Editorial:

Los ricos y la revuelta

El G-8 da un fuerte espaldarazo a la 'primavera' árabe, pero no genera alternativas económicas

El Grupo de los ocho países más ricos del mundo cerró ayer su cumbre en Deauville con un espaldarazo a la revuelta democrática de los países árabes. La solemnidad, la concreción y el apoyo institucional otorgado a esa primavera era algo que correspondía a una deuda del mundo globalizado respecto a unos procesos de transformación social y política que, como dicen las conclusiones, no deben ser asfixiados por la difícil coyuntura económica de la región.

La constitución, a estos efectos, de un fondo (por tres años) de unos 14.000 millones de euros, el apoyo político a las transicion...

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El Grupo de los ocho países más ricos del mundo cerró ayer su cumbre en Deauville con un espaldarazo a la revuelta democrática de los países árabes. La solemnidad, la concreción y el apoyo institucional otorgado a esa primavera era algo que correspondía a una deuda del mundo globalizado respecto a unos procesos de transformación social y política que, como dicen las conclusiones, no deben ser asfixiados por la difícil coyuntura económica de la región.

La constitución, a estos efectos, de un fondo (por tres años) de unos 14.000 millones de euros, el apoyo político a las transiciones, las severas advertencias a Siria o Libia y la adecuación de instrumentos como el Banco Europeo de Desarrollo constituyen un programa a la altura del envite. Solo cabe esperar que no quede en meros enunciados, como ha pasado con iniciativas anteriores, por ejemplo, sobre África y sobre la pobreza.

La resurrección, con Barack Obama, del multilateralismo norteamericano y la irrupción del G-20 han dejado al G-8 en un cierto vacío, como si fuera un ovni desinstitucionalizado y descolgado de responsabilidades, capacidad de seguimiento e impacto real. La función que algunos le atribuyen, como órgano preparatorio del G-20, es dificultosa, por no ser lo suficientemente representativo. De modo que le queda la salida de legitimarse por la acción: es lo que intenta, con cierta habilidad, mediante la iniciativa árabe. Claro que para lograrlo necesitará acopiar resultados tangibles.

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Significativamente, esta cumbre no ha producido ni una sola idea nueva para afianzar la creciente recuperación económica mundial, más allá de la insistencia ritual sobre el control del déficit. No solo eso: no ha ofrecido ni siquiera un balance detallado de lo acontecido en los tres últimos años, como base para relanzar el programa del propio G-8 y del G-20. ¿Acaso no es un reconocimiento implícito de que el espontaneísmo de los mercados le está ganando la partida al imperio de los Gobiernos democráticos?

Todas las nuevas ideas básicas de Deauville las ha formulado Obama: notoriamente su plan Marshall para el norte de África y Oriente Próximo. Algo por lo que se le debe reconocimiento. Tanto como merecen desaprobación los políticos europeos, incapaces de movilizarse rápidamente y generar iniciativas a largo plazo para una región tan próxima.

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