Reportaje:LECTURAS COMPARTIDAS

La tristeza de los vampiros de clase media

Los vampiros, ya se sabe, están de moda. Arrasan entre el público adolescente. No he leído los crepúsculos y demás sagas protagonizadas por individuos sedientos de sangre, pero, por lo que me cuentan los que sí las conocen, su atractivo se basa sobre todo en cultivar el calentón: mucha tensión sexual y poca culminación carnal. Un erotismo muy apropiado para la pubertad y que puede provocar en el lector una borrachera de feromonas.

Este uso del ingrediente sexual no es ajeno al mito, por supuesto. Drácula siempre fue un emblema de la entrega total amorosa, de la comunión pasional. De un ...

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Los vampiros, ya se sabe, están de moda. Arrasan entre el público adolescente. No he leído los crepúsculos y demás sagas protagonizadas por individuos sedientos de sangre, pero, por lo que me cuentan los que sí las conocen, su atractivo se basa sobre todo en cultivar el calentón: mucha tensión sexual y poca culminación carnal. Un erotismo muy apropiado para la pubertad y que puede provocar en el lector una borrachera de feromonas.

Este uso del ingrediente sexual no es ajeno al mito, por supuesto. Drácula siempre fue un emblema de la entrega total amorosa, de la comunión pasional. De un deseo de fundirte con el otro tan turbulento y oscuro que llegas hasta beber su sangre o hasta darle tu vida. Todo lo cual es un símbolo perfecto de la enajenación sentimental y del amor caníbal. Las novelas de vampiros que me interesan son las que exploran esa estremecedora pulsión de absoluta sumisión ante el amado. La mezcla morbosa del daño y el cariño. Como todo monstruo verazmente diseñado, ¡el vampiro es tan humano! Acarrea sobre sus espaldas el peso abrumador de esa antigua tragedia que consiste en herir lo que amas. Claro que hay muchos modelos literarios que cuentan esto sin necesidad de enseñar largos colmillos. Humbert Humbert, el pederasta corruptor de Lolita, también tenía algo de vampiro, en el sentido de que destruía aquello que besaba. De una manera u otra, como mordedor o como mordido, creo que todos podemos reconocernos de algún modo en las historias de Drácula.

De ahí la inquietante autenticidad que exudan las novelas que más me gustan de este género. Como, desde luego, ese clásico que es Entrevista con el vampiro de Anne Rice. Luego Rice explotaría su éxito hasta la saciedad, empobreciéndolo irremisiblemente libro tras libro, pero esa primera novela es un hallazgo deslumbrante, una historia perversa y tenebrosa, desesperada y feroz. ¿Lo más espeluznante? Los juegos pedófilos y macabros con la niña vampira, y la aterradora locura de ese personaje secundario encarnado por una madre que, tras haber visto morir a su hija, está dispuesta a convertirse en un monstruo con tal de poder tener una nueva criatura a la que cuidar. Y cuando sabemos que la propia Anne Rice perdió una hija de cinco años de edad a causa de la leucemia, y que ese drama sucedió poco antes de escribir este texto (la niña murió en 1971 y Rice terminó la novela en 1973, aunque se publicó en 1976), la afilada, demencial tragedia que palpita en las páginas de Entrevista con el vampiro se comprende mucho mejor y resulta aún más desasosegante. Incluso el rasgo más novedoso del libro, su ateísmo, su total ausencia de Dios, el vampiro como muestra no ya de la existencia del Demonio, sino de la ciega ferocidad y del mal sin sentido de la vida humana; este ingrediente deicida, digo, puede ser reconocible como el rabioso alarido de dolor de alguien que ha sufrido la mayor pérdida posible, la más impensable e inasumible: la muerte de un hijo pequeño.

Pero hoy quiero hablar de otra novela maravillosa, de una nueva versión del mito vampírico que se ha publicado hace unos cuantos meses en España: se titula Los Anticuarios y es del argentino Pablo de Santis. Se podría decir que este libro es la antítesis del de Anne Rice: mientras que la norteamericana aúlla con el furioso desconsuelo de un lobo solitario, De Santis susurra, produciendo un sonido semejante al roce del sudario de un fantasma al pasar como una brisa helada junto a nosotros. Los Anticuarios es una obra más bien breve, delicada y de una melancolía lacerante. Tan triste, tan bella, tan conmovedora en su desesperado, imposible anhelo de la felicidad y del amor. Los vampiros de De Santis, anticuarios de profesión, son los monstruos más sensatos, menos monstruosos y más modestamente desgraciados que conozco. Si Anne Rice creaba un mundo de encajes, refinamiento barroco y grandes salones aristocráticos, De Santis convierte todo ese esplendor neogótico en el claroscuro de la vida cotidiana, en la menudencia menestral y en la vulgaridad que todos vivimos. Los vampiros de Pablo de Santis son monstruos de clase media, amables y tímidos, seres asustados y desamparados. Y esa menudencia es lo que les confiere su grandeza, porque representan a la perfección la tragedia de la condición humana. La vida es así, polvo y pérdida, deseo y permanente frustración. Y una soledad pequeña e inacabable.

Es imposible no identificarse inmediatamente con esos vampiros desdichados y comunes. Imposible no amarlos. Rodeados de objetos antiguos y polvorientos, más vetustos que valiosos, los vampiros de esta novela están fuera de su tiempo, de su sociedad, de su entorno, de su familia. Son seres marginales que darían cualquier cosa por ser normales. Por llevar una vida modosa y aburrida. Por eso toman un bebedizo que les salva de su sed de sangre; y por eso se encargan ellos mismos de castigar a quienes se exceden. No son en absoluto transgresores: sólo son individuos enfermos y condenados a no conocer el amor, ya que su cariño resulta letal. Y son una pequeña y prudente comunidad escondida y perseguida por la intolerancia y la saña de los normales. Parecen tan reales, en fin, que al acabar el libro casi te descubres sospechando de tus vecinos. Porque esos pobres vampiros deben de existir en alguna parte.

Creo que he leído toda la obra de Pablo de Santis, que siempre ha sido un autor original, notable y ameno. Pero quizá un poco demasiado cerebral, demasiado frío. Sus novelas son estructuras cuidadosamente hilvanadas, cuentos babélicos, cajas de sorpresas, pero en alguna ocasión me ha parecido que el artificio pesaba más que el contenido, que le faltaba calor y corazón. En Los Anticuarios, en cambio, la emoción se remansa como en un pequeño lago de aguas quietas que desde la orilla parecen tranquilas, pero que luego son hondas y procelosas y están habitadas por extraños peces abisales. Y esa falta de melodramatismo, unida a la profundidad del sentimiento, producen un resultado formidable. Es un texto terso y limpio, maravillosamente escrito, que apuesta por la contención. Para mí, sin duda, la mejor novela de Pablo de Santis. Un grito sofocado e inolvidable.

Los Anticuarios, Pablo de Santis. Destino. Barcelona, 2011. 272 páginas. 17,50 euros. Entrevista con el vampiro, Anne Rice. Traducción de Marcelo Covián. Ediciones B. Barcelona, 2009. 384 páginas. 19 euros.

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