Columna

Nostalgia

Del hielo del invierno y el sudor del verano, de las cartas escritas a mano, pesando cada adjetivo con mucho cuidado, de la gravedad de las viejas palabras que ya nadie dice

Del siglo XX, que siempre será mi hogar, la casa destartalada, desprestigiada y auténtica, en la que aprendí a ser yo misma. De la Historia con mayúsculas, con sus ilusiones y sus desesperanzas, con sus victorias y sus derrotas, con sus pasiones torpes o exquisitas, el color de la sangre que bombeaban los corazones de personas que no sabían lo que era el marketing. Del hielo del invierno y el sudor del verano, de las cartas escritas a mano, pesando cada adjetivo con mucho cuidado, de la gravedad de las viejas palabras que ya nadie dice, izquierda, derecha, libertad, Dios, pueblo, patr...

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Del siglo XX, que siempre será mi hogar, la casa destartalada, desprestigiada y auténtica, en la que aprendí a ser yo misma. De la Historia con mayúsculas, con sus ilusiones y sus desesperanzas, con sus victorias y sus derrotas, con sus pasiones torpes o exquisitas, el color de la sangre que bombeaban los corazones de personas que no sabían lo que era el marketing. Del hielo del invierno y el sudor del verano, de las cartas escritas a mano, pesando cada adjetivo con mucho cuidado, de la gravedad de las viejas palabras que ya nadie dice, izquierda, derecha, libertad, Dios, pueblo, patria, conciencia, reacción, revolución, compañerismo, Humanidad. De la lucha contra enemigos conocidos, con nombres y apellidos, con cara y cuerpo, que no escondían su identidad ni actuaban por intermediarios. De una solidaridad colectiva, universal, que no se publicitaba, que no salía en los telediarios, que no se identificaba con logotipos, pero era tan eficaz, tan poderosa, que daba miedo. De la soledad posible y la compañía libremente escogida de una vida sin redes sociales, donde era posible esconderse para descansar del ruido. De la reflexión, de la meditación, del pensamiento elaborado, consecuente, que no cabía en ciento cuarenta caracteres y no se podía desmentir. De la lentitud de un tiempo donde todas las ideas se fraguaban despacio, donde cualquier acción podía resultar transcendental, donde no había más instantáneas que las que hacían los fotógrafos para conservar imágenes memorables, no como los pies de una adolescente que acaba de pintarse cada uña de un color distinto y decide mostrárselas al mundo. Hoy, en el primer día de la nueva era de la nueva política de la nueva España, sólo siento nostalgia.

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