Editorial

Incertidumbre en Suecia

El populismo xenófobo irrumpe con fuerza también en el escenario político del país nórdico

La incertidumbre política ha llegado a Suecia con la derrota electoral, tras ocho años en el poder, de la coalición centroderechista que encabezaba Fredrik Reinfeldt y su sustitución por una precaria alianza de centroizquierda. El jefe socialdemócrata Stefan Löfven tendrá complicado formar una coalición viable con los 158 escaños —sobre 349— de los tres partidos centroizquierdistas. Pero más inquietante que ese horizonte inestable que dificultará la formación de Gobierno y su supervivencia es la espectacular subida, hasta el 13%, del voto de la extrema derecha representada por los Demócratas (...

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La incertidumbre política ha llegado a Suecia con la derrota electoral, tras ocho años en el poder, de la coalición centroderechista que encabezaba Fredrik Reinfeldt y su sustitución por una precaria alianza de centroizquierda. El jefe socialdemócrata Stefan Löfven tendrá complicado formar una coalición viable con los 158 escaños —sobre 349— de los tres partidos centroizquierdistas. Pero más inquietante que ese horizonte inestable que dificultará la formación de Gobierno y su supervivencia es la espectacular subida, hasta el 13%, del voto de la extrema derecha representada por los Demócratas (originalmente un movimiento neonazi), ahora tercera fuerza del país.

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El centroderecha no ha perdido las elecciones por su manejo de la economía. Suecia ha sido en los últimos ocho años, coincidiendo con la crisis, el modelo por excelencia de la UE, con crecimientos muy por encima de Europa y Estados Unidos. Más allá del eventual cansancio ciudadano tras ocho años del mismo Gobierno o del hecho de que Reinfeldt haya adelgazado quizá en exceso el sólido armazón del Estado de bienestar sueco, el motivo fundamental de su derrota es el auge de ese extremismo populista que ha hecho de la abierta política inmigratoria del Gobierno su principal arma electoral.

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La enorme progresión de la ultraderecha, en la estela de otros países de Europa, nórdicos incluidos, tiene mucho que ver con la generosidad a la hora de otorgar asilo. Suecia admitió en 2012 a 45.000 personas, la mayoría provenientes de países en guerra, un 50% más que el año anterior. Estocolmo ya tuvo en mayo de 2013 un serio aviso con los incidentes que sacudieron los suburbios de población inmigrante. Esa violencia, en el contexto de un foso social creciente en la igualitaria Suecia, amplificó el debate inmigratorio en un país donde el 15% de su población ha nacido fuera y dio munición electoral a los xenófobos.

Suecia ha dejado de ser inmune al extendido malestar entre los votantes de la UE con gobernantes que perciben como poco atentos a sus preocupaciones. En la gran mayoría de esos países democráticos, los partidos populistas forman todavía parte de una oposición más o menos marginal pese a sus ganancias electorales. En otros se han abierto ya paso hacia responsabilidades de Gobierno. En Alemania, el partido Alternativa por Alemania, que también exige mano dura inmigratoria, obtuvo el domingo entre el 10% y el 12% en elecciones regionales en Turingia y Brandenburgo.

El auge de esa derecha populista comienza a cambiar el paisaje político y señala un preocupante abandono del discurso centrista, delimitado por socialdemócratas y conservadores, que ha enmarcado el debate en Europa desde la II Guerra Mundial. Si el avance de los populismos se consolida, los partidos mayoritarios acabarán inevitablemente contaminados. De ahí a una Europa más inestable y fragmentada solo hay un paso.

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