La República de un hombre solo al mando

Matteo Renzi gobierna Italia como quien se enfrenta a un videojuego bélico

Hasta hace poco, el problema de Italia era que no mandaba nadie, incapaz la izquierda de encontrar la clave para vencer a Silvio Berlusconi, lastrado a su vez por los intereses de los grupos de presión y por los suyos propios, que poco o nada tenían que ver con las urgentes necesidades de un país sepultado por la corrupción, las mafias y la burocracia (un perfecto triángulo de las Bermudas capaz de engullir a la nación más bella del mundo). Ahora, el problema parece ser que manda solo uno. No hay día que los periódicos, sean de una tendencia u otra, no incluyan un artículo en el que sesudos an...

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Hasta hace poco, el problema de Italia era que no mandaba nadie, incapaz la izquierda de encontrar la clave para vencer a Silvio Berlusconi, lastrado a su vez por los intereses de los grupos de presión y por los suyos propios, que poco o nada tenían que ver con las urgentes necesidades de un país sepultado por la corrupción, las mafias y la burocracia (un perfecto triángulo de las Bermudas capaz de engullir a la nación más bella del mundo). Ahora, el problema parece ser que manda solo uno. No hay día que los periódicos, sean de una tendencia u otra, no incluyan un artículo en el que sesudos analistas —los mismos que se mesaban los cabellos por la desesperante ingobernabilidad del país— advierten del peligro que conlleva la excesiva autoridad de Matteo Renzi, al que califican como “un hombre solo al mando”. Desde que llegó al poder —sería más exacto decir desde que irrumpió en el poder—, el joven primer ministro gobierna Italia como quien se enfrenta a un videojuego bélico, logrando pasar de pantalla —a veces de forma agónica— en función de los enemigos que destruye.

Las medidas más relevantes que ha logrado sacar adelante en sus 14 meses de Gobierno (reforma laboral, relevo en la presidencia de la República, ley electoral) no se han basado en el consenso, sino en la hábil administración de las debilidades ajenas. A sus 40 años y sin disponer siquiera del acta de diputado, el exalcalde de Florencia se ha revelado como un político sin complejos ni demasiados escrúpulos, capaz de pactar con el diablo aunque se apellide Berlusconi y de hacer saltar por los aires la legislatura —“me pueden echar, pero no pararme”— si el Parlamento se atreve a bloquear sus iniciativas.

Hace unos días, ante las críticas a la reforma de la enseñanza, Renzi colocó una pizarra en la biblioteca de la sede del Gobierno y grabó un vídeo de 17 minutos en el que, tiza en mano, explicaba su proyecto. A continuación lo colgó en YouTube y lo divulgó por su cuenta de Twitter. Su objetivo es establecer una relación directa con los ciudadanos: que la Tercera República se llame la República de Renzi.

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