Adivinando el futuro
“Me extraña que un adivino no se ría cuando ve a un colega”, sentenciaba irónicamente Cicerón. Y no hay en estas líneas ninguna maldad ni deseo de que nadie más pase a engrosar las filas del paro, pero por si no teníamos bastante con los chorizos institucionales, clama al cielo la creciente legión de timadores televisivos —adivinos y tarotistas— que se forran, literalmente, a costa de la ingenuidad del personal.
Cada uno es libre de creer en lo que le plazca, y también de buscarse lícitamente la vida como pueda, pero la cosa toma otro cariz cuando lo que ves suena más a estafa organizad...
“Me extraña que un adivino no se ría cuando ve a un colega”, sentenciaba irónicamente Cicerón. Y no hay en estas líneas ninguna maldad ni deseo de que nadie más pase a engrosar las filas del paro, pero por si no teníamos bastante con los chorizos institucionales, clama al cielo la creciente legión de timadores televisivos —adivinos y tarotistas— que se forran, literalmente, a costa de la ingenuidad del personal.
Cada uno es libre de creer en lo que le plazca, y también de buscarse lícitamente la vida como pueda, pero la cosa toma otro cariz cuando lo que ves suena más a estafa organizada que a inocente divertimento televisivo de pago. Negocio redondo para cadenas y charlatanes sin escrúpulos que no dudan en explotar la ignorancia y la desesperación del personal, las “predicciones” televisivas hacen su agosto a diario. Unas veces pronosticando toda suerte de venturas: empleos fabulosos, curaciones milagrosas, premios millonarios o reencuentros familiares, y otras, rozando ya el más puro sadismo, augurando al infeliz pagano un futuro más negro que el carbón: desempleo de por vida, pérdida de la vivienda, infertilidad sin arreglo, la más que probable infidelidad de su pareja, o el carácter letal de este insignificante dolorcito de garganta.
No está el horno para bollos como para que encima unos desaprensivos —cadenas y magos— saquen provecho de la ignorancia o desesperación ajena. Delante de unas cartas o de una bola de cristal.— Ignasi Castells Cuixart.