El acento

Niños, emigrantes y solos

La llegada de menores que cruzan el estrecho por su cuenta supone un nuevo desafío para las políticas migratorias

Marcos Balfagón

Emigrar es para miles de personas una penosa y muchas veces peligrosa peripecia que con frecuencia termina en un periodo de internamiento en un centro de retención y la posterior deportación. Al reto que supone dar un tratamiento justo y equilibrado a la llegada masiva de inmigrantes en situación irregular se añade ahora qué hacer con un nuevo fenómeno que amenaza con adquirir proporciones difíciles de manejar: la llegada de niños menores de edad, solos e indocumentados.

En 2013 se contabilizaron solo en Andalucía más de doscientos casos, a los que hay que añadir otro centenar largo en ...

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Emigrar es para miles de personas una penosa y muchas veces peligrosa peripecia que con frecuencia termina en un periodo de internamiento en un centro de retención y la posterior deportación. Al reto que supone dar un tratamiento justo y equilibrado a la llegada masiva de inmigrantes en situación irregular se añade ahora qué hacer con un nuevo fenómeno que amenaza con adquirir proporciones difíciles de manejar: la llegada de niños menores de edad, solos e indocumentados.

En 2013 se contabilizaron solo en Andalucía más de doscientos casos, a los que hay que añadir otro centenar largo en lo que va de año. Son niños que han atravesado el estrecho de Gibraltar en los bajos de un camión, camuflados en algún barco o en precarias embarcaciones. La inmensa mayoría son muchachos de origen marroquí, y aunque la mitad tienen más de 16 años, también los hay de ocho y nueve, lo que da idea de la conmovedora realidad que les empuja a aventurarse hacia lo desconocido.

Por eso, si es siempre importante en el drama de la inmigración forzada aplicar la ley de la forma más humanitaria posible, más lo es sin duda en el caso de estos niños que, en razón de su mayor vulnerabilidad, precisan de protección especial.

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Los protocolos establecen que se haga cargo de ellos un centro de protección de menores y que a los que tienen menos de siete años se les procure una familia de acogida. Es un signo de la altura moral de un país que haya, como ocurre en España, suficientes familias dispuestas a dar cariño y cobijo a estos niños hasta que se resuelva su situación legal. Este enfoque no debe ocultar, sin embargo, la dificultad que puede entrañar la gestión de este nuevo problema si, como ha ocurrido en EE UU, adquiere proporciones mayores.

Más de 60.000 menores han llegado a EE UU desde Centroamérica y México en menos de un año. A nadie se le oculta que una actitud permisiva puede propiciar un efecto llamada que agrave el problema. Combinar, como anunció el presidente Obama, la compasión con la aplicación estricta de la ley es la mejor forma de encarar esta situación de emergencia. Pero no hay que olvidar que para evitar que vaya a más, lo que hay que hacer es actuar sobre las causas.

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