas de San Paio no paran de trabajar. Realizan trabajos de repostería y su taller de ornamentos tiene clientes fieles de las diócesis de toda Galicia para las que elaboran casullas y manteles bordados. Tras asearse, las religiosas van a maitines y rezan durante media hora; después oran cantando. Más tarde siguen los ensayos de canto antes del desayuno. Después realizan trabajos de repostería, limpieza y se recogen para la oración antes de la comida”.

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Seguí aquella noticia con interés porque la decisión de la joven había levantado admiración y palabras de cariño; a veces, en un acto reflejo, tenía que mirar la fecha de la página del periódico. Luego volvía al texto a comprobar que en efecto Dios había llamado al camino del ganchillo y la repostería a una recién licenciada en Medicina. En muy baja forma la debió de ver el Señor para apartarla de forma tan abrupta del quirófano.

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