Columna

El capricho

En estos tiempos de crisis hay una tendencia discursiva demasiado abstracta que puede hacernos perder, una vez más, el tren de lo concreto, ese tren que perdimos en los años de bonanza en los que a casi todos nos parecía legítimo que cada alcalde o presidente de comunidad autónoma exigiera una universidad, un museo de arte contemporáneo o un AVE. La cosa va de trenes. Mientras hablamos de mercados, capitalismo o se nos llena la boca con la palabra revolución (unos sin saber lo que significa y otros sabiéndolo demasiado) resulta que en la prensa, y no exactamente en su primera plana, aparece un...

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En estos tiempos de crisis hay una tendencia discursiva demasiado abstracta que puede hacernos perder, una vez más, el tren de lo concreto, ese tren que perdimos en los años de bonanza en los que a casi todos nos parecía legítimo que cada alcalde o presidente de comunidad autónoma exigiera una universidad, un museo de arte contemporáneo o un AVE. La cosa va de trenes. Mientras hablamos de mercados, capitalismo o se nos llena la boca con la palabra revolución (unos sin saber lo que significa y otros sabiéndolo demasiado) resulta que en la prensa, y no exactamente en su primera plana, aparece una noticia que debería hacernos reflexionar, o mejor aún, patalear: se cierra el servicio del AVE entre Albacete, Cuenca y Toledo. Se cierra porque no hay pasajeros, porque su servicio le cuesta a la compañía 18.000 euros diarios. Se cierra por su inviabilidad. Fantástico. Lees la noticia, que puede insólitamente pasar desapercibida en estos momentos en que más necesitamos saber en qué ha fallado nuestro sistema y la cabeza arde en preguntas.

¿Por qué se aprobó esta inversión? ¿No hubo un estudio que alertara sobre su inutilidad? ¿Por qué se han dejado morir las vías interprovinciales potenciando un medio como el AVE, caro, agresivo medioambientalmente y en algunos casos antieconómico? ¿Por qué hemos sido tan idiotas como para permitir que nuestros representantes locales hicieran su campaña política con el AVE? ¿Es que lo único que nos tienta son las golosinas o las golosinas que tienen otros? ¿Por qué el Estado es tan débil como para ofrecer el AVE como prebenda a cambio de un apoyo en el Parlamento? ¿Por qué los presidentes de comunidades autónomas o alcaldes tienen tan poco sentido de Estado y anteponen su popularidad local a un sentido solidario y responsable de la inversión? ¿Cuánto nos ha costado este estúpido capricho?

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