China: ley a sangre y fuego
Esta segunda Revolución Cultural, encaminada a erosionar el poder de los grandes elementos burgueses de las compañías tecnológicas, ha puesto los nervios a flor de piel
Hay pocas formas mejores de expresar lo que está ocurriendo en China que el título de la película que el recientemente desaparecido Jean-Paul Belmondo protagonizó en los setenta: Yo impongo mi ley a sangre y fuego. Xi Jinping, bajo una supuesta defensa de la “prosperidad común” y de la “reducción de las desigualdades”, no ha parado de acosar a los gigantes tecnológicos chinos con nuevas regulaciones, imponiéndoles multas por prácticas ...
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Hay pocas formas mejores de expresar lo que está ocurriendo en China que el título de la película que el recientemente desaparecido Jean-Paul Belmondo protagonizó en los setenta: Yo impongo mi ley a sangre y fuego. Xi Jinping, bajo una supuesta defensa de la “prosperidad común” y de la “reducción de las desigualdades”, no ha parado de acosar a los gigantes tecnológicos chinos con nuevas regulaciones, imponiéndoles multas por prácticas monopolísticas y forzando a que las compañías que traten de cotizar fuera del país, como Didi —el Uber chino—, tengan el fracaso asegurado. Todo le vale en la búsqueda del poder absoluto.
Las medidas llegan hasta tal punto, que la nueva reforma de la educación prohíbe las clases privadas e impide obtener rendimiento económico a las empresas de formación. Incluso se acaba de prohibir que los menores puedan jugar a videojuegos online durante más de tres horas por semana.
Esta segunda Revolución Cultural, encaminada a erosionar el poder de los grandes elementos burgueses de las compañías tecnológicas, ha puesto los nervios a flor de piel. Los fondos de inversión han reducido posiciones en China a mínimos de los últimos cinco años. Las compañías de internet pierden un 50% desde máximos mientras que el Hang Seng y el CSI 300 —los índices bursátiles más expuestos a sectores afectados como: consumo online, tecnología, juego, educación y comunicaciones—, ceden un 15% desde febrero y un 4% en el año, frente a la Bolsa global que suma un 17%.
La transformación hacia un mundo digital está cambiando la forma de vivir y acelerando las desigualdades a nivel global. Aunque no es un fenómeno exclusivo de China, la proporción del consumo en el país asiático se ha reducido de manera importante durante los últimos años, a medida que el crecimiento se ha ido ralentizando. Ahora supone el 50% del PIB frente al de otros grandes países desarrollados como EE UU o Alemania (65% y 75%, respectivamente).
Con estas decisiones, es evidente que Xi Jinping trata de garantizarse la victoria en las “elecciones” del próximo año. Tras eliminar en 2018 la limitación de dos mandatos, en 2022 se convertirá en el presidente con más años en el cargo, superando incluso a Mao Zedong.
Aunque parece que la presión sobre algunos sectores persistirá y que la valoración de 13 veces beneficios —un descuento del 30% frente a la Bolsa global— no es exagerada porque son niveles que se han alcanzado varias veces en la última década, los inversores no deberían ponerse demasiado negativos. Para perpetuarse, Xi tendrá que compensar la pérdida de confianza que ha generado, con nuevas políticas monetarias expansivas, justo al contrario de lo que ha venido haciendo hasta ahora. Con ello volverá el impulso del crédito que, durante el último año, ha pasado de +9% a -5,3% y ha sido utilizado para enfriar la recuperación económica más rápida del mundo. Ley a sangre y fuego, pero paciencia.
Joan Bonet Majó es director de Estrategia de Mercados de Banca March.