Los inversores activistas amenazan con romper la cristalería de Saint-Gobain
El director general de la multinacional francesa, Benoit Bazin, debe defenderse de los cambios exigidos por los fondos internacionales
Entre las venerables empresas francesas, pocas habrá por encima de Saint-Gobain. Uno de los primeros trabajos de este grupo valorado en 27.000 millones de euros fue la instalación de los adornos del siglo XVII en el Salón de los Espejos de Versalles. Pero cualquier fabricante de casas de cristal, por muy alta que sea la estima de la que goza, debe protegerse del impacto de las rocas que caen. Afortunadamente, el nuevo director general, Benoit Bazin, ha montado un buen escudo protector.
El último en arrojarles ladril...
Entre las venerables empresas francesas, pocas habrá por encima de Saint-Gobain. Uno de los primeros trabajos de este grupo valorado en 27.000 millones de euros fue la instalación de los adornos del siglo XVII en el Salón de los Espejos de Versalles. Pero cualquier fabricante de casas de cristal, por muy alta que sea la estima de la que goza, debe protegerse del impacto de las rocas que caen. Afortunadamente, el nuevo director general, Benoit Bazin, ha montado un buen escudo protector.
El último en arrojarles ladrillos ha sido Bluebell Capital, el inversor activista cuyo historial intimida más de lo que su nombre o volumen dan a entender. Pese a gestionar un patrimonio de apenas 250 millones de euros, el año paso logró, junto con sus aliados de Artisan Partners, derrocar al jefe de Danone.
Bluebell supone una amenaza seria. Al apuntar a unidades menos rentables y con la presencia incómoda como presidente del anterior consejero delegado Pierre-André de Chalendar, Bluebell conecta más de un golpe certero.
Al igual que muchas empresas francesas, Saint-Gobain peca de permitir que los jefes se queden más tiempo del necesario. De Chalendar lleva mucho tiempo procurando sin éxito absorber al grupo químico suizo Sika, y es muy preocupante. También lo es la valoración de Saint-Gobain frente a su rival suizo, ahora más grande y más rentable, con un valor empresarial de 20 veces el beneficio bruto de explotación previsto este año. El de Saint-Gobain cotiza en 5 veces.
El problema de Bluebell tiene más que ver con el momento. De Chalendar prometió en marzo que estaría un máximo de dos años. Eso da tiempo de sobra para encontrar un nuevo presidente que lleve a Saint-Gobain a ser una empresa de ámbito mundial: Europa occidental supuso el 61% de sus 44.000 millones de ventas del pasado año. Tampoco parece que esté obstaculizando los esfuerzos de reconstrucción que desarrolla su sucesor. Benoit Bazin ha salido de mercados marginales para centrarse en Norteamérica y el prometedor nicho de productos bajos en carbono. La respuesta hasta ahora ha sido positiva: las acciones avanzan mejor que las de Sika. Queda mucho camino por recorrer, pero Bazin no se va a dormir en los augustos laureles de Saint-Gobain.
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