Editorial

China inaugura futuro

El partido único no puede arreglar muchos de los graves problemas de la superpotencia

Muchos deseos, pocas sorpresas y menos anuncios concretos en el último discurso de Wen Jiabao como primer ministro de China. Acabada la era de Hu Jintao y del propio Jiabao, Pekín se entrega a dos semanas de boato político antes de la entronización formal de Xi Jinping como el siguiente jefe supremo para una década. El escenario del espectáculo es un Parlamento ceremonial, cuya misión no es debatir y aprobar políticas de gobierno, sino decir amén a lo decidido in camera por el núcleo duro del partido único.

Las prioridades y promesas anticipadas por el jefe de Gobierno inciden ...

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Muchos deseos, pocas sorpresas y menos anuncios concretos en el último discurso de Wen Jiabao como primer ministro de China. Acabada la era de Hu Jintao y del propio Jiabao, Pekín se entrega a dos semanas de boato político antes de la entronización formal de Xi Jinping como el siguiente jefe supremo para una década. El escenario del espectáculo es un Parlamento ceremonial, cuya misión no es debatir y aprobar políticas de gobierno, sino decir amén a lo decidido in camera por el núcleo duro del partido único.

Las prioridades y promesas anticipadas por el jefe de Gobierno inciden en una economía orientada hacia el consumo —creciendo oficialmente al 7,5%, como en 2012—, la lucha contra una corrupción tan pública como enquistada y para disminuir el abismo entre quienes tienen y quienes no, o el cuidado del medio ambiente. La superpotencia asiática aumenta su gasto militar casi un 11%, bastante menos que la vertiginosa escalada entre 2000 y 2009, pero lo suficiente como para ser mirado con lupa por EE UU y, con mayor preocupación y cercanía, por países vecinos con los que Pekín mantiene contenciosos territoriales.

Pero si no hay novedad en esa determinación por acrecentar el poderío exterior, sí la hay en el aumento significativo, por tercer año, de los gastos en seguridad interior. El Partido Comunista comienza a inquietarse por los potenciales riesgos de desestabilización que acarrea el gran incremento de las protestas sociales y del descontento popular, alimentados por una multiplicidad de factores: corrupción administrativa, contaminación, abusos de poder de los mandarines locales, feudalismo laboral y un largo etcétera.

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Pese al crecimiento económico y el aumento del nivel de vida, China afronta en los años venideros dificultades formidables, derivadas básicamente de su absoluta falta de cauces democráticos. Más allá de una aspiración general a ser más ricos y militarmente poderosos, no sería realista, sin embargo, esperar cambios sustanciales en el corto plazo de sus estructuras políticas o económicas. Muchos de sus graves problemas son simplemente imposibles de arreglar por un partido único, tan opaco como cauteloso, que sopesa hasta la paranoia las consecuencias de cualquier paso equivocado o cambio que pudiera alterar la inextricable madeja de los intereses que ha propiciado en todos los niveles.

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