Crítica:TEATRO

Juego truculento

Los procesos judiciales siempre han interesado. La industria cinematográfica de Hollywood lo sabe muy bien. La avería, el cuento de Dürrenmatt que Blanca Portillo ha llevado a escena, tiene ese elemento de enganche a su favor: un juez (Daniel Grao), un fiscal (Asier Etxeandia), un defensor (José Luis Torrijo) y un verdugo (Fernando Soto), todos jubilados, se reúnen cada tanto para, a falta de acusados reales, recrear los grandes juicios de la historia. El juez pone la mansión y la comilona, de la que se encarga su enigmática sirvienta Mademoiselle Simone (Emma Suárez). Justo antes de un...

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Los procesos judiciales siempre han interesado. La industria cinematográfica de Hollywood lo sabe muy bien. La avería, el cuento de Dürrenmatt que Blanca Portillo ha llevado a escena, tiene ese elemento de enganche a su favor: un juez (Daniel Grao), un fiscal (Asier Etxeandia), un defensor (José Luis Torrijo) y un verdugo (Fernando Soto), todos jubilados, se reúnen cada tanto para, a falta de acusados reales, recrear los grandes juicios de la historia. El juez pone la mansión y la comilona, de la que se encarga su enigmática sirvienta Mademoiselle Simone (Emma Suárez). Justo antes de uno de esos encuentros aparece un comercial del textil pidiendo hospitalidad después de sufrir una avería con el coche: ya tenemos acusado. El juicio se convierte en un juego truculento y la historia, en una de miedo, otro género que también tira.

LA AVERÍA

De Friedrich Dürrenmatt. Dirección: Blanca Portillo. Intérpretes: Daniel Grao, Emma Suárez, Fernando Soto.

Teatro Romea. Barcelona,

hasta el 15 de mayo.

A la trama judicial y al tono de misterio, Blanca Portillo añade, por un lado, máscaras: excepto el comercial acusado (José Luis García-Pérez), el resto de los intérpretes lucen unas caretas de silicona para parecer viejos, aspecto que acompañan con gestos, voces impostadas y maneras de viejo de manual, un modo de incidir en la artificiosidad del cuento, imagino, y en la idea de pesadilla. Por otro lado, añade también unos preámbulos musicales, que los intérpretes cantan a capella. Dilata, por tanto, la acción con lo que el conjunto rebasa las dos horas. Un montaje más austero, que hubiera servido el texto a partir del estupendo trabajo de los intérpretes pero sin tanto accesorio ni impostura, conseguiría un resultado más efectivo.

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