Javier Biosca, la historia del mayor estafador de España en criptomonedas que acabó en suicidio
El gurú de monedas digitales embaucó desde Toledo a 930 inversores y sucumbió al acoso de las mafias internacionales
Un estafador sin carisma, una familia diseñada para aparentar, una moneda virtual que se hunde, cientos de estafados y un grupo de mafiosos queriendo asesinarlo. Las últimas horas de Javier Biosca, el mayor estafador de criptomonedas de España, son las de un hombre angustiado al que ya no le quedaba ni rastro del avión privado, la mansión de Marbella, los coches de lujo, ni la decena de escoltas que llegó a tener. Cuando el martes a las 11.15 de la ma...
Un estafador sin carisma, una familia diseñada para aparentar, una moneda virtual que se hunde, cientos de estafados y un grupo de mafiosos queriendo asesinarlo. Las últimas horas de Javier Biosca, el mayor estafador de criptomonedas de España, son las de un hombre angustiado al que ya no le quedaba ni rastro del avión privado, la mansión de Marbella, los coches de lujo, ni la decena de escoltas que llegó a tener. Cuando el martes a las 11.15 de la mañana Javier Biosca se lanzó desde la quinta planta de un hotel de Estepona terminaba una carrera como broker internacional tan breve e irregular como las criptomonedas que manejaba. Su mujer y su hijo lamentaron lo sucedido, pero los 930 estafados primero dudaron que fuera él y después, que fuera un suicidio.
Durante el año que jugó a ser un gurú de las criptomonedas, de marzo de 2019 al otoño de 2020, combinando sofisticadas palabras como “blockchain”, “wallet o “algoritmo” con vulgares técnicas de una estafa piramidal, logró engañar a cientos de clientes, entre los que hay abogados, notarios o empresarios que perdieron entre 10.000 y 50.000 euros, pero también a peligrosos mafiosos rusos y rumanos asentados en Marbella que exigían su dinero y con quienes se habría reunido horas antes de lanzarse al vacío, según fuentes policiales consultadas por EL PAÍS. Cuando este viernes fue enterrado en Estepona, solo un reducido grupo de familiares asistió al sepelio. Ahí estaba su madre, su esposa, un sobrino huérfano y alguno de los pocos amigos que le quedaban a los que no debía ni dinero ni favores. “Al menos no vino la prensa”, dice con resignación uno de ellos, presente en el sepelio. Nadie quiso abrir el féretro debido al estado en que había quedado el cuerpo y con unas palas de tierra sobre el ataúd se puso el punto final a una vertiginosa carrera que en poco tiempo había pasado de una ferretería de pueblo a querer comprar un banco en Cabo Verde.
Javier Biosca nació hace 50 años en Barcelona, donde vivió hasta 2001, cuando se enamoró de Paloma Gallardo, una peluquera de Toledo, con quien se fue a vivir a Torrijos, un municipio de 10.000 habitantes donde intentó montar una ferretería. Poco después se fue a vivir a Fuensalida, un pueblo cercano de 13.000 habitantes donde hacía páginas web por encargo. Empezó a invertir en bitcoin y a perfeccionar lo que él llamaba su robot, un programa informático que le permitía realizar miles de operaciones de compra y venta de monedas de forma simultánea. En 2019 fundó en Londres Algorithms Group, una firma dedicada a captar a pequeños inversores ansiosos por subirse a la moda de las criptomonedas. Las primeras víctimas fueron 19 amigos a quienes propuso tres tipos de inversiones: bitcoin, la estrella de las criptomonedas; etherum, la segunda de mayor capitalización; y litecoin, una prometedora alternativa al bitcoin.
Biosca se presentaba como un experto capaz de aumentar entre el 20% y el 25% la inversión cada semana. Cuando en el verano de 2019 comenzó a operar, el bitcoin tenía un valor cercano a los 10.000 euros.
De la mano de su esposa, descrita por la abogada de los afectados, Emilia Zaballos, como una persona “ambiciosa y manipuladora que hacía de Javier lo que quería”, las operaciones crecieron como la espuma y pronto los 19 incautos se convirtieron en decenas y un año después ya eran cientos. Biosca había contratado a cuatro personas que ejercían de relaciones públicas captando clientes por toda España. Entre ellos había empresarios de Barcelona, notarios de Madrid, constructores de Valencia o industriales de Asturias que no dudaban en coger el avión privado para cerrar una inversión y a los que durante los primeros meses se les pagaba religiosamente.
Pero las tres monedas comenzaron a perder valor a un ritmo inversamente proporcional a la velocidad con la que llegaban nuevos clientes. Los beneficios podían recuperarse o reinvertirse con solo enviar un mensaje de WhatsApp. Un año después, comenzaron a ralentizarse los pagos y poco después a caer las comisiones: al 15%, al 10%, después al 8%... hasta que a finales de 2020, Algorithms Group dejó de pagar a sus clientes. En ese momento el valor del bitcoin rondaba los 15.700 euros.
Lujo en Marbella
En la localidad toledana de Torrijos nadie lo recuerda. Dedicada al vino y la ganadería, con su colegiata barroca, sus banderas de España en los balcones y sus calles de “Gibraltar español” y “Batalla del Ebro”, lo único internacional son los emigrantes marroquíes que pueblan sus calles y el Bar Suizo que vende cafés frente al Ayuntamiento. En la ferretería Avenida el dueño no recuerda a ningún colega que se hiciera millonario y el único Biosca que pasó por aquí era un representante de material eléctrico de Madrid.
En el sur lo recuerdan mejor. Pocos meses después de comenzar a ganar dinero, la familia Biosca dejó la pequeña casa de Toledo y se mudó a una espectacular mansión en Marbella. En el mundo de las criptomonedas la apariencia es tan importante como su valor en los mercados para posicionar un producto inestable y cuestionado. Alquiló una mansión por la que pagaba 15.000 euros mensuales y abonó un año por adelantado. Después alquiló varios vehículos de lujo por los que pagaba 3.000 euros mensuales para fingir un nivel de vida con el que impresionar a sus potenciales clientes. Sus apoteósicas fiestas fueron la sensación en la Costa del Sol. Para su seguridad mandó instalar cuatro cajas de seguridad en el chalet y contrató un equipo de 10 escoltas, entre los que había expolicías españoles y colombianos. Durante un año, el dinero entró a manos llenas en la casa, mientras inversores de todo el país llegaban en avión privado a la mansión. Era tanto el dinero que pasaba por sus manos que Biosca inició contactos para comprar un banco en Cabo Verde y otro en Guinea Bissau.
Cuando ya era un secreto a gritos que cientos de personas habían perdido sus inversiones, los afectados denunciaron los hechos en marzo de 2021 y el juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz decretó una orden internacional de búsqueda y captura contra Biosca por un rosario de delitos como estafa, blanqueo de capitales, apropiación indebida, falsedad en documento público, blanqueo de capitales y organización criminal. La policía tardó cuatro meses en capturarlo cuando, durante un control rutinario en Nerja, tuvo que enseñar el DNI a la policía. Biosca pasó en la cárcel ocho meses, hasta marzo de 2022, cuando un misterioso fiador depositó una fianza de un millón de euros para que pudiera recuperar la libertad.
“Dandi, qué estás hecho un dandi”, le dijo su abogado a las puertas de la prisión nada más recuperar la libertad. Biosca era en realidad un juguete roto que había perdido 20 kilos y al que le habían dado una paliza en prisión. Según dos personas cercanas a la familia, el fiador era en realidad un grupo de estafados que con su salida quería obligarlo a devolver el dinero mediante extorsiones y hasta un secuestro denunciado ante la Guardia Civil. Cuando se dieron cuenta de que el dinero jamás llegaría, retiraron la fianza y la Audiencia Nacional volvió a ordenar su ingreso en prisión en julio de 2022. “Le aterraba la idea de volver a la cárcel o de que le pegaran dos tiros en la calle”, reconoce una persona cercana a Biosca. La Audiencia Nacional lo acusaba de un presunto fraude de 815 millones de euros, pero las mafias más peligrosas con las que se había codeado durante sus fiestas de Marbella, ya estaban tras sus pasos para recuperar su dinero.
“Vivía angustiado por miedo a que le mataran los grupos de kosovares, rusos y búlgaros a los que había estafado”, dice la abogada. La asociación que encabeza considera que el dinero sigue en manos de su esposa y su hijo. “Ella era la que manejaba las claves y la que tenía acceso al dinero”, insiste. La abogada ha señalado a Luis Monje, otro de los investigados, a quien acusa de ser el testaferro de Biosca.
Monje, sin embargo, se considera otro estafado más y aclara que su cercanía se debía a su interés “en recuperar 1,5 millones de euros”, explica desde Sevilla. “La abogada de los afectados no dice que ella invirtió 50.000 euros en metálico en bitcoins y la propia Audiencia Nacional le ha pedido que aclare el origen del dinero”, añade. Las fuentes policiales consultadas por EL PAÍS confirman que Monje no estaba en Estepona el día de su muerte y apuntan, sin embargo, a que horas antes se reunió con delincuentes locales. Lo que le dijeron o la clase de amenazas que recibió Biosca son un misterio tan grande y profundo como las criptomonedas que manejaba.