Cartas al director

Senado sin puertas abiertas

Oigo estos días en la radio la publicidad de las puertas abiertas del Congreso y el Senado para que los ciudadanos asistan a conmemorar el día de la Constitución. Y pienso, de nuevo, lo mismo que se me pasa por la cabeza desde hace unos años cada vez que paso por el Senado: que había una puerta, una cancela baja de hierro que siempre estaba abierta, por la que los ciudadanos podíamos cruzar la plaza donde se ubica la Cámara alta.

Yo pasé mil veces por allí, sola, con amigos, con mis padres, con mis sobrinos pequeños, a los que siempre les decía: mirad, esto es el Senado, y les explicaba...

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Oigo estos días en la radio la publicidad de las puertas abiertas del Congreso y el Senado para que los ciudadanos asistan a conmemorar el día de la Constitución. Y pienso, de nuevo, lo mismo que se me pasa por la cabeza desde hace unos años cada vez que paso por el Senado: que había una puerta, una cancela baja de hierro que siempre estaba abierta, por la que los ciudadanos podíamos cruzar la plaza donde se ubica la Cámara alta.

Yo pasé mil veces por allí, sola, con amigos, con mis padres, con mis sobrinos pequeños, a los que siempre les decía: mirad, esto es el Senado, y les explicaba. Hicieron reformas y cuando acabaron la cancela quedó cerrada y nunca más se pudo cruzar la plaza. No es por seguridad, porque ese sitio está vigilado día y noche y la cancela, llegado el caso, no impide que se dé un salto. La cerraron porque les dio la gana. Nada les perturbaba. Lo sé bien porque vivo al lado y paso mil veces por allí. Cuando abren ahora las puertas cada diciembre pienso lo mismo: ahora no me da la gana entrar. Qué manía con alejarse del pueblo.— Celia M. Breña.

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