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De Andalucía al mundo

En seis años, más de 37.600 andaluces se han marchado al extranjero, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Conocemos la historia de siete de ellos

Hace dos años, Juan Manuel Sánchez (26 años) cambió su Sevilla natal por la cosmopolita Rotterdam (Holanda). "Antes de finalizar mi doble licenciatura, tenía claro que si quería un trabajo acorde a mis capacidades y bien remunerado tenía que irme fuera de Andalucía”, defiende. Tras estudiar Derecho y Ciencias Políticas y de la Administración, Sánchez se marchó a Rotterdam para cursar un máster. "Ya había vivido en Holanda un año gracias a una beca Erasmus", recuerda. Hoy trabaja como abogado en una firma internacional. "Aquí la vida es bastante diferente. No hay sol, no hay mucha gente en la calle... pero, afortunadamente, vivo con mi pareja y tengo muchos amigos", afirma antes de señalar que: "Sinceramente, estaría dispuesto a ganar menos con tal de volver a casa".
"Estuve solamente dos meses sin empleo. A lo largo de mi carrera científica fui encadenando becas y contratos de prestigio hasta que no existían más posibilidades de continuar con contratos temporales". En esta situación se encontraba Jesús Ángulo (Sevilla, 45 años) cuando, en agosto de 2013, decidió marcharse a Norwich (Reino Unido). Este doctor en Ciencias Químicas trabaja hoy en la Facultad de Farmacia de la Universidad de East Anglia. "Tuve que pensarlo mucho porque mi mujer tenía trabajo aquí y no quería separarme de mi familia", reconoce. "Si no tuviéramos que comer todos los días, la mayoría de los científicos trabajaría incluso sin cobrar", afirma. Ángulo volvería si le ofrecen una plaza de investigador permanente en la universidad o en el CSIC. "Cuando decidí marcharme, lo hice con la intención de desarrollar mi carrera aquí. Pero, ¿quién sabe?", afirma.
Juan Pedro Segura (Vilches, Jaén, 30 años) trabaja en un estudio de ingeniería dedicado a la protección de edificios contra incendios. Lo hace en Colonia (Alemania) después de que en diciembre de 2011 decidirá hacer la maleta y buscar trabajo más allá de Despeñaperros. Tras terminar sus estudios de Arquitectura Técnica y trabajar tres años en una empresa, el estallido de la burbuja inmobiliaria le pilló de lleno. "Si hubiese encontrado trabajo no me habría marchado", asegura, aunque también reconoce que siempre había querido vivir la experiencia de vivir fuera. "Poco a poco voy acostumbrándome al clima, los inviernos son fríos, pero le estoy cogiendo el gustillo a los veranos con 20 y 25 grados", bromea. "A corto plazo mi intención es seguir formándome un poco más, pero a largo plazo me gustaría regresar", reconoce.
Deborah Domínguez (Ronda, Málaga, 28 años) cambió su profesión de periodista por la de diseñadora y vendedora de bisutería. Tras cerrar el periódico digital en el que trabajaba, decidió aceptar la oferta de empleo de un familiar y marcharse a Zúrich. Para ella, la oportunidad suponía también volver a su país natal. "Si alguien me hubiera dicho en 2009 que en los próximos años me iba a convertir en una artesana de la platería, que iba a crear mis propios diseños y que la gente pagaría por ellos, no me lo hubiese creído", afirma. Actualmente, pasa ocho meses allí y cuatro en España. "No termino de acostumbrarme a la vida allí. Ni yo ni mi familia ni mis amigos", afirma. Los principales problemas: el clima y el alemán. "Al principio, tenía que repetirle el precio a los clientes hasta tres veces porque no me entendía", recuerda entre risas. Pero este tipo de vida, recuerda, le ha permitido viajar en pocos años a Nueva York, Tailandia o Egipto. "Tras emigrar, he aprendido que se puede desempeñar cualquier profesión siempre que el ambiente de trabajo sea cómodo", dice antes de reconocer que su intención es volver a Málaga.
José Alberto Castellano (Granada, 30 años) ya sabía lo que era vivir en el extranjero. Primero, con una beca Erasmus en Atenas; y después, de prácticas en Roma. Diplomado en Turismo y Empresariales y doctorado en planificación financiera, Castellano lleva ya tres años en la capital italiana. "Trabajo en una empresa de telecomunicación, me gusta mi trabajo, tengo posibilidades de ascender y me gustaría seguir aquí un par de años más", asegura. "Lo bueno de Italia es que es muy parecida a España. Son gente muy abierta y siempre hay ambiente", afirma, tras reconocer que lo más difícil es estar lejos de la familia. "Al menos, hoy en día contamos con el Skype", afirma.
Miguel Ángel Infante (Casares, Málaga, 28 años) decidió marcharse a Alemania después de estar más de un año en paro. Trabaja como encofrador en Thüringer. "Al principio, vas con mucha ilusión y con muchas ganas, pero después te das cuenta de que esto no es ir de viaje y es cuando se hace más pesado", reconoce. Infante lo tiene claro: "Si encuentro un trabajo en Andalucía, de lo que sea, con un sueldo normal para vivir me iría sin pensarlo", asegura. "Confío en volver en los próximos dos años, o antes", afirma.