Editorial

Estar a la altura

El Consejo Europeo debe atender a las urnas, que registran todavía una mayoría europeísta

Lo más sonoro e inquietante de las elecciones al Parlamento Europeo celebradas el domingo fue la irrupción de los populismos eurohostiles y xenófobos, causantes de sendos terremotos en Francia y Reino Unido. Pero las réplicas de este fenómeno fueron algo inferiores a lo previsto en otros países, como Holanda. El aterrizaje de tanto diputado ultra en la Cámara de Estrasburgo teñirá sus debates de demagogia: la política convencional deberá innovar para hacer frente al incómodo aluvión. Pero éste difícilmente obstaculizará la eficacia del Parlamento y de las instituciones. Por una razón muy simpl...

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Lo más sonoro e inquietante de las elecciones al Parlamento Europeo celebradas el domingo fue la irrupción de los populismos eurohostiles y xenófobos, causantes de sendos terremotos en Francia y Reino Unido. Pero las réplicas de este fenómeno fueron algo inferiores a lo previsto en otros países, como Holanda. El aterrizaje de tanto diputado ultra en la Cámara de Estrasburgo teñirá sus debates de demagogia: la política convencional deberá innovar para hacer frente al incómodo aluvión. Pero éste difícilmente obstaculizará la eficacia del Parlamento y de las instituciones. Por una razón muy simple: pese a ese revés, los partidos europeístas han ganado abrumadoramente las elecciones.

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Destacan, por países, los buenos resultados tanto de la democracia cristiana como de la socialdemocracia en Alemania y el excelente desempeño de los demócratas de centroizquierda en Italia. Pero más que eso, lo esencial es el resultado global, en que las cinco grandes formaciones proeuropeas —PP, PS, liberales, verdes, Izquierda unitaria— contabilizan más de 550 diputados de los 751 escaños existentes. Y ello, tras la legislatura económicamente más dura, socialmente más dramática y políticamente más desorientada en toda la historia comunitaria. Pese a todo, la abstención ha roto su secuencia ininterrumpidamente ascendente desde 1984. Probablemente esto responda a que el mensaje de que estas elecciones tendrían un efecto directo en la gobernanza europea ha traspasado la atávica indiferencia ante los comicios de este ámbito.

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Por eso resulta esencial que los líderes de los Gobiernos estén a la altura en el Consejo Europeo que debe proponer el nombre del candidato a presidente de la Comisión. Sería forzar el Tratado y despreciar a los electores que no seleccionasen a alguno de los más legitimados por las urnas. El nombre más obvio es el del socialcristiano Jean-Claude Juncker, a la cabeza del primer partido, aunque haya sufrido la mayor erosión entre los grandes. Pero también resultaría democráticamente congruente el del socialdemócrata Martin Schultz, si este lograse fraguar una alianza parlamentaria estable. En realidad, será difícil sustraerse a la dinámica de una gran coalición, independientemente de si ésta resulta lo más conveniente desde el punto de vista político, que exige visualización de alternativas; pero caben pocas dudas de que lo es desde la perspectiva de la necesaria estabilidad del continente.

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