Isabel II y Margaret Thatcher, una relación cordialmente gélida

La reina de Inglaterra y su primera ministra se respetaban en la oficina pero no se entendían fuera de ella La impaciencia de la Dama de Hierro molestaba a la soberana

La ex primera ministra británica, Margaret Thatcher saluda a Isabel II a su llegada a la fiesta del 80 cumpleaños de la Dama de Hierro.REUTERS

Cuando Margaret Thatcher falleció el pasado 8 de abril se reabrieron las viejas heridas de su largo mandato como primera ministra. “De repente me sentí transportada en el tiempo a los años ochenta, cuando la política era apasionante”, explica la autora teatral Moira Buffini en una entrevista en el diario The Guardian. “Una gente pedía que la bruja ardiera en una hoguera. Otra gente lloraba desconsolada en la calle, derramando lágrimas auténticas de dolor”, rememora.

Buffini se sentó ...

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Cuando Margaret Thatcher falleció el pasado 8 de abril se reabrieron las viejas heridas de su largo mandato como primera ministra. “De repente me sentí transportada en el tiempo a los años ochenta, cuando la política era apasionante”, explica la autora teatral Moira Buffini en una entrevista en el diario The Guardian. “Una gente pedía que la bruja ardiera en una hoguera. Otra gente lloraba desconsolada en la calle, derramando lágrimas auténticas de dolor”, rememora.

Buffini se sentó en su escritorio y en tres semanas escribió una nueva versión, alargada, de Handbagged, una obra de media hora que estrenó en 2010 como parte de un ambicioso proyecto de un minúsculo pero vanguardista teatro londinense del barrio de Kilburn, Tricycle. Se trataba de una macropieza que bajo el título Mujeres, poder y política ofrecía la visión de cinco autoras británicas sobre eso, sobre mujeres, sobre poder, sobre política.

La pieza de Moira Buffini abordaba la compleja relación que mantuvieron la reina Isabel II y el más longevo de sus primeros ministros y el único que era mujer. Una relación no del todo bien conocida porque la reina no habla de estas cosas y la primera ministra ha guardado también un respetuoso silencio, apenas roto de forma ocasional en sus memorias, en las que ha descrito sus encuentros semanales en el palacio de Buckingham como muy profesionales, como una relación de trabajo.

Lo que se percibe de esa relación son “conjeturas”, admite Buffini. En la crítica que escribió en 2010, Michael Billington llega a la conclusión de que para la autora de Handbagged esas relaciones eran “glacialmente positivas”. Con el tiempo se ha ido creando la imagen de que fueron difíciles al principio pero fueron mejorando. Thatcher admiraba a la reina fundamentalmente por lo que era: el monarca. Y le tenía una deferencia que Isabel más bien detestaba por parecerle condescendencia.

Pero la reina fue mejorando su opinión sobre Thatcher a medida que esta iba prolongando su estancia en Downing Street. Y acabó mostrando esa creciente admiración en varias ocasiones. Por ejemplo, al otorgarle la muy apreciada Orden de la Jarretera y la Orden del Mérito al dejar de ser primer ministro. O al asistir a la fiesta por su 80 cumpleaños en 2005. O al decidir también asistir a su funeral en la catedral de San Pablo.

Pero a la reina no le costaba demasiado perder los nervios con Thatcher. Han sido siempre dos mujeres con personalidades opuestas. La Dama de Hierro no sabía lo que era perder el tiempo: era impaciente, siempre pensaba en el trabajo y concebía la política de forma tribal: o estás conmigo o estás contra mi. Monarca de una docena larga de Estados, para Isabel II hay pocas cosas más importantes que la armonía y la cordialidad. ¿Y en qué consiste su trabajo sino en pasar horas y horas haciendo nada con gente que no conoce de nada ni tiene especial interés en conocer?

El momento más delicado de su relación fue en 1985, cuando la reina temió que la oposición de Thatcher a imponer sanciones al régimen racista de Suráfrica fracturara la Commonwealth.

En su libro The Real Elizabeth, el autor y periodista Andrew Marr cuenta algunas anécdotas sobre la relación entre las dos damas. “Creo que se dará usted cuenta de que la señora Thatcher solo camina por la carretera”, le respondió ácidamente la reina a un ayudante cuando le preguntó si la primera ministra se uniría al resto del grupo en una excursión a la montaña durante una de sus estancias veraniegas en Balmoral. O cuando, la reina, harta ya de que Thatcher se ofreciera todo el rato a ayudarla cuando intentaba comportarse como una persona normal en la barbacoa anual, también en Balmoral, pide: “¿Puede alguien decirle a esa señora que se siente?”. Parece que Isabel y Margaret se respetaban en la oficina pero no se entendían muy bien fuera de ella.

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