África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Colgar las sandalias

Autor invitado: Ángel Gonzalo, periodista.

Niños en la desembocadura del Volta, en Ada Foah. Fotografía de L.H.M.

La nostalgia es un sentimiento que duele, sobre todo cuando se confunde con la melancolía y se convierte en tristeza. Es invierno, acaba de pasar la Navidad y hace frío en Madrid. Mucho frío y la gente está en las calles. Llevamos en ellas al menos desde que volvimos de Ghana, en septiembre de 2012. Los recortes en Sanidad, en Educación... en derechos al fin y al cabo nos tienen en pie de protesta. Es extraño adaptarse a esta realidad, con tanta crisis y tanto malestar después de vivir un año en un pequeño pueblo costero y olvidado de Ghana, Ada Foah, en la desembocadura del río Volta, donde las prioridades son otras. Cuando aparece la nostalgia, me da por rastrear en Internet qué se cuenta de África. En Ghana hubo elecciones a primeros de diciembre, aunque apenas transcendió en España (¿sólo quizá en este blog?). Fueron limpias, según los observadores internacionales, a pesar de las protestas del partido de la oposición y del desconcierto tras la muerte del presidente John Atta-Mills. Dicen mis fuentes que fueron democráticas, sin apenas incidentes y con un alto nivel participativo. Un logro en África Occidental.

Piensen en los países limítrofes. Al oeste,
Costa de Marfil
.
Todavía colean los resultados de las presidenciales de 2010 -con enfrentamientos y tensiones serias-. Al este,
Togo
.
La misma familia sigue en el poder desde hace casi 50 años y han pospuesto los comicios previstos para octubre pasado, con el objetivo calmar el incipiente movimiento de indignación que había prendido en la sociedad. Y al norte,
Burkina Faso
, puerta del Sahel. La hambruna y la pobreza siguen extendiéndose y dificultan su desarrollo.

Una noticia positiva lo de las elecciones en Ghana, insisto, así como su crecimiento económico y sus buenas perspectivas para este año -aunque siga existiendo una desigualdad brutal entre la población-. Sin embargo, lo único que llega del continente africano es la estampida que provocó la muerte de más de 60 personas y 200 heridos el día de Nochevieja en Abiyán, la campaña sangrienta de Boko Haram en el norte de Nigeria -que tiene una brutal respuesta por parte del gobierno-, la inestable situación en un Malí dividido desde hace muchos meses. -¿Intervendrá finalmente la comunidad internacional?- o la crisis humanitaria que desestabiliza desde hace 20 años -y recrudecida últimamente- la República Democrática del Congo. Si no fuera porque tuve la suerte de vivir un año en Ghana, la imagen que tendría de África sería desoladora.

Otra vista del lugar donde se unen el río Volta y el oceáno Atlántico. Fotografía de L.H.M.

El caso es que es invierno, Navidad, Año Nuevo y hace frío en Madrid, ya lo he dicho. Y yo me acuerdo del año que pasé sin calcetines, en sandalias, sudando por los rincones, en un eterno verano tropical, con una temperatura media de más de 25 grados y algo más del 80% de humedad. Aunque no lo parezca, ahora aquello parece el paraíso. Pero sobre todo añoro a los niños y niñas de Futuenya, nuestra comunidad. Y a Mr. Narty, y a Joshua, Gloria, Michael, Messi, Do, Perpetua... nuestros amigos y vecinos. Me acuerdo porque sus voces aún penetran por nuestra ventana. Sus rostros pegados a la mosquitera del salón. Riendo. Llamándonos. Elina, come!, Good Morning Mr. Angelo!

El autor y Elena en la zona donde habitaban en Ada Foah, junto a sus vecinos. Fotografía de L.H.M.

Allí seguirán los enanos todo el día sobre la arena de playa -sus familias no pueden pagar las tasas escolares para enviarlos a clase-. Sus madres continuarán cocinando desde primera hora el fufu o el bankú -alimento diario y casi único hecho a base de casaba- que comerán poco antes del atardecer; o habrán emprendido camino, entonando cancioncillasy portando enormes baldes sobre sus cabezas, hacia el mercado, donde con suerte venderán cuatro o cinco tomates, un manojo de cebollas o peces en miniatura -los grandes ejemplares se los llevaron los pesqueros europeos o murieron en la orilla p or la contaminación-.

Los padres de los niños estarán reparando las cabañas techadas con hojas y ramas de palmera, si acaso les alcanzó una inesperada tormenta -rara en este tiempo, aún quedan varios meses para la lluvia, pero con el cambio climático nunca se sabe- o esperarán en la cuneta que pase un trotro – furgoneta que se utiliza como transporte colectivo- para ir de un lugar a otro en busca de trabajo. Allí los imagino, soportando el harmattan que ya se dejará sentir, nublando de polvo la cotidianidad. Sí, me acuerdo mucho de ellos. Y de otros como Divine Exorgbe, el responsable de los servicios sociales de Ada, que ahora está en Turquía participando en un programa de intercambio y no para de escribirme. O de nuestro amigo David Ahadzie,que ha sido padre por primera vez en noviembre pasado. Y que en un email reciente, apesadumbrado, me contaba que había tenido que cambiar el nombre de su hija -al menos el que él y su mujer Bernice habían pensado- para seguir la tradición familiar.

Puestos en el mercado de Ada Kasseh. Fotografía del autor.

Y sobre todo llama mucho a casa el Pastor James. Nos informa de cómo van las cosas en la escuelita de Anyakpor que logramos construir con las donaciones de familiares y amigos. Y nos dice que los niños y niñas nos echan de menos. Y que en enero acudirán dos voluntarias alemanas. Que ya tenemos 127 alumnos y que cada vez recibe más solicitudes de la comunidad. Y que le gustaría ampliar la escuelita con un aula más. A ver si las alemanas sueltan algo, le digo. Y se ríe, se ríe mucho y la risa se contagia a través del teléfono.

También hablamos con Mamma Ruth, mujer, madre, esposa y empresaria. No sé en qué orden. Sigue viviendo en la soledad de Ada sin apenas amigas ni opciones de ocio -además de la tele e Internet a la que ella sí tiene acceso-, atendiendo a su marido -gestor bancario-, añorando a sus hijos -los mandó a un internado para que tengan mejores estudios- y manejando sus dos negocios. Mamma Ruth prepara comidas para bodas, funerales -altamente celebrados en Ghana- y otros eventos -elabora por ejemplo los picnics del equipo de fútbol local para sus desplazamientos. Enok estará feliz comiendo su pollo refrito- y también maquilla cadáveres para embellecerlos en los funerales. Cuando alguien fallece -y tiene medios para ello-, el cadáver se coloca en ataúdes con forma de figuras -aviones, coches, animales...- que recordarán ante la comunidad quién fue esa persona. El ataúd permanecerá abierto para que lo despidan amigos, vecinos, familiares y autoridades. Le sacarán fotos y las mostrarán orgullosos. No piensen que hago bromas con esto. El día de la muerte -cuando se produce en la edad adulta- es el más importante en Ghana porque es el día en el que la persona se reúne con Dios. Las lágrimas están prohibidas.


A menudo estamos en contacto con la gente del hospital de Ada, donde Elena se dejó el alma para montar un departamento de Fisioterapia que aliviara algunas de las dolencias de las casi 200.000 personas del distrito. Sabemos que el fisioterapeuta y el enfermero locales siguen haciendo bien su trabajo, que les apoya un voluntario inglés con buenas intenciones pero poco friendly y que las vacunas introducidas por UNICEF contra la neumonía y la diarrea se distribuyen ya con normalidad entre la población necesitada. Ghana va reduciendo la mortalidad de menores de cinco años, pero las buenas cifras esconden casos estremecedores. Porque también sabemos y nos duele mucho que Victory, tres añitos y síndrome de down, murió hace apenas un mes por una dolencia que en España ni siquiera es una enfermedad. Era uno de los pacientes más queridos por Elena y uno de los que mejor se encontraba, pero la suerte y la salud cambian en poco tiempo si apenas hay recursos.

Y también tengo noticias de mis colegas de Radio Ada y de un acuerdo con la Universidad Complutense para que alumnos de uno de sus cursos de especialización realicen allí sus prácticas; un acuerdo que parece un tratado internacional porque no termina de culminarse. Las universidades también están de recortes y la manutención y el alojamiento son caballos de batalla. Anyway, sé que siguen bien en la emisora, que de los tres periodistas con los que más trabajé para que coordinaran los informativos es Daniel quien está al frente -los otros han encontrado trabajos mejores-, que han promocionado a Mariah, del área de política y otra de mis apuestas; y siguen colaborando Costelo, Kofi, Isaac, Jacob, Ofelia, Emily y tantos otras personas fundamentales para que la comunidad Dangme esté al tanto de lo que pasa a su alrededor.

En estas fechas, es inevitable que la memoria me traslade a la Nochevieja de 2011, cuando alcancé 40 grados de fiebre, sudaba, deliraba... y la Iglesia de Pentecostés de al lado de casa no dejaba de emitir a todo trapo los discursos de su Pastor.

Y yo sólo quería que ese hombre se callara y no lo hizo en toda la noche. Y el silencio ahora en Madrid, de madrugada, tras las uvas, sólo estropeado por algunos cohetes y petardos, me dibuja una mueca en el rostro.

Y qué decir de la Nochebuena pasada en Ada, sin excesos y sin apenas luz; con Jawey, rastaman, que sigue juntando dinero para su casita en Keta. El vino de cartón, la barracuda a las brasas, la escasa conversación... También sonrío al recordar al Capitán Fadi, libanés. Estoy convencido de que seguirá alterando el pueblo con sus andanzas, extrayendo arena del Volta -tenía concesión para varios años más-, persiguiendo chicas solteras y dándose aires de grandeza, diciendo que va a montar una pizzería y una sala de baile en la única calle asfaltada de aquellos lares. O de Mr Brian Harris, el inglés filtantrópico, que en el ocaso de su vida continuará buscando compañía para contar sus magníficas historias -40 años en Ghana dan para mucho- o para pescar en las movidas aguas del Atlántico. Un buen tipo del que aprendimos muchas cosas.

Ay, cómo pesan las experiencias junto al Maranatha Beach Camp de Winfred. La playita de fina arena, las hamacas, las palmeras, las chalupas. Hoy sólo son un recuerdo traicionero. La nostalgia me hace olvidar, incluso, las dos malarias que tuvo Elena, mi compañera -allí nos casamos, además-. Ay, Ghana, aún no superé esto de colgar las sandalias.

Comentarios

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Muy bueno el artículo sobre realidades que por H o por B siempre se queda fuera de la información que leemos. Los lectores necesitamos más info como esta¡Felicidades¡¡
qué bueno tener noticias del "ghaneante" Angel tras volver a casa :) Eso que sientes, lo llamo saudade jeje
La gente de ghana rabiando por marchar y el periodista añora aquello. No hay nada como ser turista obruni.
Precioso, Ángel, muchas gracias.
Grande, trompikonio. Realmente grande.
Yo tampoco me olvido de mi gente en Koforidua, tengo las sandalias a la vista, en cuanto pueda me escapo de nuevo...
Ángel, yo tengo una hermana gemela de tu nostalgia. Aunque es algo más viejita. Un abrazo grande.
Yo tengo una nostalgia que es hermana gemela. Aunque la mía es un poco más viejita. No se cura Ángel. Como mucho quizá sólo se anestesia, pero leyendo artículos como el tuyo se despierta con toda su saudade.
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Precioso, Ángel, muchas gracias.
Grande, trompikonio. Realmente grande.
Yo tampoco me olvido de mi gente en Koforidua, tengo las sandalias a la vista, en cuanto pueda me escapo de nuevo...
Ángel, yo tengo una hermana gemela de tu nostalgia. Aunque es algo más viejita. Un abrazo grande.
Yo tengo una nostalgia que es hermana gemela. Aunque la mía es un poco más viejita. No se cura Ángel. Como mucho quizá sólo se anestesia, pero leyendo artículos como el tuyo se despierta con toda su saudade.

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