Columna

Lo vulgar

Son estos unos tiempos raros, en los que la prudencia se considera vulgar y, al mismo tiempo, escasea

No hay nada más vulgar que mostrarse moderado. Me refiero, cómo no, en lo que se refiere a opiniones políticas. Si esa moderación es una consecuencia de la madurez, la vulgaridad se eleva al cubo, puesto que la última tabla de salvación de algunos talluditos es el radicalismo. Cuando las palabras de los viejos intelectuales alientan a la juventud a salir a la calle y romper farolas se cumplen dos preciosos objetivos: el viejo se queda en casa sin riesgo alguno y, para rematar la faena, se encuentra elevado a una placentera condición de sabio. Nada más vulgar hoy que la moderación. Y ya no diga...

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No hay nada más vulgar que mostrarse moderado. Me refiero, cómo no, en lo que se refiere a opiniones políticas. Si esa moderación es una consecuencia de la madurez, la vulgaridad se eleva al cubo, puesto que la última tabla de salvación de algunos talluditos es el radicalismo. Cuando las palabras de los viejos intelectuales alientan a la juventud a salir a la calle y romper farolas se cumplen dos preciosos objetivos: el viejo se queda en casa sin riesgo alguno y, para rematar la faena, se encuentra elevado a una placentera condición de sabio. Nada más vulgar hoy que la moderación. Y ya no digamos si el moderado, siempre tan medroso, advierte a los jóvenes del peligro que suponen las excrecencias ideológicas que surgen en los períodos de crisis. Si el moderado, o la moderada, tanto da, recuerda que los discursos incendiarios alimentan los sentimientos de rechazo al otro (siendo ese otro inmigrante, adversario político o antipatriota) el moderado se convierte poco menos que en un maestrillo pesado y machacón.

Son estos unos tiempos raros, en los que la prudencia se considera vulgar y, al mismo tiempo, escasea, porque el prudente no se atreve a serlo por temor a ser considerado vulgar. Pero en el fondo de su corazón, o de su mente, los moderados temen que en la oposición política, tan necesaria en momentos en que los ciudadanos se sienten estafados, cundan los discursos populistas, los que alientan lo destructivo como única salida a un larguísimo túnel. Observa esta sobrecogida espectadora lo que estos días pasa en Grecia: los neonazis en el Parlamento burlándose de la experiencia del siglo XX y teniendo enfrente como fuerza emergente a la ultraizquierda. Una mente moderada se preguntaría cómo la fuerza de la razón no ha sido suficiente para defender la idea de Europa. Pero este es un pensamiento tan vulgar como escaso.

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