Cartas al director

Sócrates y la justicia

El foco de las estrellas mecía la oscuridad de la noche de Emérita Augusta. Todo estaba en silencio. La ciudad aún no dormía, pero en señal de respeto, como si deseara escuchar, bajó unos decibelios el mundanal ruido de su tránsito. Tan solo el ladrido de un perro a lo lejos rompía ese pacto. No estábamos en el 399 antes de Cristo, pero Sócrates salió a escena, dispuesto a ser juzgado y condenado por la democracia en la que creía. Esa voluntad de muchos que no siempre tiene razón. Su delito fue la incansable búsqueda de la verdad, pero no de la que se encuentra bajo el yugo del paradigma de ca...

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El foco de las estrellas mecía la oscuridad de la noche de Emérita Augusta. Todo estaba en silencio. La ciudad aún no dormía, pero en señal de respeto, como si deseara escuchar, bajó unos decibelios el mundanal ruido de su tránsito. Tan solo el ladrido de un perro a lo lejos rompía ese pacto. No estábamos en el 399 antes de Cristo, pero Sócrates salió a escena, dispuesto a ser juzgado y condenado por la democracia en la que creía. Esa voluntad de muchos que no siempre tiene razón. Su delito fue la incansable búsqueda de la verdad, pero no de la que se encuentra bajo el yugo del paradigma de cada uno, sino de la verdad sin ambages, la que busca la causa de todo efecto, sin prejuicios morales. Aquella que se sustenta en un espíritu crítico y no atiende a razones de origen, raza, creencia, ni clase social. Muerte por cicuta. No hubo perdón, ni piedad, como tampoco la hubo para sus acusadores, Meleto y Anito, que un tiempo después fueron condenados por el mismo tribunal. Y es que la justicia siempre llega para todos, aunque no siempre sea “justa”. Una historia que parece lejana, pero que podría estar ocurriendo ahora, en alguna parte del planeta, en plena era digital.— Antonio Soto Bermúdez.

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