¿Soy elitista?

No seré yo quien diga que los políticos han de ser intelectuales, pero sí me tranquilizaría que mostraran de vez en cuando algunas aficiones culturales

Encuentro en la librería Jarcha (Madrid) con el responsable de ésta, Fernando Valverde, y el filósofo Emilio Lledó.Uly Martín

Los más viejos del lugar se acuerdan de cuando Felipe González dijo estar leyendo Memorias de Adriano. Eran los mismos tiempos de euforia socialista en los que Alfonso Guerra se convirtió en involuntario promotor de Gustav Mahler y reivindicó a don Antonio Machado. Más tarde, cuando ya los tiempos de la bodeguilla de Felipe (en la que más que hablar escuchaban una troupe de artistas y toreros) habían caducado, José María Aznar mostró sus veleidades poéticas y afirmó tener al poeta Cernuda como desc...

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Los más viejos del lugar se acuerdan de cuando Felipe González dijo estar leyendo Memorias de Adriano. Eran los mismos tiempos de euforia socialista en los que Alfonso Guerra se convirtió en involuntario promotor de Gustav Mahler y reivindicó a don Antonio Machado. Más tarde, cuando ya los tiempos de la bodeguilla de Felipe (en la que más que hablar escuchaban una troupe de artistas y toreros) habían caducado, José María Aznar mostró sus veleidades poéticas y afirmó tener al poeta Cernuda como descanso del guerrero. Luego llegó la peculiar recomendación literaria de Rajoy, La catedral del mar, y su afición bien sabida al Marca. Se podría decir que sólo en Jorge Semprún ha tenido la clase política de la democracia a un verdadero intelectual, tan vocacional en su oficio de escritor que cuando dejó la cartera de Cultura no pudo evitar hacer un retrato poco favorecido del Gabinete del que formó parte en Federico Sánchez se despide de ustedes.

No seré yo quien diga que los políticos han de ser intelectuales, al contrario, hay que temerlo: cuando los intelectuales se han metido en política han mostrado una inclinación inquietante por el autoritarismo, pero sí me tranquilizaría que mostraran de vez en cuando algunas aficiones culturales. Tal vez por influencia de las campañas americanas en las que los asesores se cuidan mucho de que sus candidatos no parezcan elitistas y recalcan su amor por la hamburguesa, la barbacoa, el béisbol o el fútbol americano, en España también la cultura ha desaparecido de las semblanzas que los periodistas hacen de los líderes. No hay ningún problema en mostrar aficiones al deporte, las tradiciones o la gastronomía local. Así nos encontramos con el pasado baloncestista de Sánchez; con la única pasión que parece agitar a don Mariano, que es la futbolera; el fervor de Susana Díaz por las fiestas religiosas de su tierra o esa rumbita que Esperanza Aguirre decía tener como himno inspirador, No estamos locos. Siendo optimistas hemos de pensar que en alguna parte les han dicho que una vez que se apean del debate político deben ofrecer a los votantes una imagen popular o incluso populachera; siendo pesimistas hay que temerse que carezcan de veleidades intelectuales, o lo que es lo mismo: que no leen, que jamás van al teatro, que carecen de cultura cinematográfica y que nunca se dejan caer por un concierto. Al menos, una no se los encuentra jamás en esos lugares de celebración de la cultura, a no ser que se les presente una ocasión para hacerse una foto estratégica. Una pena. Mientras en los suplementos culturales aparecen los escritores fotografiados en su biblioteca no hay biblioteca que ilustre la entrevista a un político. ¿Es que no la tienen o es que para los medios es más guay sacarlos escalando, yendo en bici, bailando rumbas, cantando baladas o bebiendo en bota? Prefiero creer que se trata de una burda ocultación de los asesores o de los cerebros televisivos a imaginar por un momento que con la excusa de no parecer elitistas no leen un puñetero libro en su vida.

Habría que decir a quien lo quiera escuchar que los escritores, artistas de toda condición, teatreros y músicos nos recorremos España pisando teatros, institutos, salones de actos, y que siempre encontramos un público numeroso y agradecido. Es emocionante visitar los clubes de lectura a los que tan aplicadamente van las señoras (y algún señor) a charlar de literatura. El otro día, en Espartinas, 300 paisanos llenaron la sala de la biblioteca pública para celebrar su intensa actividad anual. Era gente del pueblo, por así decirlo, personas humildes que escuchan con fervor al escritor o a la escritora que han leído durante el año. La otra noche, la asociación de vecinos de Vallecas se reunía en una sala modesta para ver El otro barrio y charlar después sobre esa historia que sucede en sus calles; las librerías han intensificado su actividad llevando a autores que se reúnan con la capilla de compradores habitual; las salas off de teatro de las ciudades españolas se han hecho populares entre la gente joven que jamás había pisado un teatro; no faltan visitantes a la cita anual de PhotoEspaña y este año se respiraba en la Feria del Libro de Madrid una alegría que no se había visto hace tiempo.

Confieso con pesar, no con ironía, que cuando he compartido sobremesa con un político me he aburrido bastante. Siempre te ves obligada a hablar de lo suyo, de su politiquismo, como si fuera lo único que tuviera interés. Me molesta profundamente que tengan esa idea del pueblo. Muchos como yo somos pueblo también y en nuestras conversaciones intercambiamos recomendaciones de libros, música, cine o teatro. Quiero que me representen a mí alguna vez en la vida. Y si leer es elitista, de acuerdo, lo soy. ¿Y?

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