Última moda en París: romanos y húsares

Retrato del Coronel Yevgrav Davydov, realizado en 1809 por el pintor ruso Orest Kiprenski (1782-1836)Cordon Press

Siguiendo los dictados de la moda he ido a París, con la idea de enriquecer esta sección. Marche ou crève! He buscado inspiración en los escaparates e incluso en el bar del Hotel Costes –a los desfiles aún no me invitan, pese a escribir en ICON–. Pero, como siempre, mis pasos me han acabado llevando en otra dirección y traigo la maleta llena de prendas insospechadas. Metafóricamente, porque lo que más me ha gustado no te lo dejan llevar. En la Pinacothèque, junto a la Madeleine, tras atiborrarme de brioche en Fauchon a la salud de Maria Antonieta, visité la exposición sobre e...

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Siguiendo los dictados de la moda he ido a París, con la idea de enriquecer esta sección. Marche ou crève! He buscado inspiración en los escaparates e incluso en el bar del Hotel Costes –a los desfiles aún no me invitan, pese a escribir en ICON–. Pero, como siempre, mis pasos me han acabado llevando en otra dirección y traigo la maleta llena de prendas insospechadas. Metafóricamente, porque lo que más me ha gustado no te lo dejan llevar. En la Pinacothèque, junto a la Madeleine, tras atiborrarme de brioche en Fauchon a la salud de Maria Antonieta, visité la exposición sobre el mito de Cleopatra que además de muy interesantes piezas arqueológicas incluye la colección de vestidos que usó Elizabeth Taylor para encarnar a la reina en la película de Mankiewicz. Unos trajes sencillitos (!) que ofrecen una interesante alternativa a todas las que no tengan muy claro qué ponerse en estos días de bodas –con el de suma sacerdotisa de Isis seguro que das la campanada, aunque ojo con el generoso escote: “My breasts are full of love and life”, que decía ella–.

En fin, lo que a mí me entusiasmó fue el atavío de general romano que usó Richard Burton en el papel de Marco Antonio, con coraza musculada y todo, que se exhibe junto al prolijo vestuario de su amante. Tuve la tentación de probarme al menos la capa y las grebas, pero los vigilantes –que ya me habían reñido por hacerme un selfie con un retrato de mármol de la reina del Nilo– no me sacaban el ojo de encima. Ver allí la ropa de Cleopatra y Marco Antonio me hizo pensar en aquel diálogo de la película, cuando él, fuera de sí por el comportamiento de su veleidosa pareja, estalla: “¡Reinas, reinas, quítales toda la ropa y déjalas desnudas como a cualquier otra mujer y ya no son reinas!”. A lo que el tribuno Rufio acota con sensatez: “Es también difícil saber el rango de un general desnudo”. ¡Lo que se aprende de moda con la Historia!

Los escaparates que en realidad me tienen el corazón robado en París son las vitrinas de la sección napoleónica del Musée de l’Armée en los Invalides. ¡Yo quisiera vivir ahí! No les digo que no me preocupe un punto preferir ver maniquíes con uniformes de lancero en lugar de luciendo un marvelous noir de Stella Candente, uh, Cadente. Pero ¡por Dios! cómo me ponen los dragones, los coraceros y… los húsares. Siempre que estoy en la capital francesa rindo visita al precioso conjunto de dolmán y pelliza azul del 5º regimiento de húsares que exhibe el museo, confiando en que un día falle la seguridad.

Mientras, me consuelo con mi reflejo sobre el cristal de la vitrina, que me hace imaginar que soy yo el que viste esas prendas increíbles. Por lucirlas estaría dispuesto a morir en una carga de caballería en Marengo (la batalla, no el color). El que murió, en Wagram, con una ropa de ensueño es el general Lasalle, ese gran húsar, varias de cuyas posesiones mundanas están en el museo, así como su fabuloso retrato por Gros. Hemos de reconocerle a la vestimenta de época napoleónica algún problemilla en el tiro (!). Véanse los apretados pantalones del desafortunado teniente de carabineros à chéval Ferdinand Lariboisière, muerto en Moscowa, en los que no cabe, oh là là!, la menor duda. Aunque en ese sentido no puedo dejar de citar aquí la apoteosis viril que traslucen las mallas dignas de Nureyev de, precisamente, un ruso, el coronel Evgraf Davydov –san Trifón de Pechenga le proteja lo suyo–, cuyo retrato por Oreste Kiprensky (que pude admirar en el Museo Ruso de San Petersburgo) es un canto a la mayor evidencia.

Coronel de húsares de la guardia del zar, Davydov fue herido gravemente en la batalla de Leipzig y perdió la mano derecha y el pie izquierdo, quedando a salvo, uf, todo el resto.

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