No pienses en un plebiscito

Hay quienes parecen aguardar el hachazo definitivo que deje el país partido por la mitad

El soberanismo lleva tiempo ganando la batalla de los marcos, y en esta ocasión no podía ser menos. Se nos dice “no pienses en un elefante”, y pensamos en uno. Se nos dice “no pienses en un plebiscito”, y en eso pensamos. Y en el caso de que no lo hagamos automáticamente, quien dispone de los medios —en el doble sentido de la expresión— ya se encarga de que nuestra cabeza acabe ahí a base de insistir cuanto haga falta: “Dicen que no son plebiscitarias, pero nos contarán”; “el Gobierno español las ha convertido en plebiscitarias”, etcétera.

Pero no es menos cierto que pensar —incluso muc...

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El soberanismo lleva tiempo ganando la batalla de los marcos, y en esta ocasión no podía ser menos. Se nos dice “no pienses en un elefante”, y pensamos en uno. Se nos dice “no pienses en un plebiscito”, y en eso pensamos. Y en el caso de que no lo hagamos automáticamente, quien dispone de los medios —en el doble sentido de la expresión— ya se encarga de que nuestra cabeza acabe ahí a base de insistir cuanto haga falta: “Dicen que no son plebiscitarias, pero nos contarán”; “el Gobierno español las ha convertido en plebiscitarias”, etcétera.

Pero no es menos cierto que pensar —incluso mucho— en un elefante no consigue que aparezca un elefante de carne y hueso. Lo cual, aplicado a la noche de hoy, significa que el plebiscito real no ha tenido lugar, y harían bien en tomarlo en cuenta tanto quienes lo proponían como quienes terminaron aceptándolo cuando alguna encuesta les daba números favorables.

Un plebiscito real tiene efectos específicos, y a nadie se le escapa que este enésimo simulacro de la política catalana (el reino del como si, la hubiera denominado, a buen seguro, el filósofo Hans Vaihinger) no va a tener los que lo definirían como tal.

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Lo que de veras importa es que se ha llevado a cabo el ensayo general de la partición del país en dos. He aquí algo que nadie (insisto: nadie) debería celebrar. Pero todo resulta susceptible de empeorar. No descarten que a alguna de esas lumbreras que se dedican a engendrar frames se le ocurra calificar de empate lo de hoy y a continuación proponga eslóganes del tipo “ha llegado la hora de desempatar”, “acabemos con el empate eterno” o similares.

Hay quienes parecen aguardar, expectantes e ilusionados, el hachazo definitivo que deje el país partido por la mitad. En ese momento, contemplando las dos mitades por fin separadas, llorarán, embargados por la emoción.

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona.

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