La economía europea esquiva la recesión y cierra estancada 2023

La zona euro apenas creció un 0,5% durante todo el año pasado

Un empleado prepara un robot en una fábrica del grupo Volvo en Garchizy, Francia.Nathan Laine (Bloomberg)

La economía europea ha acabado el año absolutamente estancada. El PIB del último trimestre de 2023 no se movió respecto a los tres meses anteriores, un 0% dicen los números que ha publicado este martes Eurostat para la zona euro y el conjunto de la UE. Estos datos continúan con la situación de estancamiento económico que se ha visto durante todo 2023, hasta llegar a un crecimiento de apenas el 0,5%, resultado que se debe sobr...

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La economía europea ha acabado el año absolutamente estancada. El PIB del último trimestre de 2023 no se movió respecto a los tres meses anteriores, un 0% dicen los números que ha publicado este martes Eurostat para la zona euro y el conjunto de la UE. Estos datos continúan con la situación de estancamiento económico que se ha visto durante todo 2023, hasta llegar a un crecimiento de apenas el 0,5%, resultado que se debe sobre todo a la inercia del final de 2022.

De la parálisis que vive la economía europea ha habido noticias todo el año. Los datos que ha ido publicando la oficina europea de estadísticas, Eurostat, muestran que la UE y la zona euro se han pasado 2023 al borde de la recesión técnica. Si la han esquivado —con permiso de que alguna revisión posterior de los datos divulgados este miércoles no cambie la conclusión preliminar— ha sido por apenas décimas. Por ejemplo, entre julio y septiembre del año pasado hubo una leve contracción del -0,1%; al siguiente, ese 0% que evita el encadenamiento de dos trimestres consecutivos de caída y hubiera llegado a Europa a la recesión técnica.

Las cifras del PIB de los últimos años arrojan una radiografía bastante aproximada de la montaña rusa en la que vive Europa —y el mundo— en lo que va de década y de sus consecuencias económicas: el desplome provocado por la pandemia, la recuperación a velocidad de crucero, los trompicones que provocaron los cuellos de botella en las cadenas de suministros, el miedo que siguió a la invasión de Ucrania por Rusia y, finalmente, el frenazo causado por la crisis energética, la inflación y la respuesta de la política monetaria, todo aderezado por una China que ya no importa made in Germany como lo hacía.

Y es este último capítulo el que está leyendo la economía europea en estos momentos, el del frenazo que la ha llevado a un estancamiento en el que parece que va a seguir en el futuro próximo o, al menos, del que saldrá poco a poco a tenor de las previsiones divulgadas por los servicios de estudios públicos y privados en los últimos dos meses. Goldman Sachs vaticina un ligero crecimiento del 0,7% para la zona euro en 2024. ING publicaba un informe largo hace unas pocas semanas en el que repetía una y otra vez la palabra “estancamiento”. La Comisión Europea, en su última predicción del año pasado, apuntaba a un ligero crecimiento del 1,2%, cifra que puede ser revisada en las próximas semanas.

Esa debilidad sigue, por ahora, vinculada a alguna de las causas que provocaron el frenazo que trajo la invasión de Ucrania por Rusia. La inflación ha bajado mucho desde los altísimos niveles que estaba hace 12 meses (por encima del 10%), pero sigue alta. Los precios se resisten a volver a los aledaños del 2% que persigue el Banco Central Europeo (BCE) y, además, de vez en cuando dejan algún que otro susto con repuntes como el visto en enero en España. Eso lleva al ortodoxo guardián de la política monetaria a obviar de momento las señales de debilidad económica y seguir con su brújula orientada exclusivamente al control del IPC, es decir, tipos de interés altos que encarecen el crédito y acaban por enfriar la actividad económica. La fortaleza mostrada por los mercados laborales —incluso en el español, eternamente enfermo— le permite por ahora mantener ese rumbo y postergar, por el momento, bajadas de tipos de interés.

También la situación alemana pone mucho de su parte para explicar por qué la economía europea está parada. La primera economía del continente está sufriendo, por un lado, el cambio de su modelo energético: el gas barato ruso ha dejado de fluir por los gasoductos y con él se ha esfumado parte de la competitividad industrial germana. Y, por otro, China ya no importa como lo hacía por las tensiones geopolíticas y porque el propio modelo económico del gigante asiático también está en cuestión, sus espectaculares cifras de crecimiento cercanas a dos dígitos van quedando lejos, Goldman prevé un modesto aumento de actividad del 4,8%. Eso ha llevado a Alemania a una contracción del 0,3% en el último trimestre de 2023, que viene precedido de otros dos trimestres de estancamiento absoluto (0%).

Las incertidumbres geopolíticas también ponen de su parte para explicar la debilidad económica. La guerra en Ucrania se prolonga y se encamina hacia su tercer año sin visos de que vaya a resolverse pronto, una vez ha quedado claro la impotencia de Kiev para recuperar lo perdido en los primeros compases de la invasión. Los bombardeos israelíes en Gaza se prolongan todavía y casi no pasa una semana sin que haya alguna noticia que amenace por extender el conflicto en la región (agresiones a barcos en el mar Rojo, asesinatos selectivos en Líbano, atentados en Irán, milicias aliadas del régimen de los ayatolás que atacan bases estadounidenses en la zona).

Y sobre toda esa coyuntura planea la necesidad estructural que tiene la Unión Europea —y el planeta entero— de cambiar su modelo de crecimiento y descarbonizar la economía. Esa transición puede suponer, en el corto plazo, pérdida de competitividad y, al mismo tiempo y durante un largo periodo de tiempo, ingentes inversiones que la eviten o amortigüen. Ese dinero tiene que llegar del sector privado y del público, pero este último está atrapado entre la necesidad de inversión y la de reducción de los altísimos niveles de deuda a los que, en parte, se ha llegado en esos años de montaña rusa que se ha vivido en lo que va de década.

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