Con faldas, que no es poco

Soldados con falda escocesa desfilan junto a la facción de sus compañeros no fan de Miguel Bosé en un acto de homenaje a los caídos en Nueva York.

He estado en Edimburgo, así que, ya se lo pueden imaginar, me he probado unas faldas. Ponerte falda produce siempre una sensación especial si eres un hombre y no eres de natural escocés. En fin, en realidad hablo por mí y la gente que conozco o creo conocer, porque habrá tíos a quienes la falda les parecerá una prenda normalísima en su vestuario, incluso al sur del muro de Adriano. Creo que Versace (yo en esto de la moda soy un parvenu) hizo toda una colección de faldas para hombres pero me suena que no tuvo mucho éxito más allá de los integrantes de Loco Mía. Recuerdo que mi admirado Miguel B...

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He estado en Edimburgo, así que, ya se lo pueden imaginar, me he probado unas faldas. Ponerte falda produce siempre una sensación especial si eres un hombre y no eres de natural escocés. En fin, en realidad hablo por mí y la gente que conozco o creo conocer, porque habrá tíos a quienes la falda les parecerá una prenda normalísima en su vestuario, incluso al sur del muro de Adriano. Creo que Versace (yo en esto de la moda soy un parvenu) hizo toda una colección de faldas para hombres pero me suena que no tuvo mucho éxito más allá de los integrantes de Loco Mía. Recuerdo que mi admirado Miguel Bosé (lo que he ligado yo de joven imitándole en Super Supermán y Linda –“corazón de seda, antes que suceda”–: todos tenemos un pasado) apareció un día con falda, y le quedaba bien, oye, pero ese no es un buen ejemplo porque a Miguel siempre le ha quedado bien todo.

Lo que me recuerda que el día que nos presentaron, en Madrid, en octubre de 1981, en una fiesta en la que su madre cocinaba pasta, era el día en que yo me licenciaba de la mili y para fastidiarme todo lo posible –así eran los militares, especialmente el teniente Jomeini, Dios en su justa retribución le haya procurado un retiro agitado en Fort Comanche–, el Jomeini, decía, me había hecho raparme al uno, que ahora será moda pero en los ochenta te identificaba con los skinheads y más si como yo tenías las facciones angulosas después de casi un mes comiendo el rancho del cuartel a causa de un arresto final provocado por haberme ido de la lengua y espetarle a un cabo primera que me estaba abroncando por llevarme Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer, a la garita “para lo que me queda en esta casa de putas por mí como si te operas, cabo Rusty”, sin darme cuenta de que nos escuchaba él, el teniente. Que no aceptó mis sinceras disculpas, “mi teniente, cómo voy yo a pensar de verdad eso con lo feliz que me hace servir a la patria y lo que siento que no haya triunfado el 23-F, y mire que lo intentamos”.

Era una fiesta, la de Miguel Bosé, glamurosa, y yo no es que pareciera sólo que me había colado sino que de paso había violado al portero. No me olvidaré nunca de la expresión de Bosé al comentarle para mi vergüenza un amigo común “pues Jacinto tiene fama de imitarte en las discotecas” y cómo el cantante me miró de abajo a abajo y con una mueca y agitando la cabeza zanjó: “Parece mentira”.

Volviendo a las faldas, debería recordar aquí el uso de dos prendas tan masculinas como el sarong, y ya volvemos de nuevo a los predios indonesios de Lord Jim, y la fustanela balcánica, que han usado con gracia añorados amigos como Paddy Leigh Fermor cuando se disfrazaba de pastor cretense para burlar a los nazis.

Se me acaba el espacio y no les he explicado lo de la falda escocesa. Me la probé en Slanj Kilts, en Sant Mary’s Street. Había multitud de opciones, algunas de considerable elegancia –Prince Charlie Kilt Outfit–, pero opté por un modelo sencillo con tartán de colorido muy sobrio: me daba un aire a lo Liam Neeson en Rob Roy, que tanto las gusta, recio y viril pero contenido y propenso a la introspección, lejos del histriónico y pintarrajeado William Wallace de Mel Gibson en Braveheart. Me pavoneé ante el espejo con un osado revuelo de falda –en pura tradición Highlander no llevaba nada debajo para sorpresa del dependiente– y lanzando un sonoro “¡A mí los MacDonells de Glengarry!”. Me pareció que hacía yo un catalán muy escocés, algo muy conveniente para estas fechas de culminación del procés. Iba a triunfar de tal guisa en Barcelona. Descubrí hasta qué punto bordaba la caracterización al enterarme del precio y ponérseme todos los pelos de punta: 500 libras, 550 con la inclusión del sporran y otros accesorios. Y eso que era el conjunto más barato. ¡Diablos, vaya con las faldas!

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