Los sordos piden paso en el mercado laboral: “No tengan miedo de contratarnos”

El colectivo denuncia las barreras con la que sigue encontrándose a la hora de conseguir un empleo por el desconocimiento de las empresas sobre sus capacidades

De izquierda a derecha, Raquel Bravo, Paula Bak y Lola Soroa, en la sede de la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE), en Madrid.Luis Sevillano

Lola Soroa, Paula Bak y Raquel Bravo se abrazan y sonríen antes y después de posar para las fotografías que ilustran este reportaje. Mueven las manos y la boca a toda velocidad. Son sordas, y las tres repiten el mismo mensaje: “Dejad de tenernos miedo”. Se lo dicen a toda la sociedad, pero particularmente a los empresarios, porque a pesar de la mejoría que ha experimentado el mercado de trabajo a lo largo de 2022 —...

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Lola Soroa, Paula Bak y Raquel Bravo se abrazan y sonríen antes y después de posar para las fotografías que ilustran este reportaje. Mueven las manos y la boca a toda velocidad. Son sordas, y las tres repiten el mismo mensaje: “Dejad de tenernos miedo”. Se lo dicen a toda la sociedad, pero particularmente a los empresarios, porque a pesar de la mejoría que ha experimentado el mercado de trabajo a lo largo de 2022con menos parados y más trabajadores que hace seis meses―, el colectivo de personas con discapacidad auditiva sigue sin tenerlo fácil para encontrar trabajo. Soroa y Bak lo tienen; Bravo no. Como en las fotos, está a la sombra de un sol laboral que sigue dándole la espalda. Y este rechazo genera consecuencias: según el último estudio de la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE), los jóvenes sin audición afrontan la búsqueda de empleo con “desmotivación, frustración y ansiedad”.

La conversación con las tres protagonistas se produce gracias a la participación de Olga, que lleva 20 años ejerciendo de intérprete. “La empresa tiene que quitarse ese miedo a contratar a personas sordas. Hablan de integración y de inclusión, pero son palabras vacías. No es la realidad”, denuncia Soroa, portavoz de la CNSE y miembro de la Federación de Personas Sordas de la Comunidad de Madrid desde hace ocho años.

Su diagnóstico acerca de las complicaciones a las que se enfrenta este colectivo en el entorno laboral comienza negando la mayor: “La ley no se cumple”, asegura. La normativa dice las compañías que cuentan con más de 50 trabajadores están obligadas a que el 2% de su plantilla la conformen personas con discapacidad. Además, al hacerlo pueden llegar a beneficiarse de deducciones de hasta 6.300 euros anuales en función del sexo, el grado de discapacidad y la edad del empleado. “Esto no está sucediendo y es la primera barrera con la que nos encontramos”, lamenta.

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España hay 4.211.600 personas con algún tipo de discapacidad en edad de trabajar (mayores de 16 años); de las que 1.224.900 son sordas. En 2020, la tasa de empleo para el colectivo de discapacitados fue del 26,7%, casi tres veces menor que la de trabajadores sin discapacidad (64,3%); y su tasa de paro se situó entonces siete puntos por encima de la del resto de trabajadores (22,4% y 15,4%, respectivamente). Aunque esta ha ido reduciéndose año tras año, se ha mantenido constantemente en valores mucho más elevados.

La entrada al mercado de trabajo supone todo un ejercicio de fe. “Para empezar, la empresa normalmente no contrata directamente a las personas con discapacidad, sino que las subcontrata. Y después, cuando te encuentras en medio de una entrevista de trabajo, te hacen las preguntas más disparatadas: ¿Puedes coger un teléfono? ¿Tú hablas? ¿Cómo te comunicas con las personas oyentes? Son cuestiones que demuestran un enorme desconocimiento acerca de nuestras capacidades”, comenta Soroa.

“Yo no pongo en mi currículum que soy sorda. Espero a que se produzca algún problema de comunicación para decirlo. Si veo que nos vamos comunicando, fenomenal. Si no, cuando les digo que soy una persona sorda, veo cómo les cambia la cara y ya me estereotipan”, reconoce Bravo, que aunque puede expresarse oralmente, prefiere hacerlo a través de la lengua de signos. Tiene 25 años, y está desempleada y harta de escuchar siempre las mismas excusas. “Soy una persona como cualquier otra. No tengo ningún tipo de barrera. Nunca he pensado, ¿por qué no? Yo sí que puedo, de sobra. Una persona sorda puede trabajar perfectamente. El problema es de la sociedad, que nos tiene estereotipados porque no oímos, y eso es algo que nos molesta mucho”, defiende.

Para confrontar el argumento recurrente de las limitaciones, se presenta todo un listado de virtudes. “Hay muchas razones para contratar a las personas sordas: son buenos trabajadores porque disponen de una mayor concentración, son muy buenos a nivel visual y gestual, son capaces de crear sinergias sin ningún problema con otros compañeros, tienen una perspectiva diferente de las personas oyentes y son grandes conductores”, enumera Soroa.

Bak tiene 26 años y trabaja como administrativa en el área económico-financiera de la CNSE, mientras estudia un doble grado de Lengua de Signos Española y Comunidad Sorda, y Trabajo Social en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Aunque en su entorno laboral predominan las personas con discapacidad auditiva, sigue considerándose una trabajadora como cualquier otra. Confiesa que en su currículum especifica que es sorda, y que se pongan en contacto con ella a través del correo electrónico. Pero muchas veces le han llamado por teléfono, lo que ha impedido que pudiera llevarse a cabo la entrevista. “Las personas que están en el mundo oyente no hacen distinciones. Hay mucho estereotipo y desconocimiento sobre la comunidad sorda. Me considero una persona responsable y ordenada. Incluso, gracias a SVIsual ―una herramienta informática que permite a las personas sordas comunicarse con las oyentes por medio de intérpretes, a distancia y en tiempo real, a través de sus dispositivos―, puedo coger el teléfono. Cualquier empresa puede aprovechar mi capacidad, igual que la del resto de personas oyentes. Hay mucho talento desperdiciado”.

De izquierda a derecha, Lola Soroa, Paula Bak y Raquel Bravo.Luis Sevillano Arribas

Las dificultades para formarse también contribuyen a que los volúmenes de desempleo dentro del colectivo sigan sin desinflarse. Según los datos del estudio de CNSE, la proporción de personas sordas con estudios superiores es la mitad de la alcanzada por la población general (18,2%). Y si bien se observan mejores niveles formativos entre los más jóvenes, prácticamente, solo uno de cada diez cuenta con un grado universitario. “Yo llegué a la universidad gracias a que el movimiento asociativo presionó para que yo consiguiera un intérprete. Si no, me hubiera resultado imposible y hubiera acabado seguro trabajando de limpiadora o en paro”, apunta Soroa.

Para superar esas trabas, las soluciones que se plantean desde la Confederación ―integrada por 18 federaciones, y con más de 120 asociaciones provinciales y locales afiliadas en todo el Estado― pasan porque desde las instituciones se establezcan como prioritarias fórmulas que fomenten el empleo de las personas sordas. Y que, de manera más inmediata, se ajuste la normativa de prevención de riesgos laborales a la realidad de este colectivo, ya que en la actualidad genera una serie de limitaciones que imposibilitan su acceso a determinados empleos. “Somos personas resilientes y acostumbradas a romper barreras. No tengan miedo de contratarnos”, reclama Soroa.

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