Columna

El gran premio

Pensamos que los pequeños copian a los grandes, los marginales a los famosos, y las periferias al centro. Pues no. Suele ocurrir al contrario

El premio del certamen literario de Sada, perla de las Mariñas atlánticas, consistirá en el futuro en un almuerzo con el alcalde. No, no se trata de que la persona elegida participe en un ágape antes o después de ser laureada. El galardón lírico, el momento de gloria, el premio per se, es ese privilegio de tomar un piscolabis con el regidor. Lo leo en una esquina de una página local, que es donde se esconden las grandes vanguardias futuristas. La gente está equivocada en materia de novedades. Pensamos que los pequeños copian a los grandes, los marginales a los famosos, y las periferia...

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El premio del certamen literario de Sada, perla de las Mariñas atlánticas, consistirá en el futuro en un almuerzo con el alcalde. No, no se trata de que la persona elegida participe en un ágape antes o después de ser laureada. El galardón lírico, el momento de gloria, el premio per se, es ese privilegio de tomar un piscolabis con el regidor. Lo leo en una esquina de una página local, que es donde se esconden las grandes vanguardias futuristas. La gente está equivocada en materia de novedades. Pensamos que los pequeños copian a los grandes, los marginales a los famosos, y las periferias al centro. Pues no. Suele ocurrir al contrario. Desde los caballos de colores de la aldea de Chagall y los tangos de Carlos Gardel, hasta la bata de guata de Amancio Ortega y la manzana mágica de Steve Jobs, casi todo surge en las esquinas, como los castañeros en invierno. En Wall Street no han desarrollado nada que no sea cerrajería y estafa. A lo que voy. Que el insólito certamen literario no es una ocurrencia anacrónica, restauradora de la piadosa y culta tradición de “echarles de comer” a los pobres, periodistas y poetas, especies todas verbívoras. Cuando ya había caído del carro triunfal, de vuelta a Mondoñedo, y vivía de modestas colaboraciones, Álvaro Cunqueiro fue increpado por otro viajero del autobús: “¡Qué, señor Cunqueiro!... ¡Hay que escribir también de lo achuchada que está la vida!”. Y el genial creador de Merlín e familia anotó con humor doliente: “Aquí tenemos que darlo todo los poetas: hasta las patatas”. Pues ahí vamos. El insólito certamen es un signo que nos anuncia la nueva política cultural y el concepto de mecenazgo. No estamos sólo ante un problema de recortes. Lo que se vislumbra es un proceso de deconstrucción cultural en España. De la idea de exención pasaremos pronto al peligro de extinción de los espacios críticos. El premiado será la Autoridad y el poeta servirá las patatas.

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