Crítica:ROCK-FOLK | M. Ward

El polvo del camino

Andan los tiempos tan chuchurridos que a menudo los autores foráneos nos llegan con la sola compañía de su guitarra, canciones y circunstancias. A M. Ward le habíamos visto el año pasado escoltando a la guapísima Zooey Deschanel en She & Him, pero las canciones de su adorado Hold time (2009) tuvimos que paladearlas anoche en el teatro Lara a palo seco. Todo son incomodidades y penurias en estos conciertos, incluso a nivel técnico: a Ward se le sublevó hasta el hartazgo la línea de la guitarra ("¿cómo se dice en español 'hay un fantasma en la máquina'?") y se vio obligado a tocar como un...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Andan los tiempos tan chuchurridos que a menudo los autores foráneos nos llegan con la sola compañía de su guitarra, canciones y circunstancias. A M. Ward le habíamos visto el año pasado escoltando a la guapísima Zooey Deschanel en She & Him, pero las canciones de su adorado Hold time (2009) tuvimos que paladearlas anoche en el teatro Lara a palo seco. Todo son incomodidades y penurias en estos conciertos, incluso a nivel técnico: a Ward se le sublevó hasta el hartazgo la línea de la guitarra ("¿cómo se dice en español 'hay un fantasma en la máquina'?") y se vio obligado a tocar como un jorobado, acercando el instrumento al micrófono. Un incordio.

Matthew Stephen Ward practica un country-folk atemporal, con influencias del blues y hechuras que podrían corresponder a cualquier momento del último medio siglo. Quizás demasiadas canciones recurren a las estrofas largas sin estribillo, pero Dylan o Hank Williams estarían orgullosos de Chinese translation, la extraordinaria pieza del disco Post-war ("qué haces con los pedazos de un corazón roto / por qué la noche es tan larga") con la que abrió la velada. El bardo de Portland saca mucho partido a una voz dulce pero arenosa, como si el polvo del camino le raspase un poco en la garganta.

Antes hubo oportunidad de escuchar (que no disfrutar) a su primer mentor, Howe Gelb (Giant Sand), que ayer tenía el día displaciente: no es que anduviese peleado con los pedales de su guitarra, sino que a ratos no afinaba ni por aproximación. Y a los diez minutos miró el reloj para suspirar: "No tengo ni idea". Menos mal que su amigo Matthew nos quitó el mal sabor de boca, sobre todo cuando se sentó al piano y cantó Vincent O'Brien, a la manera de Randy Newman, o un clásico burlón de Daniel Johnston, Story of an artist.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En