Columna

Gloria vana

Siente verdadera alegría de poder el PP, en éxtasis después de su mayoría masiva de hace una semana, casi en vísperas de elecciones autonómicas, en campaña ya, dos veces eufórico: en Andalucía, en las municipales del pasado mayo el PP batió insólitamente al PSOE, y, en las generales de hace una semana, los populares, con el 45,57% de los votos, les sacaron a los socialistas casi diez pasos de ventaja. ¿Alcanzará el PP el 51% de los votos en las elecciones autonómicas de marzo? Quedarse a un solo paso de la mayoría absoluta significa, en principio, estar infinitamente lejos del Gobierno de la J...

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Siente verdadera alegría de poder el PP, en éxtasis después de su mayoría masiva de hace una semana, casi en vísperas de elecciones autonómicas, en campaña ya, dos veces eufórico: en Andalucía, en las municipales del pasado mayo el PP batió insólitamente al PSOE, y, en las generales de hace una semana, los populares, con el 45,57% de los votos, les sacaron a los socialistas casi diez pasos de ventaja. ¿Alcanzará el PP el 51% de los votos en las elecciones autonómicas de marzo? Quedarse a un solo paso de la mayoría absoluta significa, en principio, estar infinitamente lejos del Gobierno de la Junta. Cuando llegue marzo, el Gobierno Rajoy habrá cumplido sesenta días y quién sabe si aún durará el ímpetu o los votantes volantes del PP padecerán la crisis depresiva que suele presentarse después de los éxitos demoledores.

Ahora mismo el PP, al alcance de casi todo el poder en casi toda España, quiere más poder: se consume si no lo tiene todo. Porque el poder es como un gas: sigue el impulso de expandirse y ocupar totalmente el espacio que se le ofrece. El último topetazo andaluz entre el PP y el PSOE debería haber sido una disputa de guante blanco: la pugna por la presidencia de un organismo que fundamentalmente obedece a fines publicitarios, reivindicativos y filantrópicos, y del que se es miembro voluntario. Se trata de una asociación que, según sus estatutos, tiene como primer objetivo "el fomento y defensa de la autonomía local" y aspira a logros espirituales, entre lo particular y lo universal, como "el desarrollo y consolidación del espíritu europeo" y "el desarrollo y consolidación del espíritu comarcal". Hablo de la Federación Andaluza de Municipios y Provincias.

El PSOE y el PP la dominan triunfalmente, y los dos han querido presidirla: el PP con sus 300.000 votos más que el PSOE; el PSOE, con sus 792 concejales más que el PP. El PP presentaba sus 1.603.746 votantes, y sus ocho alcaldes de capital y sus cinco diputaciones; el PSOE respondió sumando a sus votos los de IU y PA, más de dos millones de votantes en total, y ha llamado la atención tanta generosidad hacia izquierdistas y andalucistas: es digno de reconocimiento que un partido tan exclusivo, tan egocéntrico, tan condescendiente o puramente despreciativo con los partidos parias, se anexione misericordiosamente los votos supuestamente inútiles cuando lo considera oportuno. El caso es que el PP y el PSOE, teniendo en cuenta su hegemonía aplastante en la Federación municipal, quizá hubieran ganado más cediendo la presidencia a algún alcalde venerable de alguno de los partidos pobres.

Pero está en liza la conquista de la Junta en marzo. El asalto a la Federación es una maniobra de ataque del PP y una reacción defensiva socialista. A los populares no les sobra en esa guerra ningún bastión. El PSOE, menos para combatir al enemigo que para subsistir, se empeña en conservar cualquier armadura que realce su menguada jerarquía. Los ciudadanos que se paran a mirar estas cosas, si es que todavía se para alguno, se quedan turulatos, mientras populares y socialistas, pareja perfecta, se tiran a la cabeza votos, alcaldes, pleitos, censos, líos, cuotas impagadas, cuentas pendientes. Su sed de gloria y mando contrasta en este momento con la impotencia real de la política, cuando los votantes parecen atribuir todo el poder al imperio financiero y el euro tiembla. A la hora de las pesadillas imposibles, en plena trifulca de la FAMP, la situación me recuerda esa historia del jugador que, en la Alemania posbélica de los años veinte del siglo pasado, pasó la noche en una partida de póquer, ganó tres millones de marcos, salió por la mañana a la calle rico y con los ojos lagrimosos, entró a comprarse un bollo en una panadería y le pidieron por un mendrugo de tres días antes cuatro millones de marcos.

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