La inflación de la zona euro escala hasta niveles desconocidos en los últimos 13 años
Los precios han subido hasta el 3,4% en septiembre, según Eurostat
La inflación se ha despertado en 2021 y ha vuelto a niveles desconocidos desde hace 13 años. En septiembre, el IPC de la zona euro ha subido un 3,4% respecto al mismo mes de 2020, según Eurostat. En los últimos años, casi toda Europa, no solo Alemania, se había acostumbrado a que los precios altos dejaran de ser un dolor de cabeza. Pero el encarecimiento de la energía, los cuellos de botella de las cadenas de producción y el final de algunas...
La inflación se ha despertado en 2021 y ha vuelto a niveles desconocidos desde hace 13 años. En septiembre, el IPC de la zona euro ha subido un 3,4% respecto al mismo mes de 2020, según Eurostat. En los últimos años, casi toda Europa, no solo Alemania, se había acostumbrado a que los precios altos dejaran de ser un dolor de cabeza. Pero el encarecimiento de la energía, los cuellos de botella de las cadenas de producción y el final de algunas medidas impositivas adoptadas para luchar contra la covid han despertado a la inflación. La duda es por cuánto tiempo y, con esa cuestión abierta, se da paso al debate sobre si el Banco Central Europeo (BCE) debe empezar a retirar estímulos, con las duras implicaciones que esto puede tener para las economías endeudadas como la española o la italiana.
El debate ya está ahí. “La inflación del 3,4% en la zona euro pone presión sobre el BCE”, han titulado los analistas económicos del banco holandés ING al poco de publicarse el dato, que en la misma nota hablan de posibles efectos de segunda ronda, es decir, que este aumento de inflación no sea puntual. Esto es lo que Fráncfort parece descartar. La propia presidenta del BCE, Christine Lagarde, ha recalcado esta semana —el lunes lo hizo hasta seis veces en su discurso inaugural de la reunión de banqueros centrales en Sintra (Portugal)— que no va a cambiar sus planes y que mantendrá la política monetaria anunciada, que prevé una reducción de la compra de deuda (ahora en 80.000 millones mensuales) muy paulatina.
Lagarde asienta su posición en las previsiones del organismo que preside, que contemplan una inflación por debajo del 2% en 2022 y todavía más baja (1,5%) en 2023. Con ella están la mayoría de analistas y la mayoría de banqueros centrales, como se ha visto en Sintra. El consenso, por ahora, es amplio. Aunque no falta quien se desmarca, entre ellos Wolfgang Munchau, el director del laboratorio de ideas Eurointelligence, que escribía este viernes que las herramientas que emplean los economistas captan bien la inflación cuando esta tiene un comportamiento normal. “[Pero] estos modelos no funcionan con la estanflación [un periodo de bajo crecimiento y altos precios], como en el aumento de inflación en los años setenta. La situación actual tiene algunas similitudes, y algunas diferencias notables con ese periodo”, analiza.
También es probable que desde el Bundesbank se tenga una visión diferente a la que sale del regulador monetario del euro. Ya a comienzos del mes pasado, su presidente, el conocido halcón Jens Weidmann, lanzó la advertencia de que “el BCE debería vigilar los riesgos de que se acelere la inflación”. De hecho, el órgano que dirige espera que en su país los precios lleguen a subir un 5% a finales de este año. En septiembre, la tasa alcanzó el 4,1%.
Estos niveles de inflación, que en Alemania no se veían desde 1992, alentarán las posiciones en el Consejo de Gobierno del BCE de los halcones, que habitualmente defienden la vuelta de la política monetaria a los raíles de la ortodoxia en la que la brújula solo apunta a la inflación. Una victoria suya se traduciría en una salida más rápida del programa de compra de deuda, turbulencias en los mercados de capital y una subida más temprana de los tipos de interés, lo que para países como España, Italia o Grecia, con una deuda pública que supera holgadamente el 100% del PIB, podría amenazar su recuperación.
Y por aquí se establece la conexión entre este debate y el que, para satisfacción del Gobierno español, se está abriendo paso a la fuerza estos días en Bruselas: los precios de la energía y cómo atajar su crecida desaforada de los últimos meses. Si el IPC general de la eurozona ha subido un 3,4% en septiembre, la energía lo ha hecho un 17,4%. Y no lo ha hecho solo en España, también Alemania (14,3%) o Francia (14,4%) han padecido este fenómeno.
Junto a la energía hay otros dos elementos que explican este aumento de precios: los problemas de abastecimiento que se están produciendo en las cadenas de producción por la falta de microchips y semiconductores (los fabricantes de automóviles han tenido que reducir su actividad) y por la enorme demanda de todo tipo de bienes y servicios una vez se ve la luz al final del túnel de la pandemia; y, específicamente en Alemania, la finalización de las rebajas temporales de IVA adoptadas para amortiguar el impacto económico del coronavirus.
Estos tres ingredientes componen el cóctel presente que tira al alza de los precios en Europa y parece que, por lo que indican los futuros de algunas materias primas, también lo serán para el futuro inmediato, por lo que la escalada no se va a detener aquí. Hasta dónde —por el momento el nivel alcanzado ya ha sorprendido a quienes vaticinaban un cierto aumento para este año— y durante cuánto tiempo son claves para saber cómo condicionará los próximos pasos que van a dar las autoridades políticas y monetarias y la fuerza de la recuperación económica.