OBITUARIO | 'IN MEMORIAM'

Cándido Velázquez-Gaztelu, ejemplo de honradez, fidelidad y buen gestor

Su trayectoria está marcada por su paso por Coca-Cola, Telefónica y Tabacalera Inició la expansión internacional de la operadora en países de América Latina

Cándido Velázquez-Gaztelu.CARLOS YAGÜE

Cuesta escribir la semblanza de alguien al que se le tiene un profundo aprecio desde los tiempos en que recibía al periodista joven e iniciático y le transmitía cariño y comprensión, y con el que luego se ha mantenido el afecto mutuo. Eso ocurría con Cándido Velázquez-Gaztelu. Y el apego crece si uno de sus hijos (nuestro apreciado Juan Pedro, Biri) es compañero del periódico y amigo.

Cándido Velázquez-Gaztelu Ruiz murió el jueves a los 76 años en Madrid. Había nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz) y estudiado Derecho en Granada, donde conoció, en la vecina Facultad de Farmacia, a la q...

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Cuesta escribir la semblanza de alguien al que se le tiene un profundo aprecio desde los tiempos en que recibía al periodista joven e iniciático y le transmitía cariño y comprensión, y con el que luego se ha mantenido el afecto mutuo. Eso ocurría con Cándido Velázquez-Gaztelu. Y el apego crece si uno de sus hijos (nuestro apreciado Juan Pedro, Biri) es compañero del periódico y amigo.

Cándido Velázquez-Gaztelu Ruiz murió el jueves a los 76 años en Madrid. Había nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz) y estudiado Derecho en Granada, donde conoció, en la vecina Facultad de Farmacia, a la que sería su esposa, Guadalupe Azpitarte, con la que ha estado casi 60 años de su vida y tuvo cuatro hijos, uno de ellos autista. Motivo este que le concienció para dedicar grandes esfuerzos a la Confederación Autismo España, que presidió.

Su trayectoria ha quedado marcada por el paso por tres empresas (Coca-Cola, Tabacalera y Telefónica) y tres líneas de actuación profesional indelebles: la honradez, la fidelidad a la empresa y la buena gestión. Alrededor de esas tres facetas se expanden otras igual de indelebles como la honestidad, los ideales, la bonhomía o la capacidad para hacer amigos. De lo primero deja testimonio la sencillez que siempre marcó su vida, que en los tiempos que le tocó no era precisamente muy común en los que estaban en el palmito y que alcanzó mayor dimensión, si cabe, por la actuación que desarrolló su sucesor en Telefónica, Juan Villalonga, paladín de la cultura del pelotazo y del dinero fácil. De Velázquez-Gaztelu nadie va a encontrar ningún episodio en el que se saliera de la línea de humildad que le caracterizó. De su fidelidad a la empresa sirva de ejemplo que en su casa, como recuerdan sus hijos, nunca entró una Pepsi-Cola. Y de la buena gestión queda la impronta que dejó en las tres empresas que trabajó; pero, sobre todo, en lo que fue el inicio de la expansión internacional de Telefónica con la entrada en varios países latinoamericanos, que, con el paso del tiempo, condujo a la conversión de la compañía en una las principales multinacionales del planeta.

César Alierta, que hizo el mismo camino que él en Tabacalera y Telefónica y con el que entabló una entrañable amistad, lo resalta con conocimiento de causa: “Siempre se le recordará por su espíritu comercial y por la salida al exterior y consolidación de Telefónica, no lo tuvo fácil en aquellos años noventa; pero hizo de esta empresa un modelo a seguir”. Alierta, que ayer le despidió en el tanatorio, destaca su empeño en hacer una gran empresa y su visión para adelantarse al futuro, aunque eso le supusiera, sobre todo en la adquisición de lo que es su filial peruana, más de alguna crítica que, con el tiempo, sus autores se tuvieron que comer.

Pero Cándido Velázquez-Gaztelu siempre guardó silencio y, como nunca acostumbraba a hablar mal de nadie, tampoco lo hizo de esos detractores. Mantuvo la calma y la transmitía a su gente, que se sentía muy arropada por el jefe. Cándido presidió Telefónica durante siete años (de 1989 a 1996). Sustituyó en el cargo a Luis Solana (primer presidente de la operadora tras el triunfo socialista de 1982), quien había salido quemado de una gestión difícil. La primera actuación importante fue precisamente la reducción de la lista de espera, que superaba las 600.000 peticiones y que, en los tiempos actuales del imperio de la telefonía móvil, parece ya cosa de la prehistoria aunque hayan pasado poco más de 20 años. Después, encarrilado ya ese asunto, se centró en la citada expansión internacional.

El salto a Telefónica, de la que, fuera de toda lógica empresarial, fue destituido por José María Aznar tras el cambio de Gobierno en 1996, se había producido desde Tabacalera, avalado por la también buena gestión al frente de la tricentenaria entidad, a la que se había incorporado en 1973. Militante del PSOE y de UGT desde principios de los setenta, en Tabacalera fue nombrado por el Gobierno de Felipe González tras ganar este las elecciones de 1982. Era un hombre en el que se podía confiar y que ya, como director comercial, había demostrado capacidad suficiente para dirigir equipos. En los siete años que presidió Tabacalera impulsó una modernización constante y una diversificación necesaria, mientras se adaptaba al creciente proceso de restricciones al consumo del tabaco que imponía la UE. Unos años después y tras cerrar la privatización, Alierta culminó el proceso al aliarse con la francesa Seita y la creación de Altadis (hoy integrada en Imperial Tobacco).

Antes de incorporarse a Tabacalera, trabajó en Coca-Cola, donde llegó a ser responsable comercial en Andalucía, su tierra de nacimiento. En Coca-Cola aprendió a desenvolverse en el mundo de los negocios y se impregnó en la cultura comercial que luego le permitiría hacer una labor presidencial cum laude en Tabacalera y Telefónica. Aunque fueran sectores distintos, las tres empresas se caracterizan por estar muy cerca del cliente, y eso a Cándido siempre le preocupó mucho. En la firma de bebidas y en las dos empresas entonces públicas dejó un poso característico de hacedor de equipos. Nunca miró, además, el color ideológico de sus ejecutivos y colaboradores, que se reparten de todas las tendencias políticas y religiosas. Y eso pese a que tenía muy marcada su ideología socialista y anticlerical. Gracias a ello, pudo mantener muy buenas y largas amistades. También la tuvo con sus antecesores y sucesores, incluso con Villalonga, cuyo librillo de actuación tuvo muy poco que ver con el suyo.

Ejercía de andaluz. Nunca perdió el acento, que remarcaba si era preciso. Como buen jerezano, era experto en flamenco. Además le apasionaba leer y trabajar. Amó Andalucía, Jerez y Granada, las ciudades en las que vivió. En Granada acabarán sus cenizas, para la memoria de este hombre que era, en el buen sentido de la palabra, bueno.

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