Las sandías de la discordia

La desconfianza entre los países árabes e Irán llega a la histeria por unas frutas ‘envenenadas’

Las sandías son las últimas víctimas de la rivalidad entre Irán y sus vecinos árabes. Más exactamente, las sandías iraníes. Esa fruta gusta mucho en la orilla meridional del golfo Pérsico. Los iraníes, siempre tan orgullosos de todo lo propio, aseguran que las suyas son mejores que las de Omán y Jordania, que también se encuentran en los mercados de la península Arábiga. Pero ni siquiera eso las ha salvado de la maledicencia. En el clima de desconfianza y acusaciones mutuas que ha exacerbado la intervención árabe en Yemen, alguien lanzó el bulo de que las sandías iraníes estaban envenenadas. U...

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Las sandías son las últimas víctimas de la rivalidad entre Irán y sus vecinos árabes. Más exactamente, las sandías iraníes. Esa fruta gusta mucho en la orilla meridional del golfo Pérsico. Los iraníes, siempre tan orgullosos de todo lo propio, aseguran que las suyas son mejores que las de Omán y Jordania, que también se encuentran en los mercados de la península Arábiga. Pero ni siquiera eso las ha salvado de la maledicencia. En el clima de desconfianza y acusaciones mutuas que ha exacerbado la intervención árabe en Yemen, alguien lanzó el bulo de que las sandías iraníes estaban envenenadas. Unos agujeros en la corteza desataron la alarma. Según un parlamentario kuwaití, Hamdan Azimi, Irán había introducido en ellas pesticidas “como respuesta a la campaña militar”.

De inmediato, los consumidores de Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar y Arabia Saudí, supersensibilizados con la amenaza persa, dejaron de comprar las cucurbitáceas. Mientras, las redes sociales se llenaron de teorías sobre cómo los agujeros estaban hechos con un taladro y luego se habían intentado cubrir con barro. La histeria alcanzó tal dimensión que las autoridades sanitarias de esos países se vieron obligadas a intervenir.

EAU suspendió temporalmente a principios de este mes la venta de sandías iraníes como medida de precaución ante los “agujeros sospechosos”. Entre tanto, los comerciantes hicieron su agosto duplicando el precio de los pepones de otras procedencias. De los dos o tres dírhams (0,50 a 0,75 euros), el kilo pasó a venderse a entre cinco y seis dírhams.

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Tras los oportunos análisis, se ha revelado lo obvio: que los agujeros, que no traspasaban la corteza, eran obra de un mosquito que normalmente ataca a las plantas de tomate. En el sur de Irán, de donde proceden los melones de agua, su cosecha había seguido a una de tomates y algunos mosquitos habían sobrevivido al cambio de cultivo. No había peligro alguno para la salud y mucho menos intencionalidad iraní en el asunto. Pero el daño estaba hecho. Los productores han perdido varias toneladas de sandías.

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