El gas mira más allá de Oriente Próximo y desliga sus pasos del petróleo

Pese a la subida de este jueves, el combustible rey en la industria y las calefacciones cotiza solo ligeramente por encima de nivel anterior a la entrada de Irán en el conflicto

Una plataforma petrolera y gasista noruega, en 2019.Carina Johansen (Bloomberg)

Petróleo y gas raramente toman caminos divergentes: sus cotizaciones suelen ir de la mano. Casi siempre, pero no siempre. Los últimos días son el vivo ejemplo de esa asincronía coyuntural: la reciente subida en el barril de brent apenas se ha trasladado —para sorpresa de muchos— a la principal referencia del mercado de gas natural en Europa, el TTF neerlandés, que se ha visto mu...

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Petróleo y gas raramente toman caminos divergentes: sus cotizaciones suelen ir de la mano. Casi siempre, pero no siempre. Los últimos días son el vivo ejemplo de esa asincronía coyuntural: la reciente subida en el barril de brent apenas se ha trasladado —para sorpresa de muchos— a la principal referencia del mercado de gas natural en Europa, el TTF neerlandés, que se ha visto mucho menos sacudido a los acontecimientos de los últimos días en Oriente Próximo.

A las puertas de la temporada de frío en el hemisferio norte, cuando el consumo de gas crece exponencialmente, y a pesar de la subida registrada este jueves, el precio del combustible rey en la industria y en las calefacciones del Viejo Continente cotiza prácticamente al mismo nivel que a principios de la semana pasada. Como si Irán —séptimo productor mundial de gas y segundo por reservas— no hubiese entrado de lleno en el conflicto. Como si el temor a un ataque de Israel sobre sus infraestructuras —“un riesgo significativo, aunque menos probable que un ataque sobre instalaciones militares”, en palabras de Fernando Ferreira, director de riesgo geopolítico de Rapidan Energy Group— no fuese una opción real. Y como si el cierre del estrecho de Ormuz —un enclave fundamental para el tránsito de hidrocarburos: por allí pasa el 20% del gas natural licuado (GNL, el que viaja por barco) que se mueve cada día en el mundo—, no hubiese dejado de ser una opción remota para convertirse en algo aún lejano pero ya plausible.

“Los precios del gas respondieron inicialmente a la escalada de tensión en Oriente Próximo, pero, a diferencia del petróleo, se asentaron después”, constata por correo electrónico Tom Marzec-Manser, jefe de análisis del mercado gasista de la consultora británica ICIS. Sin embargo, recuerda, “un aumento en la demanda egipcia, que depende en gran medida del gas israelí, podría reducir a su vez la disponibilidad en Europa. Y una reducción de la producción iraní impactaría en el suministro por gasoducto a Turquía, lo que también tensaría el mercado continental de GNL”. Le tranquiliza, con todo, la reciente reunión entre las autoridades iraníes y cataríes para tratar de garantizar el normal flujo de las exportaciones de gas del emirato al margen de lo que ocurra en la arena geopolítica.

Prima de riesgo

Hay algunas explicaciones posibles a que el gas, un activo habitualmente más nervioso y volátil que el crudo, no haya seguido a pies juntillas los pasos de su hermano mayor. La primera y quizá más importante es que mientras el precio del petróleo languidecía en verano, el del metano se mantenía vigoroso. Sin apenas responder, por ejemplo, al lleno total de los depósitos subterráneos de los Veintisiete (al 95% hoy) o a la aún débil demanda europea. E interiorizando, en cambio, los modelos meteorológicos que atisban un invierno más frío que los últimos por el fenómeno de La Niña.

Ese punto de partida más alto en el precio del gas incorporaba, de por sí, una mayor prima de riesgo por la geopolítica. Tanto por Rusia y Ucrania, como —en menor medida— por Israel, Gaza, Líbano y, ahora, también Irán. Así lo cree Pedro Cantuel, analista energético del grupo Ignis, que ve la reciente convulsión en Oriente Próximo “interiorizada” en el mercado gasista. “Los fundamentales siguen siendo robustos, y ya es conocida la fuerte exposición especulativa en el mercado europeo... Eso, unido a la inestabilidad en zonas que afectan a rutas de GNL, mantiene los precios elevados; en mi opinión, demasiado”, sintetiza. “Otra cosa”, matiza, “sería que escalase el conflicto en Oriente Próximo”.

A diferencia del petróleo, donde la mayoría de proyecciones apuntan a un claro estancamiento de la demanda en los próximos años —con la UE y China habiendo dejado ya atrás su pico máximo de consumo—, en el caso del gas natural la mayoría de proyecciones apuntan aún a una década larga de crecimiento a escala mundial. De ahí, también, que el aterrizaje previsto de los precios vaya a llegar algo más tarde.

Sin impacto sobre el precio de la luz

La situación actual poco tiene que ver con la inmediatamente posterior la invasión rusa de Ucrania. No solo por la dimensión de la crisis de precios —aún muy incipiente hoy; la mayor de la historia del Viejo Continente hace un par de años—, sino porque ahora el epicentro del terremoto está claramente situado en el crudo y no en el gas. “El mayor riesgo actual en el mercado de gasista, de hecho, es un invierno frío en Europa”, aquilata Marzec-Manser.

Ese cambio de tornas también tiene impacto sectorial: la escalada del petróleo afecta, sobre todo, al transporte; la del gas, en cambio, se ceba tanto con la industria como con los consumidores minoristas. Así ocurrió en el aciago 2022, en el que estos vieron disparado tanto el coste de calefactar sus hogares como el de su factura de la luz.

Lejos de subir, el precio mayorista de la electricidad es hoy incluso menor que hace un par de semanas. No solo porque el gas no ha seguido los pasos del crudo, sino por la mayor aportación de las renovables gracias al viento (que activa los aerogeneradores) y la lluvia (que eleva la generación de los saltos de agua) en buena parte del continente europeo. Un colchón importante, que también limita los canales de contagio sobre familias y pymes.

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