El talento de Mr. Hackett

El mejor embajador que tiene el estilo inglés sabe un par de cosas sobre ropa bien hecha "Los precios de la segunda mano son una locura. Se venden zapatos por 250 'pavos' cuyo único atractivo es que tienen 20 años", denuncia

Jeremy Hackett.

"¿Me has visto cuando tenía siete años?". A Jeremy Hackett, sentado frente a mí en la segunda planta de su flamante tienda de Regent Street, se le ilumina la cara. Me enseña la foto de un niño vestido con un minúsculo conjunto de chaqueta y pantalón corto, ambos de tweed. Deja que la contemple unos segundos y afirma con un guiño: "Fue mi primer traje a medida. Si lo piensas es muy Thom Browne [en referencia al diseñador famoso por sus pantalones pesqueros]... ¡Solo que la foto es de 1960! Y pregúntame por cuando me hice estilista infantil. Me ponía la gorra, la corbata y las gafas de ...

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"¿Me has visto cuando tenía siete años?". A Jeremy Hackett, sentado frente a mí en la segunda planta de su flamante tienda de Regent Street, se le ilumina la cara. Me enseña la foto de un niño vestido con un minúsculo conjunto de chaqueta y pantalón corto, ambos de tweed. Deja que la contemple unos segundos y afirma con un guiño: "Fue mi primer traje a medida. Si lo piensas es muy Thom Browne [en referencia al diseñador famoso por sus pantalones pesqueros]... ¡Solo que la foto es de 1960! Y pregúntame por cuando me hice estilista infantil. Me ponía la gorra, la corbata y las gafas de mi padre... ¡Era Prada antes de Prada!". Sirva esto para explicar que Hackett, por mucho que hoy todo hijo de vecino hable de herencia y estilo clásico, tiene argumentos para defender su plaza como guardián de las esencias de lo británico. O al menos, de ese romántico compendio de caza sin sangre, picnics sin manchas y aire aristocrático que a todos nos gusta imaginar.

Fue a tres paradas de metro de Regent Street, en King's Road, donde el diseñador abrió un negocio de ropa vintage en 1983. "Entonces no se llamaba vintage, sino segunda mano. Todavía no había adquirido ese aura", puntualiza. "De hecho, creo que nosotros ayudamos a que ocurriera, porque lo que yo compraba eran magníficos trajes cosidos artesanalmente. El nuestro era un look muy particular, muy escogido. Así que pasó de ser ropa de segunda mano a convertirse en algo más especial". Después de 15 años como dependiente en Savile Row, la meca de la sastrería londinense, el éxito instantáneo de su aventura le invitó a dedicarse a ella a tiempo completo. En tres años se ganó una ilustre clientela, Ralph Lauren incluido, pero también agotó sus caladeros habituales. Y cuando las prendas empezaron a escasear, decidió diseñar una colección con el mismo hilo conductor: "Ofrecer prendas que no podías encontrar a no ser que acudieras a un sastre. Cortes limpios, uno o dos botones, espalda estrecha... A principios de los ochenta todo el mundo hacía trajes cruzados con grandes hombreras".

El 'tweed' más célebre de Hackett, de cuadros naranjas sobre fondo verde, se lanzó en 1999

De padres a... ¿hipsters?

Hackett ha sido lo suficientemente perserverante como para que su estilo se imponga más allá de los barrios patricios y las canchas de fútbol (los dos curiosos extremos entre los que se desenvuelven las firmas británicas con raíz tradicional). Hoy, tanto en los barrios cool de las principales capitales como en sus centros financieros, la juventud ha abrazado la estética tradicional, que no anquilosada, que Hackett tiene que ofrecer. "Lo pensé el otro día, paseando por Hoxton: ¡esta gente viste igual que yo hace treinta años! Tweed, pana, look de campo... Para ellos todo esto es nuevo, igual que la sastrería. Quienes crecieron en vaqueros y zapatillas de deporte, ahora es lo último que se pondrían". ¿Y no le tienta volver a la magia de la segunda mano? "Imposible. Los precios son una locura. Se venden zapatos de segunda mano por 250 pavos. Y no son más que un par de brogues convencionales cuyo único atractivo es que tienen 20 años". Ya puede poner verde a su proveedor de vintage habitual.

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