El lujo para experimentar
FOTOS: José Hevia
Resulta paradójico que uno de los conceptos que más se
ha transformado con la crisis sea el que trata de definir la esencia escurridiza
del lujo. Más allá de haber mutado en sustantivo que funciona como un adjetivo
relativo, el lujo ha terminado por convertirse en lo que no tenemos. De ahí que
poseer un lujo modifique el objeto poseído. De ahí que tener un piso se haya
convertido en un lujo. Y de ahí que los nuevos súper ricos busquen lujosas
aventuras en las que poder sufrir y sentir al tiemp...
FOTOS: José Hevia
Resulta paradójico que uno de los conceptos que más se ha transformado con la crisis sea el que trata de definir la esencia escurridiza del lujo. Más allá de haber mutado en sustantivo que funciona como un adjetivo relativo, el lujo ha terminado por convertirse en lo que no tenemos. De ahí que poseer un lujo modifique el objeto poseído. De ahí que tener un piso se haya convertido en un lujo. Y de ahí que los nuevos súper ricos busquen lujosas aventuras en las que poder sufrir y sentir al tiempo que gastan su dinero. En esa línea de indagación, los arquitectos Jaime Oliver y Paloma Hernaiz (Ohlab) realizaron una nueva versión de la centenaria joyería mallorquina Relojería Alemana y aprovecharon para analizar la idea del lujo actual.
Ubicado en el puerto deportivo que Philippe Starck ideó en el sudoeste de la isla, lo mejor que se puede decir del marco que rodea a la nueva joyería es que es nuevo. Puede que también sea lo peor. En ese contexto, ¿cómo renovar la imagen de un clásico de la joyería sin levantar un gueto ni estancarse en el pasado? Los arquitectos entendieron que el lujo para los arquitectos es (más allá de poder trabajar) experimentar. Y, así, indagaron en las formas contemporáneas en que esa oportunidad puede presentarse.
A los antiguos oropeles, los proyectistas opusieron limpieza, sobriedad: las líneas puras del movimiento moderno. Y una vez establecido un juego de cinco cubículos sobriamente cuadrados que deshacen las barreras entre el interior y el exterior del local, optaron por deformar tanta perfección arropando los planos verticales de la joyería con planchas de acero inoxidable capaces de reflejar el entorno y de distorsionarlo a la vez.
Con los yates y los veleros reflejados en los muros del local y con la inusual transparencia de una joyería (insólita frente a la bunquerización habitual en el sector) los arquitectos hicieron hablar al comercio. También lo hicieron brillar. Un techo textil retroiluminado esconde una iluminación uniforme que solo rompe la luz puntual de las vitrinas. Estas, como grietas, rasgan a su vez los cubículos que encierran la oficina, una sala para los clientes especiales y las diversas dependencias del establecimiento.
”El súper-lujo es uno de los pocos lugares donde los arquitectos podemos experimentar hoy, sin límite de recursos, éticamente”, explican los arquitectos. “El lujo puede ser un maquillaje artificial que deforma la realidad que nos rodea, por eso nuestro comentario es casi troyano: se hace desde dentro y sin esconderse. Por eso gusta e incomoda a la vez a todo tipo de públicos”.