Viena, la utopía práctica de la vivienda accesible para la mayoría
Con una tradición socialdemócrata que se remonta a hace un siglo, la capital austriaca ofrece más de 400.000 casas en alquiler barato
Es relativamente sencillo acceder a un apartamento de propiedad pública en Viena. Entre el 75% y el 80% de los vieneses cumple los requisitos para optar a vivir pagando, para siempre, un alquiler moderado y no tener ni que plantearse ser propietarios.
Es sencillo y es barato. Durante tres días visitando este mes de octubre bloques de vivienda social por la capital austriaca,...
Es relativamente sencillo acceder a un apartamento de propiedad pública en Viena. Entre el 75% y el 80% de los vieneses cumple los requisitos para optar a vivir pagando, para siempre, un alquiler moderado y no tener ni que plantearse ser propietarios.
Es sencillo y es barato. Durante tres días visitando este mes de octubre bloques de vivienda social por la capital austriaca, una vecina contó a este periódico que pagaba 370 euros al mes por 70 metros cuadrados en el Karl Marx-Hof, complejo de edificios de los años treinta. Otra, en el otro extremo, desembolsaba 1.200 euros mensuales por 100 metros cuadrados y dos terrazas en Alterlaa, un complejo de los años setenta con piscina y sauna.
“Por nada en el mundo me marcharía”, dijeron casi todos los vecinos entrevistados en los edificios municipales y las cooperativas que han convertido Viena en la ciudad a la que buena parte del mundo acude a buscar soluciones para la crisis del alquiler. Un jubilado afirmó: “Yo de aquí no me voy. Mi próxima residencia tendrá dos metros de largo y medio de ancho. ¿Lo entiende?”
Viena tiene 1,9 millones de habitantes y una tradición de políticas públicas que se remonta a la Viena Roja, tras la Primera Guerra Mundial y la caída de los Habsburgo. Hoy en Austria la extrema derecha es el primer partido en el Parlamento, pero la capital sigue siendo un bastión de los socialdemócratas, que, con la excepción de los años de dictadura y nacionalsocialismo, ha gobernado siempre, con políticas progresistas e igualitarias y también una efectiva red clientelar.
Un 76% de los pisos en la vieja ciudad imperial son de alquiler. Unos 220.000 pertenecen al Ayuntamiento y unos 200.000 a cooperativas que ofrecen también pisos de precio asequible y cuentan con apoyo público. El resultado es una oferta de alquileres baratos, cuya existencia acaba presionando a la baja los alquileres del mercado privado.
Christian Schantl es el responsable de relaciones internacionales de Wiener Wohnen, la mayor empresa pública de vivienda en Europa. Viena se ha convertido en un modelo y él es el encargado de explicarlo y defenderlo ante potenciales ataques que podrían venir, por ejemplo desde Bruselas, por distorsionar el libre mercado. En Viena, explica Schantl, el metro cuadrado en apartamentos públicos cuesta en torno a 8,5 euros con gastos incluidos; en la privada son 15 euros. Para hacerse una idea, según el portal Idealista, en ciudades como Barcelona o Madrid el precio del metro cuadrado ronda los 20 euros.
Schantl cita al periodista una mañana de octubre en el Sonnwendviertel, un barrio nuevo con edificios todavía relucientes, carriles bici, hoteles-boutique, una tienda de bicicletas, supermercados, un tranvía y calles peatonales cerca de la Estación Central. Se construyó entre 2004 y 2022 en unos terrenos de la empresa pública de ferrocarriles. Está en el centro de la ciudad, pero parecen las afueras. Aquí las horas pasan lentas, sin estrés.
En la pradera que hace de avenida central, Schantl enumera las condiciones para alquilar una vivienda social en Viena. Primera condición: ser ciudadano europeo. Segunda: llevar al menos dos años en la ciudad. Tercera: no sobrepasar un umbral de ingresos. Toda persona que ingrese al mes hasta 3.506 euros tiene derecho a un apartamento público. Para una pareja son 5.225 euros mensuales; para tres personas, 5.918; para cuatro, 6.599. Esto significa que la mayoría de los residentes puede optar a estos pisos de alquiler reducido, y que estos se encuentran por todos los barrios y cubren todas las clases sociales. Significa que ocupan un lugar central en el entramado urbano y en el tejido social.
“No es solo para los muy pobres, sino para la clase media”, explica. En Viena, además, quien accede a una vivienda social puede quedarse en ella el resto de su vida e incluso pasarla a sus hijos. Pongamos el caso de un joven con ingresos bajos que recibe un apartamento a precio asequible. Después, prospera en la vida. Se hace rico. Pues seguirá pagando el mismo alquiler barato y no se le podrá obligar a marcharse. Es una de las quejas que plantea, durante una entrevista en el Ayuntamiento de Viena, Peter Sittler, responsable de política de vivienda en el ÖVP, el partido de la oposición conservadora al Gobierno del socialdemócrata SPÖ. En su opinión, el umbral para acceder a la vivienda social es demasiado alto. “Debería ser solo para personas necesitadas”, afirma. No se trataría de echar a los que ya están, sino de subirles el alquiler. Hoy no es así.
Podría argumentarse que lo que hace Viena es subvencionar a los ricos, una redistribución hacia arriba, porque las personas con menos ingresos deben dedicar al alquiler un porcentaje mayor de su renta que las personas con más ingresos. La réplica a esa crítica es que así se ha mantenido una clase media que no vive, como en otros países occidentales, con el agua al cuello al tener que dedicar buena parte de su salario al alquiler o la hipoteca. Otra respuesta la da Christian Schantl, de Wiener Wohnen: “Queremos una sociedad mezclada. Es la manera de evitar situaciones de gueto”, dice.
La vicealcaldesa Kathrin Gaál señala que una de las claves del éxito es disponer de suelo público para la construcción, tres millones de metros cuadrados de reservas en el caso de Viena. “Esto”, dice, “proporciona a los vieneses la certeza de que la vivienda seguirá siendo asequible”.
Pero el modelo vienés no surge de la nada, por lo que “no es posible copiarlo idénticamente”, según Gaál. “El sistema se basa en una tradición de 100 años”.
Hace un siglo, el Imperio Austrohúngaro se acaba de derrumbar. Viena ha pasado de ser la capital de un vasto territorio que abarcaba lenguas, nacionalidades y religiones diversas a convertirse en la capital de una pequeña república. La clase obrera vive en chabolas o casas insalubres. Son tiempos de revoluciones. Cuando los socialdemócratas llegan al poder, ponen en marcha un programa masivo de construcción. “Los socialdemócratas decidieron hacer de Viena un ejemplo de lo que ellos llamaban socialismo municipal”, explica por teléfono la historiadora de Harvard Eve Blau, autora de The Architecture of Red Vienna, 1919-1934. “Era un proyecto para cambiar la sociedad cambiando la ciudad”.
Paseando por Viena, el viajero no se cansa de descubrir complejos de esta época, todos con un estilo difícil de definir. Algunas parecen casas típicas austriacas pero de dimensiones gigantes; otras tienen algo de la arquitectura fascista o estalinista.
“Tiene un aspecto conservador”, describe la historiadora Blau. “Pero, para mí, la política no está en la forma, sino en el plano”. Es política la ubicación del edificio: no en el extrarradio, sino integrada en la ciudad. Y lo es su organización, con jardines públicos y servicios. Esto es lo revolucionario y eneste sentido la Viena roja y la actual son una refutación del modelo urbanístico de los grandes bloques de edificios en las afueras de las ciudades. No es extraño que, durante la visita a Viena, varias personas se refiriesen a las banlieues francesas y sus problemas de discriminación y violencia. La idea era: “Esto no es París”.
El más conocido de estos complejos históricos vieneses es el que lleva el nombre de Karl Marx, construido entre 1927 y 1930 por el arquitecto Karl Ehn con una fachada de más de un kilómetro y jardines interiores y servicios que en su momento le daban un aire de auténtica ciudad dentro de la ciudad. Claudio Magris, en su obra maestra Danubio, escribía que el Karl Marx-Hof “nació de la voluntad de reformar, de la fe en el progreso, del intento de construir una sociedad diferente, abierta a nuevas clases y destinada a ser guiada por esta”. “Hoy en día es fácil sonreír ante esta grisura de caserna”, añadía. “Pero los patios y parterres tienen su alegría melancólica, hablan de los juegos de niños que, antes de existir estas casas, vivían en cuchitriles o cuevas sin nombre, y del orgullo de familias que en estas casas, por primera vez, tuvieron la posibilidad de vivir con dignidad, como personas”.
Ahí está Karin, una jubilada que pasea a su perrito y cuenta que entró en 1983. ¿Cómo logró el piso? “A través del Partido Socialdemócrata”. Hay inquilinos más recientes, como Faraz Saie Hoisseini, nacido en Teherán hace 32 años y con la nacionalidad austriaca, y residente en un piso de 57 metros cuadrados ubicado en el centro exacto de todo el complejo. Dice que paga 750 euros al mes, gastos incluidos. Él es físico de formación, pero también artista, y tiene un piano de cola en el salón. Reside aquí desde hace seis meses. No puede volver a Irán, donde vive su familia. Dice que, a pesar de todo, “la última esperanza de la civilización está en Europa”. La civilización, para él, es esta utopía práctica, la utopía de Karl Marx-Hof, Alterlaa, los nuevos barrios de la estación de tren, esa “voluntad de reformar y la fe en el progreso” de la que hablaba Magris, y que sigue en pie. ¿Por cuanto tiempo?
En uno de los países europeos donde la extrema derecha es más fuerte, no habría que dar nada por seguro, pero es llamativo el consenso que suscita la vivienda pública y accesible. Cuando EL PAÍS pregunta al conservador moderado Sittler si privatizarla es una opción, lo descarta, y menciona los problemas de Berlín con la subida de precios tras vender vivienda social. Explica que ni siquiera la extrema derecha del FPÖ lo pide, pues se postula como “el partido de la gente ‘pequeña”, y estas son las casas donde viven estas personas.
Que la utopía es más complicada de lo que parece se percibe en Alterlaa, el complejo monumental de los años setenta con bloques de 28 pisos. En otras ciudades europeas sería un nido de conflictos sociales y marginación con infraestructuras degradadas; en Viena sigue siendo una ciudad-jardín pulcra y próspera. Pero también uniformemente blanca y envejecida. “Desgraciadamente, tenemos una escuela en la que hay muchos extranjeros, muchos inmigrantes, aunque no viven en el barrio”, dice Wolfgang, el jubilado que solo se marchará de aquí en un ataúd. Nos ha abierto la puerta de la iglesia, que ya raramente se llena, y su voz resuena: “La cristiandad muere lentamente”. Hasta aquí llegan las ideas que avanzan por toda Austria y Europa, y algunos ven en estas ideas un peligro para el ideal socialdemócrata de las casas para todos.
“Viena tiene una herencia cultural, y esta es su herencia social”, dice el veterano periodista Uwe Mauch, quien vive desde los 20 años en un complejo municipal construido en los años cincuenta en el norte de la ciudad. Pero añade una nota de pesimismo: “Me asusta que podamos perderlo”.