Editorial:

Amantes del abismo

El extremismo del Tea Party ataca a la economía mundial tras contaminar la política democrática

El presidente Obama ha reconocido que Estados Unidos se asomó al abismo durante la negociación del nuevo techo de endeudamiento y, en su estela, el resto del mundo. Aunque la clase política norteamericana lograra finalmente impedir la suspensión de pagos, las jornadas vividas en la Cámara de Representantes pusieron en evidencia la vulnerabilidad del sistema económico mundial, que, como se ha visto en el caso de la deuda española e italiana, sigue resintiéndose de las turbulencias políticas procedentes de Washington.

A diferencia de la amenaza que encarnan los movimientos especulativos c...

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El presidente Obama ha reconocido que Estados Unidos se asomó al abismo durante la negociación del nuevo techo de endeudamiento y, en su estela, el resto del mundo. Aunque la clase política norteamericana lograra finalmente impedir la suspensión de pagos, las jornadas vividas en la Cámara de Representantes pusieron en evidencia la vulnerabilidad del sistema económico mundial, que, como se ha visto en el caso de la deuda española e italiana, sigue resintiéndose de las turbulencias políticas procedentes de Washington.

A diferencia de la amenaza que encarnan los movimientos especulativos contra la deuda soberana de algunas economías, el reciente desafío lanzado por el Tea Party solo obedece a un fanatismo que no duda en preferir la catástrofe colectiva, de la que nadie obtendrá beneficios, a la reconsideración de unas burdas consignas ideológicas. El movimiento no solo ha conseguido convertir en rehén al Partido Republicano, sino también del Demócrata, erigiéndose en extravagante árbitro de una situación que exige pragmatismo y responsabilidad.

Obama tuvo que renunciar en un primer momento al componente más social de su programa, enajenándose el apoyo del ala progresista de su partido y sumando nuevas dificultades a su reelección. Pero los republicanos no han conseguido transformar este giro, pronto corregido por Obama, en una victoria: su manifiesta dependencia del Tea Party les ha hecho aparecer como una fuerza incapaz de poner orden en sus propias filas. El republicanismo tendrá que optar entre sus credenciales tradicionales y el aventurerismo de los amantes del abismo con los que pactó para arrebatar a Obama el control del Congreso.

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De esa opción depende la próxima campaña presidencial en Estados Unidos, aunque es la recuperación de la economía mundial lo que está en juego. Hasta el momento, las principales potencias se han inclinado por reducir el déficit a expensas de la reactivación de la actividad, pero no han podido perder de vista los elevados costes de esta estrategia. El Tea Party, en cambio, cree estar defendiendo un remedio milagroso cuando, en realidad, no ha hecho otra cosa que poner en marcha el mecanismo que puede hacer saltar por los aires la economía mundial.

El extremismo del Tea Party tiene características propias que hacen difícil establecer un paralelismo exacto con el que está proliferando en Europa, en forma de populismo xenófobo. Pero ambas corrientes participan de un mismo origen: parten de la fe ciega en unas supuestas esencias que, una vez recuperadas, resolverán como por ensalmo los graves problemas a los que se enfrenta la comunidad internacional. El fanatismo que anima esta creencia, más cercana de la superstición que del buen gobierno, está contaminando a las fuerzas democráticas en ambos lados del Atlántico. Cada concesión que hacen por motivos electorales al Tea Party o al populismo se transforma en una nueva debilidad del sistema. Del democrático pero también del económico, según ha quedado patente estos días.

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