Cartas al director

Ucrania, la tierra de mi abuelo

Me entristece hasta las lágrimas que el país en el que nació mi abuelo, Ucrania, esté a punto de entrar en guerra. Tanto yo, la tercera generación (1981), como mi madre (1954) y mi abuela (1928), rusas radicadas en México, aún vivimos las heridas —físicas y mentales— que dejó la II Guerra Mundial. Cada cohete cuya estampida anuncia un festejo —en México sucede casi a diario— es interpretado por mi abuela como un bombardeo: “Tenemos que ir al búnker”, dice.

Cómo quisiera que estos jóvenes que se alistan, orgullosos, para luchar por su patria se volviesen a mirarnos. Mirasen a sus bisabue...

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Me entristece hasta las lágrimas que el país en el que nació mi abuelo, Ucrania, esté a punto de entrar en guerra. Tanto yo, la tercera generación (1981), como mi madre (1954) y mi abuela (1928), rusas radicadas en México, aún vivimos las heridas —físicas y mentales— que dejó la II Guerra Mundial. Cada cohete cuya estampida anuncia un festejo —en México sucede casi a diario— es interpretado por mi abuela como un bombardeo: “Tenemos que ir al búnker”, dice.

Cómo quisiera que estos jóvenes que se alistan, orgullosos, para luchar por su patria se volviesen a mirarnos. Mirasen a sus bisabuelos, abuelos y padres: todo un siglo entero herido de guerra.

Escribo esto para honrar a quienes se dedicaron a la constructiva tarea de crear una conciencia histórica, una memoria, en las generaciones que los sucedieron. También para quienes, conscientes de las lesiones permanentes que deja una guerra, buscamos forjar otro futuro. Créanme, no somos pocos.— Beatriz F. Oleshko.

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