Cartas al director

La religión de Miguel Ángel

Al extremo del brazo derecho levantado la mano abierta en forma de un espejo cóncavo de este nuevo Cristo afeitado como un romano, proyecta su haz hacia el oscurecido rincón inferior izquierdo donde están los réprobos. La mano del Salvador no está salvando, está condenando. El objeto de la creencia no es ni una verdad ni una opinión: es un hecho; ni la indiferencia ni la negación pueden bastar, por tanto, contra la religión sixtina. Como un creyente en la inexistencia, siempre me ha parecido algo ridículo el ateo, que es, como los que en cualquier revista del corazón dicen "yo no creo en el am...

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Al extremo del brazo derecho levantado la mano abierta en forma de un espejo cóncavo de este nuevo Cristo afeitado como un romano, proyecta su haz hacia el oscurecido rincón inferior izquierdo donde están los réprobos. La mano del Salvador no está salvando, está condenando. El objeto de la creencia no es ni una verdad ni una opinión: es un hecho; ni la indiferencia ni la negación pueden bastar, por tanto, contra la religión sixtina. Como un creyente en la inexistencia, siempre me ha parecido algo ridículo el ateo, que es, como los que en cualquier revista del corazón dicen "yo no creo en el amor". La indiferencia del agnóstico es tan incongruente contra la religión sixtina como el nominalismo cuando dice "la palabra perro no ladra"; no ha de faltar en este mundo algún perro que no ladre, pero si hay uno que no puede absolutamente dejar de ladrar es el de la palabra.

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