Que mal me come el cine español

¿Qué tiene el cine español contra la restauración española? Algo raro pasa con la ficción y la cocina, y no pararé hasta descubrirlo

Matt

Ferran Adrià intentó destruir la Filmoteca Nacional. Berasategui planeó el sabotaje de la gala de los Goya. Carme Ruscalleda quiso extorsionar a Enrique González Macho. Son todos titulares falsos, noticias que nunca ocurrieron. Para mi desgracia. Cualquiera de ellos me habría servido para explicarme qué tiene el cine español contra la restauración española, un enigma que, por más que devano mis pequeños sesos, no soy capaz de responder. No es que los chefs aparezcan en los guiones como borrachos, pendencieros o directamente criminales: eso, hasta cierto punto, sería tolerable, y los dotaría de...

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Ferran Adrià intentó destruir la Filmoteca Nacional. Berasategui planeó el sabotaje de la gala de los Goya. Carme Ruscalleda quiso extorsionar a Enrique González Macho. Son todos titulares falsos, noticias que nunca ocurrieron. Para mi desgracia. Cualquiera de ellos me habría servido para explicarme qué tiene el cine español contra la restauración española, un enigma que, por más que devano mis pequeños sesos, no soy capaz de responder. No es que los chefs aparezcan en los guiones como borrachos, pendencieros o directamente criminales: eso, hasta cierto punto, sería tolerable, y los dotaría del glamour propio de los mafiosos. Es que cada vez que las cámaras locales ponen sus focos en un restaurante, nace una película espantosa.

Expreso esta personal e intransferible opinión tras ver Menú degustación, el nuevo filme de Roger Gual. La acción se desarrolla durante el último día de un pseudoelBulli cuya chef, una pseudoAdrià interpretada por Vicenta Ndongo, quiere pasar página y abrir una nueva etapa. Antes de que ustedes se me duerman, les cuento rapidito que se trata de una historia coral: entre los comensales hay una empalagosa pareja separada que se vuelve a juntar, unos inversores japoneses con una intérprete 100% asesinable, y un Stephen Rea cuyo careto no sabes si se debe al personaje o a que está meditando sobre cómo la crueldad de la vida le ha llevado a participar en un proyecto así.

No ahondaré en el tropel de situaciones ridículas y despropósitos narrativos que acumula la obra, porque esto no es una crítica cinematográfica. Sólo les digo que salí del estreno con ganas de irme a un McDonald's, encadenarme a una de sus sillas atornilladas al suelo y no salir de allí jamás. Y eso que la peli tiene sus momentos cómicos voluntarios —un afortunado cameo a lo Buster Keaton de Joan Roca— e involuntarios, como la aparición final de las Nancys Rubias: Mario Vaquerizo y los suyos llegan a la cala del restaurante en barco (¿¿¿???) y, mientras actúan, a quien oímos es a Raphael cantando Mi gran noche, en uno de los WTFs (Qué Coño es Esto) más portentosos del cine reciente.

Menú degustación no es la primera. Antes sufrimos Fuera de carta, un engendro rebosante de chistes de mariquitas, y Dieta mediterránea, en cuyo restaurante no cabían más lugares comunes. Sé que el Bon appétit de Unax Ugalde no estaba mal, y que hay documentales gastronómicos con nivelazo. Pero algo raro pasa con la ficción y la cocina, y no pararé hasta descubrirlo.

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