La campaña de la pesca de anchoa zozobra ante la baja demanda

Los marineros venden el kilo a menos de un euro a la espera de que aparezcan bancos de mayor calibre para elevar el precio

Varios trabajadores con medidas de protección descargan anchoas en el puerto de Hondarribia (Gipuzkoa).Javier Fernández

El patrón del barco abronca a quien osa acercarse a menos de dos metros de sus marineros. La risa de los afanados tripulantes, que descargan cajas y cajas de anchoas para luego embalarlas y mandarlas a la lonja, se intuye por sus ojos mientras su boca y nariz permanecen tapadas por la mascarilla reglamentaria. El pescado se lleva a tierra firme sin que haya, ni por asomo, el metro y medio de distancia social recomendado por las instituciones sanitarias. Los trabajadore...

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El patrón del barco abronca a quien osa acercarse a menos de dos metros de sus marineros. La risa de los afanados tripulantes, que descargan cajas y cajas de anchoas para luego embalarlas y mandarlas a la lonja, se intuye por sus ojos mientras su boca y nariz permanecen tapadas por la mascarilla reglamentaria. El pescado se lleva a tierra firme sin que haya, ni por asomo, el metro y medio de distancia social recomendado por las instituciones sanitarias. Los trabajadores, que han superado las pruebas de coronavirus, lo creen imposible, pero esa no es su preocupación: más le duele el escaso precio al que se venden las capturas.

Las tripulaciones las componen una mezcla equilibrada de españoles e inmigrantes sudamericanos o africanos. Han salido a faenar a primera hora en aguas de Hondarribia (Gipuzkoa) y detrás de los buques se aprecia suelo francés tras las apacibles aguas donde echan sus redes. La campaña, recién comenzada, les ofrece de momento piezas de pequeño tamaño, poco cotizadas en la subasta que acontece en la nave sotechada. La clausura de la restauración tampoco ayuda y la mercancía solo se destina a venta en supermercados o conserveras, que opera muy lejos del 100% de su capacidad.

El peruano Ari Quiñones, que lleva 18 años en las aguas vascas, critica duramente que el kilo de anchoas se quede en 0,75 euros en la lonja. “Nos estamos jugando la vida para nada, a este precio no sacas nada”, subraya, sin parar de trabajar. La abismal caída de la demanda amenaza el jornal de estos empleados, que en circunstancias normales sacan al mes “unos 1.500 euros”. En circunstancias normales, añade, el kilo de esa “antxoa” de menor calibre se vende a unos dos euros por kilo, casi la mitad asimismo que las más grandes.

Una mujer acarrea cajas de anchoas en la lonja de Hondarribia (Gipuzkoa)Javier Hernández

El mensaje común es que al ciudadano le llega un producto muchísimo más caro, algo que les duele especialmente en el contexto actual. Uno de trabajadores relata, resignado, que su pareja fue al mercado y compró por seis euros el kilo de esos peces que en Hondarribia no alcanza el euro. Por no hablar de los ocho o nueve euros por kilo que puede exigir un supermercado. Andrés Olaskoaga, secretario de la cofradía pesquera y que ha pasado 40 de sus 61 años pegado al mar, entiende que los intermediarios tengan que sacar dinero, pero “que al menos no roben a las amas de casa”. Olaskoaga cuenta frente a 11 compradores concentrados en sus pujas, sentados en sus pupitres, que la situación es “muy mala” y que el tamaño del pescado no contribuye. La covid-19 ha cerrado los bares y restaurantes, activos cruciales para el sector. No es la primera vez ni será la última, afirma, que los precios caen tanto. A veces ocurre si se capturan grandes cantidades, sostiene, pero las pandemias no son tan habituales. De hecho, han reducido el cupo de 10 toneladas por navío a solo seis para no colapsar un mercado poco propicio.

Todo el mundo trabaja frenéticamente con mascarilla en esa lonja. Los circuitos de hielo atruenan como si una tormenta cayera sobre los techos; la protección nasal y bucal atenúa el penetrante olor de toneladas de este pescado azul. Los pescadores lamentan que este tejido “ahoga, no deja respirar bien” pero cumplen a rajatabla el requisito. Tan solo se la apartan quienes aguardan su turno en solitario, como el transportista Chema Torrado, hijo y nieto de marineros. El coronavirus impide que pueda descansar o comer en áreas de servicio mientras lleva el pescado a todas partes. “Es una vergüenza, los que menos ganan son los pescadores”, denuncia, mientras plantea que se instale en el mar una tasa de precios mínimos como las que aplica el Gobierno francés y que los agricultores nacionales exigen.

El trasiego de buques prosigue entre lamentos cuando el casco impacta contra el muelle o si se tarda demasiado en empaquetar los bocartes. Juan José Susperregi, patrón de uno de los barcos, hace cuentas y explica que echar las redes “no da para un buen jornal”, pero al fin y al cabo algo hay que hacer mejor que nada. Al menos cubren gastos. La semana pasada capturaron ejemplares muy pequeños y en la lonja de Laredo (Cantabria) les ofrecieron solo 10 céntimos por kilo. Las anchoas acabaron en el Banco de Alimentos para que las cocinaran de inmediato y no se desperdiciaran. Las fábricas de conservas, prosigue este hombre de 55 años que empezó a trabajar con 14, operan a medio rendimiento. Y gracias. Los marineros levan anclas y vuelven a faenar con la esperanza de que la Naturaleza se porte tanto con la aparición de peces más grandes como con la erradicación del virus.

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