Cartas al director

Convivencia y comunidad

El sentido del oído, el más social de todos los sentidos, no puede cerrarse. De ahí, que nuestros oídos queden expuestos a agresiones diarias que tienen consecuencias en nuestro precario bienestar. Sin juzgar, y entre otros asuntos, es urgente plantear el conflicto entre los propietarios de perros y los que ven perturbada su vida en una impuesta convivencia. El ladrido sustituye al aullido de sus ancestros los lobos y cumple, entre otras funciones, las de alerta y amenaza, por eso el volumen es siempre de una gran intensidad y ante la que no es posible quedar impasible. Entonces, ¿qué hacer cu...

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El sentido del oído, el más social de todos los sentidos, no puede cerrarse. De ahí, que nuestros oídos queden expuestos a agresiones diarias que tienen consecuencias en nuestro precario bienestar. Sin juzgar, y entre otros asuntos, es urgente plantear el conflicto entre los propietarios de perros y los que ven perturbada su vida en una impuesta convivencia. El ladrido sustituye al aullido de sus ancestros los lobos y cumple, entre otras funciones, las de alerta y amenaza, por eso el volumen es siempre de una gran intensidad y ante la que no es posible quedar impasible. Entonces, ¿qué hacer cuando un perro ladra a cualquier o a todas horas?, ¿qué hacer para dormir, leer, pensar, trabajar y hablar, sin ser perturbados? La respuesta parecería obvia: adiestrar al perro. ¿Qué hacer cuando a sus dueños no les parece algo obvio? Leo que la primera legislación contra el ruido data de la Roma del 43 aC. ¿Es mucho pedir que las autoridades del 2014 dC medien en este conflicto?, ¿por qué no se hace? Planteado el problema, urge buscar soluciones. También para el camión de la basura y para otras muchas cosas.— Carmen Herrero Limon. Madrid. 

Ahora que llevamos ya unos años conviviendo con la polémica ley antitabaco, podemos empezar a diseccionar con perspectiva algunas consecuencias más o menos esenciales. En particular, me refiero a las terrazas eternas, a los encuentros y charlas externas a los locales que, llegada cierta hora, se convierten en una verdadera tortura medieval. Soy fumador, y reconozco que, tomándose uno un café o una cerveza en invierno, el placer de estar fumando y charlando con un conocido supera con creces el frío, la lluvia y las adversidades del aire libre. Pero también soy residente de un piso situado encima de un bar, con una hermosa terraza que reúne a lo largo del año a numerosos clientes con ganas de charlar, reír, mirar fútbol y olvidarse de las responsabilidades diarias. Los entiendo, de verdad, más que a nadie, hasta que llegan las dos de la madrugada y el ambiente se hace insoportable. Cada vez más, las terrazas se adaptan al clima (estufas, sombrillas e, incluso, mantas) y, por tanto, los clientes fumadores también. Hecho, éste, que provoca malestar vecinal. ¿Ha valido la pena prohibir por completo el humo en todos los locales hosteleros del país?— Agustín Izquierdo Ramírez. Figueres, Gerona.

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