Las ‘stablecoins’ y los ecos del pasado
Europa avanza con nuevos desafíos: profundizar su mercado de capitales, consolidar deuda común y articular un compromiso de provisión de liquidez global
Donald Trump afirma querer un dólar “competitivo”, es decir más débil, al tiempo que insiste en preservar su fortaleza y hegemonía internacional. A ello se suma su desdén por la independencia monetaria que provoca desconfianza, junto con su apoyo a unas stablecoins...
Donald Trump afirma querer un dólar “competitivo”, es decir más débil, al tiempo que insiste en preservar su fortaleza y hegemonía internacional. A ello se suma su desdén por la independencia monetaria que provoca desconfianza, junto con su apoyo a unas stablecoins que compiten con el mercado de eurodólares —pilar de la supremacía financiera estadounidense—.
Para entender los supuestos que podrían dar coherencia a este conjunto de posiciones, conviene mirar a la administración Nixon, referencia habitual en el ideario de “hacer grande a América otra vez”. Había entonces un creciente déficit fiscal acomodado por una política monetaria laxa. Inicialmente, el exceso de demanda y las presiones inflacionarias se exportaban parcialmente gracias al régimen mundial de tipos de cambio fijos: otros países debían defender la paridad con el dólar sin permitir que su inflación se disparara. Sin embargo, la divergencia de precios erosionaba la competitividad estadounidense, por lo que Nixon promovía la devaluación del dólar. Pero aquí radica la sutileza: más que devaluar, buscaba la revaluación de otras monedas de forma negociada y selectiva, en un marco en el que Estados Unidos imponía los términos debido a su primacía geopolítica y económica. La célebre frase del secretario del Tesoro John Connally —“nuestra moneda, vuestro problema”— sintetizó esa asimetría.
Y tras el giro hacia tipos flexibles en 1973, la llamada “flexibilidad sucia” permitió a Estados Unidos continuar influyendo, mediante negociaciones bilaterales o a través del G10 y el FMI, en las políticas cambiarias, especialmente de aquellas economías con grandes superávits. Preservando a su vez la hegemonía del dólar gracias al mercado de eurodólares: crédito en dólares generado fuera de Estados Unidos pero intermediado en gran medida por su propia banca y reforzando la demanda internacional por el mayor déficit fiscal.
Aunque dada la creciente participación de la banca de numerosos países, Estados Unidos hoy ha perdido parte de las rentas que obtenía en el mercado de eurodólares. Además, al estar respaldadas exclusivamente por deuda del Tesoro, una stablecoin que reemplaza un depósito en eurodólares desplaza inversión hacia el Tesoro (crowding out tradicional) en detrimento del crédito… ¡a terceros países! Es, para Estados Unidos, una apuesta “genial”.
Pero la historia nos muestra que el mundo no observa complaciente. Ante la estrategia unilateral de Nixon, Europa demostró capacidad de respuesta: Francia y Alemania superaron obstáculos históricos para asegurar mayor autonomía monetaria y estabilidad financiera, creando el ECU, precursor del euro. Hoy Europa, enfrentando obstáculos similares, avanza con nuevos desafíos: profundizar su mercado de capitales, consolidar deuda común y articular un compromiso de provisión de liquidez global. Frente a la visión hegemónica de Trump, asoma un escenario multipolar (con el euro y el yuan como contrapesos) y margen, si prevalece la prudencia, para una cooperación real.