Tribuna

Reino Unido calla sobre Europa

La política exterior ha sido la gran ausente en la campaña electoral

Las elecciones de los demás suelen resultar desconcertantes y aburridas; ese es el caso de la votación de mañana en Reino Unido, e incluso muchos británicos comparten esa sensación. La campaña electoral más prolongada en la historia del RU muestra una sorprendente cortedad de miras. Sin embargo, es una campaña que ofrece tres ideas importantes para otras democracias occidentales.

El famoso eslogan de la campaña de Bill Clinton en 1992 —“Es la economía, estúpido”— es en sí mismo estúpido o, al menos, insuficiente. Si las elecciones británicas se decidieran por la economía, el primer mini...

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Las elecciones de los demás suelen resultar desconcertantes y aburridas; ese es el caso de la votación de mañana en Reino Unido, e incluso muchos británicos comparten esa sensación. La campaña electoral más prolongada en la historia del RU muestra una sorprendente cortedad de miras. Sin embargo, es una campaña que ofrece tres ideas importantes para otras democracias occidentales.

El famoso eslogan de la campaña de Bill Clinton en 1992 —“Es la economía, estúpido”— es en sí mismo estúpido o, al menos, insuficiente. Si las elecciones británicas se decidieran por la economía, el primer ministro, David Cameron, llevaría adelante su campaña con mucha más confianza.

Durante los últimos 18 meses aproximadamente, Reino Unido ha sido la economía europea de crecimiento más rápido, e incluso superó por momentos a Estados Unidos. La tasa de desempleo, actualmente del 5,6%, cayó por debajo de la mitad de la correspondiente a la eurozona.

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Pero los indicadores económicos favorables no han marcado una diferencia considerable en las encuestas de opinión a favor de los conservadores de Cameron y no han ayudado para nada a salvar de la crisis a su socio en la coalición, el partido centrista Liberal Demócrata. Demasiados votantes, aparentemente, no han llegado a percibir esa mejoría... y por buenos motivos: el ingreso medio apenas ha comenzado a subir tras siete dolorosos años.

El eslogan adecuado en esta campaña podría ser entonces “Es el nivel de vida, estúpido”, o, de manera más precisa (aunque más enrevesada): “Es la percepción del nivel de vida futuro, estúpido, y la percepción de la justicia en torno a esas perspectivas”. De todas maneras, la cuestión es bastante simple: la recuperación estadística no basta.

Esto parece explicar por qué el Partido Laborista de centroizquierda lleva la mejor parte en la campaña. Su líder, Ed Miliband, fue ampliamente ridiculizado el año pasado como débil, poco convincente y poco agradable; pero, tal vez gracias a las bajas expectativas, ha mejorado continuamente su credibilidad e imagen de estadista durante la campaña.

La segunda idea es que los asuntos exteriores, aunque rara vez representan un factor importante en unas elecciones nacionales, pueden contribuir a una sensación general de incomodidad respecto del liderazgo político. En gran medida se asumió que la continuidad de Reino Unido en la UE sería una cuestión clave en la campaña, dado el ascenso del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) y la promesa de Cameron de, en caso de ser reelegido, convocar un referéndum sobre la cuestión en 2017.

Sea cual fuere el resultado, el fenómeno más sorprendente será el ascenso del regionalismo

La promesa de Cameron posiblemente sea la cuestión en juego más importante en las elecciones británicas: si continúa como primer ministro habrá ese referéndum; si Miliband gana, no. El futuro del país depende de esta decisión. Sin embargo, se ha mantenido un silencio casi absoluto al respecto. Tanto el UKIP como su carismático líder, Nigel Farage, han descendido en las encuestas de opinión y tienen dificultades para captar la atención. Resulta más importante aún que Cameron casi no ha dicho nada sobre Europa ni la inmigración y, aunque la postura a favor de la UE claramente declarada por Miliband le ha granjeado el cariño de muchos grandes empresarios, también él minimizó esa cuestión.

Sospecho que ese afán evasivo de los principales partidos políticos británicos ha debilitado el apoyo que reciben y su condición de representantes válidos del país. Tal vez los votantes no incluyan Europa ni los asuntos exteriores entre sus principales preocupaciones, pero las noticias diarias sobre las muertes de inmigrantes en el Mediterráneo, la guerra en Ucrania, la posible suspensión de pagos de Grecia, la agitación en Siria, Irak, Yemen, Libia y Gaza, el programa nuclear iraní y otras cuestiones han agudizado la conciencia de los votantes sobre la necesidad de que su país tiene que ser defendido vigorosamente por un Gobierno con una política exterior coherente.

La capacidad defensiva del Reino Unido, sin embargo, nunca ha sido tan débil desde la década de los treinta. La percepción general es que también la voz británica en los asuntos internacionales tiene menos influencia que en cualquier otro momento desde esa época. Independientemente de cuál sea la política exterior y de defensa que prefieran, los votantes británicos creen que su país debe contar con una.

La última de las ideas que ha arrojado la campaña electoral tiene que ver en parte con la falta de liderazgo nacional que ese silencio revela. Sea cual fuere el resultado de las elecciones, el fenómeno más sorprendente será el ascenso del regionalismo y particularmente el crecimiento del apoyo al proindependentista Partido Nacional Escocés (SNP).

Nadie puede predecir si el SNP terminará en una situación paradójica, la de unirse en una coalición a los laboristas para gobernar un país que deseaba abandonar en el referéndum por la independencia de septiembre pasado. El probable crecimiento electoral del SNP, sin embargo, es demasiado grande como para ser explicado tan solo por un sentimiento secesionista. El partido parece estar atrayendo a muchas personas que votaron en contra de la independencia pero desean una mayor autonomía regional y una presencia más poderosa de Escocia en el Parlamento de Westminster.

La ausencia de una “sensación de bienestar” derivada de la recuperación económica, el resentimiento por la desigualdad económica, la falta de confianza en los líderes políticos y una mayor fe en el localismo son las principales características de la campaña electoral británica. Independientemente de que esas características conviertan a Miliband en el próximo primer ministro (en una coalición con los demócratas liberales, el SNP o ambos), probablemente también caracterizarán las elecciones en otros países durante los próximos años.

Bill Emmott fue director de The Economist y es el productor ejecutivo del documental La película sobre el gran desastre europeo.Traducción de Leopoldo Gurman.© Project Syndicate, 2015.

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