Cádiz planta la semilla del desencanto
La huelga del metal es la primera gran señal de protesta en una comarca que ve desaparecer su tejido industrial
José Falla tiene 56 años y José Mari Díaz, 19. No se conocen de nada, pero sus historias empiezan a parecerse peligrosamente. Falla terminó la EGB con 14 años y se presentó a un examen que había entonces para los hijos de los operarios de Astilleros que quisieran entrar en la empresa. “Había 22 plazas y se apuntaron más de 200″, explica mientras participa en una de ...
José Falla tiene 56 años y José Mari Díaz, 19. No se conocen de nada, pero sus historias empiezan a parecerse peligrosamente. Falla terminó la EGB con 14 años y se presentó a un examen que había entonces para los hijos de los operarios de Astilleros que quisieran entrar en la empresa. “Había 22 plazas y se apuntaron más de 200″, explica mientras participa en una de las manifestaciones celebradas en Cádiz para apoyar la huelga del metal. “Yo quedé en el puesto 17. Me dieron a elegir entre varios oficios y opté por el de ajustador. Me enviaron entonces a una escuela de maestría durante cinco años. Si aprobabas todos los cursos, entrabas fijo en Astilleros. Y aprobé. Pero ya tenía 19 años y tuve que pedir una excedencia para hacer la mili. Cuando regresé, en plena reconversión industrial de los ochenta, me despidieron. Los otros compañeros y yo pleiteamos y nos indemnizaron con dos años de paro. Y así empezó mi vida laboral: cobrando el paro sin haber cotizado. ¿Quiere que le siga contando? Porque mi vida laboral da para un libro, pero no uno cualquiera, sino un best seller”.
El libro de José Mari Díaz está todavía por escribir, pero a sus 19 años ya conoce los miedos y la angustia que acompañan desde hace generaciones a la estirpe del metal en la bahía de Cádiz. Su padre mismo, montador de andamios, tuvo con frecuencia que buscar fuera el trabajo que aquí no había: “Ha estado en Barcelona, en Portugal, en Francia, en la isla Guadalupe... Cuando se iba, yo veía a mi madre triste, y mi hermana y yo también lo estábamos. Él, cuando volvía, nos contaba las lágrimas que había echado por nosotros. ¿Quién paga eso?”.
Díaz y su amigo Juan Antonio Sánchez estudian un grado superior de Construcciones Metálicas en el Instituto de Educación Secundaria (IES) Virgen del Carmen de Puerto Real. Les gustaría terminar de estudiar, encontrar un trabajo con un sueldo digno, quedarse en Cádiz —“que es donde mejor se está”—, pero a continuación reconocen que todo eso pertenece más al mundo de la fantasía que a la realidad. “Nos gustaría seguir estudiando, pero necesitamos ganar dinero para ayudar en casa”, reflexionan al alimón Díaz y Sánchez junto a la reja que circunda la factoría de Navantia. “Todo se pone en contra: las condiciones laborales, que ya no son muy buenas, van a peor y, por si fuera poco, no hay apenas carga de trabajo en los astilleros. Es muy difícil sentirse motivado para aprender un oficio que luego no vas a poder ejercer aquí. Miramos hacia adelante y nos vemos en el extranjero”.
Carlos Muñoz, el director del centro donde ellos y más de 300 alumnos se preparan para un oficio relacionado con la construcción de barcos y aviones, entiende a los jóvenes y da la impresión de que también sufre con ellos. “La industria naval es muy frágil”, comenta. “Es una montaña rusa constante. Y la comarca de la bahía de Cádiz está muy influenciada por esos movimientos de sube y baja. Ahora estamos pasando momentos muy delicados, estamos en lo más profundo, y se nota en el ánimo de nuestros chicos. Hay que tener en cuenta que aquí hay todo para que esto funcione. Hay mano de obra con ganas de trabajar, una formación especializada, unas instalaciones punteras… Estamos conectados con las empresas del sector naval y aeronáutico para que den trabajo a nuestros alumnos. Lo tenemos todo, pero con un futuro tan oscuro en esos sectores, cuesta mucho trabajo animarlos. Es una pena que esto suceda. Es increíble que esto pase… Qué está pasando”.
Es la pregunta que se hacían los trabajadores el jueves por la mañana en la Zona Franca de Cádiz, con el alivio pasajero de haber llegado a un acuerdo con la patronal y terminado con nueve días de huelga, pero con la sensación de que los motivos profundos del malestar —el cierre de algunas empresas y el deterioro paulatino de las demás— siguen existiendo.
“¿Que por qué aquí no llega carga de trabajo y a otras partes de España sí?”, se pregunta un trabajador a la puerta de una de las empresas auxiliares mientras sus compañeros lo escuchan. “Pues tal vez sea porque aquí no hay partidos políticos de los que dependan unos Presupuestos o una investidura”. Los compañeros jalean la respuesta sin un resquicio de duda. El viejo fantasma de la marginación de Andalucía a favor de otras comunidades más influyentes nunca se desvaneció del todo, pero estos días ha resurgido con fuerza junto al convencimiento de que lo que ha sucedido en Cádiz no ha sido exactamente un desencuentro puntual con la patronal por una subida concreta del IPC, sino un ensayo, aunque todavía tímido y desorganizado, de una movilización mayor y más extendida. La semilla del desencanto está plantada.
Solo un día después de que los huelguistas del metal depusieran su actitud, la avenida fue cortada durante unos minutos a la altura del Hospital Puerta del Mar por los trabajadores de la limpieza. Un hombre mayor que pasaba por allí, descontento con el atasco incipiente, buscó complicidad a un lado y otro de la calle… y salió escaldado. —Yo le he dicho que seguramente él tenga la vida resuelta— relató un joven que apuraba su café en una terraza contigua al hospital—, y que por eso mismo todos tendríamos que apoyar a los que no la tienen.
De eso mismo, de si se está perdiendo el espíritu de lucha, hablaron la tarde del jueves Jesús Casas, jubilado de Airbus, y su hija Charuqui, montadora aeronáutica de la misma empresa. Dice Jesús: “Nos hemos vuelto muy conformistas para muchas cosas. Una de las cosas que más me cabreaba de algunos de Astilleros es que se jubilaban con 58 años y decían: ‘El que venga atrás que arree’. Y yo les decía: ‘El que venga atrás es tu hijo, el mío...”. Tercia Charuqui: “Pero, aun siendo así, tu generación se ha hartado de recibir palos y lo que conseguisteis nos ha llegado regalado. Y cuando nos ha llegado una de estas, no hemos sabido reaccionar... Y de unos años para atrás nos han recortado un derecho tras otro y no hemos sabido reaccionar. Hemos visto como la bahía se ha ido muriendo”.
La familia Casas y también Desirée Álvarez, quien fue la primera chapista aeronáutica de España y trabaja ahora en una empresa auxiliar, sostienen que desde hace mucho tiempo se quiere quitar la industria de Cádiz y que se centre en el norte, en Madrid y en Barcelona. “Y dejar esto en exclusiva para el turismo”, relatan, “porque tú puedes entender que una empresa no vaya bien, incluso que dos no vayan bien, pero ¿cuántas empresas han cerrado en Cádiz en los últimos 30 años? Es que no tiene sentido. Mire: Tabacalera, Visteon, Navalis, Talleres Faro... ¿y qué me dices de Delphi? Más de 3.000 personas se fueron a la calle, fue tremendo... ¿De verdad que no hay un plan para dejar que muera la industria en la bahía de Cádiz?”.
José Falla sigue caminando al ritmo de la manifestación. Pone el acento en un detalle importante: “Hay gente que no se explica por qué se ha liado la que se ha liado en Cádiz por dos puntos del IPC. Y yo se lo voy a explicar. Por un lado, los del metal estamos ganando menos dinero que un reponedor de Mercadona. Yo no quiero que ellos ganen menos. ¡Pero es que nosotros hacemos aviones, joé! Por otro lado, la nuestra es una economía de guerra. Si yo gano mil y pocos euros y tengo 600 o 700 de gastos fijos, y va y me suben la hipoteca, la luz, el gas y la comida, ¿de qué puedo prescindir? Estamos empezando a quedarnos sin futuro y con el frigorífico vacío. No sé cuánto va a durar esta calma...”.