Opinión

Saber cantar

Me pareció inconveniente que Botella ignorara a Goya y a Velázquez, como valores de Madrid, en favor del café con leche

Antes, cuando se escribía mucho de algo, siempre había un redactor jefe que te decía: “¡Tío, léete tu periódico! ¿No ves que de eso ya escribió todo Dios?”. Ahora se escribe mucho de todo y todo el tiempo. Parece el fin del mundo.

El fundador de este periódico, José Ortega Spottorno, decía que el fin del mundo sería cuando comunicaran todos los teléfonos. Ya sucede: si vas por la calle y levantas tu vista de tu propio teléfono móvil, verás que miles de personas a tu alrededor están haciendo lo mismo. Hablamos como si fuera a producirse el fin del mundo. Y ese es el fin del mundo, sentir...

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Antes, cuando se escribía mucho de algo, siempre había un redactor jefe que te decía: “¡Tío, léete tu periódico! ¿No ves que de eso ya escribió todo Dios?”. Ahora se escribe mucho de todo y todo el tiempo. Parece el fin del mundo.

El fundador de este periódico, José Ortega Spottorno, decía que el fin del mundo sería cuando comunicaran todos los teléfonos. Ya sucede: si vas por la calle y levantas tu vista de tu propio teléfono móvil, verás que miles de personas a tu alrededor están haciendo lo mismo. Hablamos como si fuera a producirse el fin del mundo. Y ese es el fin del mundo, sentir que va a ocurrir.

Sucede en el Congreso de los Diputados: en cuanto se inicia la sesión en la que se supone que la gente va a escuchar a la gente, todo el mundo se aplica ante sus iPad o sus móviles y empiezan a contribuir a la sensación de fin del mundo. Mientras uno cacarea, canta o se expresa, los otros —todos los otros—, a su puta bola. Si no fuera indecente, sería cómico.

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Sucede en las ahora tan famosas tertulias de la televisión, en las que por otra parte se suele advertir del fin del mundo (aunque en ellas todos dicen que el fin del mundo son los otros). En esas conversaciones gritadas, todos los contertulios van con sus apósitos móviles, y los usan descaradamente, mientras sus colegas están anunciando que el infierno son los de enfrente.

Este es un tsunami que está causando destrozos en las familias. Los hijos hablan con los dedos, los padres hablan con los dedos, las parejas hablan con los dedos. Y siempre con personas que no están presentes. Por el puto móvil. Hemos instaurado la civilización del ruidito del móvil, whatsapps o SMS. El ruido de los teléfonos es el sonido del fin del mundo que temía el bueno de don José.

Pues esto de escribir de lo que escribe todo Dios es también una señal del fin del mundo. Así que le he pedido permiso al redactor jefe: ¿puedo escribir de Mas y de Botella, que son los apellidos de esta semana? Y él me ha dicho, sin mediar un segundo:

—Pero, tío, ¡si de eso escribe todo Dios!

Así me gustan los redactores jefes, trabajando para impedir que llegue el fin del mundo o, por lo menos, el fin del interés del lector por lo que se escribe en las columnas en las que todos hablamos de lo mismo. Le pregunté si al menos podía enfocar el asunto desde un cierto ángulo humorístico. Entonces me dijo: “Ah, ¿pero hay humor en eso?”.

Bueno, me dejó poco margen. Así que le conté lo que les digo a ustedes ahora, que se me ocurrió cuando escuché a Botella hablar del café con leche y a Mas comparar a Luther King con sus propósitos. Me pareció inconveniente que la señora Botella ignorara ante los miembros del COI a Goya y a Velázquez, como valores de Madrid, en favor del café con leche en la Plaza Mayor, y creí altamente presuntuoso que el señor Mas, que ya hizo de Charlton Heston en un anuncio electoral, se sintiera el Luther King de nuestro tiempo. Cantaron mal, me pareció, y quería decirles algo que decía mi madre para advertir a los que no sabían callarse en público según qué cosas. Decía ella: “Cantar bien o cantar mal / en el campo es indiferente, / pero en llegando adonde hay gente, / cantar bien o no cantar”. Pues eso.

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