Reportaje:

La transición albanesa descarrila

Las elecciones locales ponen a prueba al país balcánico tras un periodo marcado por la violencia política y el rechazo de la candidatura a la UE

Como si quisiesen apropiarse definitiva y físicamente de su destino, los albaneses han acometido una gran obra de remodelación a la plaza Skanderbeg, el corazón de Tirana, en la que abundan los vestigios de todas las viejas potencias dominantes -mezquita otomana, palacio de la ópera soviético, inmuebles fascistas- pero escasea la propia identidad de la cultural local.

La obra es el epicentro de la gran metamorfosis urbanística y social que está viviendo la capital desde hace años. El polvo de la construcción abunda en las calles. En la antigua residencia del dictador Enver Hoxha hay un ...

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Como si quisiesen apropiarse definitiva y físicamente de su destino, los albaneses han acometido una gran obra de remodelación a la plaza Skanderbeg, el corazón de Tirana, en la que abundan los vestigios de todas las viejas potencias dominantes -mezquita otomana, palacio de la ópera soviético, inmuebles fascistas- pero escasea la propia identidad de la cultural local.

La obra es el epicentro de la gran metamorfosis urbanística y social que está viviendo la capital desde hace años. El polvo de la construcción abunda en las calles. En la antigua residencia del dictador Enver Hoxha hay un popular bar de copas. Pese a ello, pese a una década larga de avances económicos, a unos 200 metros de la plaza Skanderbeg todavía se pueden ver algunas casuchas con techo de chapa, esqueletos de inmuebles empezados y abandonados y, ocasionalmente, triciclos motorizados que transportan fardos de heno. Veinte años justos después de iniciar la transición democrática y capitalista, Albania todavía no ha llegado a ningún puerto.

"Hay menos libertad y más corrupción", dice el escritor Besnik Mustafaj

No es simplemente un asunto inmobiliario o de bienestar. La legislatura que empezó en junio de 2009 ha marcado un grave punto de inflexión política, que los diplomáticos definen como un "decepcionante estancamiento" mientras que la gente de la calle lo llama "crisis".

Los comicios arrojaron una ajustadísima nueva victoria para los conservadores y la oposición socialista denunció el fraude, boicoteó el Parlamento durante seis meses y organizó grandes movilizaciones. Hubo hasta huelgas de hambre. Una manifestación del pasado mes de enero ante la sede de la presidencia del Gobierno degeneró en una batalla campal y las fuerzas de seguridad no dudaron en abrir fuego a diestro y siniestro, causando cuatro muertos y una veintena de heridos de bala en pleno centro de la capital. En noviembre pasado, la Comisión Europea puso la guinda rechazando promover Albania a país candidato a la Unión (mientras Montenegro recibió luz verde).

En medio de este tempestuoso clima, todo el país volvió ayer a las urnas para unas elecciones municipales que son vistas como un plebiscito sobre el pulso que mantienen el Gobierno y oposición y que paraliza el país. Es una prueba de fuego para la frágil democracia albanesa. El think tank Centre for Liberal Strategies invitó a EL PAÍS y otros diarios a asistir a los comicios para que la presencia de periodistas internacionales contribuyera al desarrollo pacífico y transparente.

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Sentado en su despacho en el cuartel general socialista, Edi Rama, líder del partido y alcalde de Tirana, no se anda con rodeos. "Tenemos un Gobierno que actúa como un régimen, que sofoca prácticamente todos los espacios de vida democrática, presiona a las instituciones, acosa a los medios de comunicación. En este país vivimos en un estado de miedo", dice. El Gobierno, por su parte, acusa a la oposición de haber lanzado una suerte de intentona golpista con la manifestación de enero.

En medio de semejante fuego cruzado, los albaneses resisten con un sentimiento de resignado y escepticismo. Camino a un colegio electoral del centro, Valbona Aristidhi, empleada de una empresa de telecomunicaciones de 55 años, resume bien lo que parece ser el sentir común: "Ninguno merece dirigirnos. Ambos bandos están manchados de corrupción y las cosas me parece que van a peor", comenta con tono amargo.

A pocas manzanas de ahí, en uno de los muchos cafés que alegran la ciudad, el escritor Besnik Mustafaj considera que en los últimos años el país ha "resistido bien a la crisis económica global", pero ha dado "pasos atrás en el camino democrático". "Hay más corrupción, más populismo y menos libertad de prensa. Ambas partes tienen su cuota de culpa", dice.

En ese clima de choque frontal, el abrazo a Occidente es la religión sagrada y compartida por todos. En los mítines ondean banderas de la OTAN, de la que Albania es ya miembro. Los dirigentes hacen todo lo que les pide Bruselas -sin ninguna reflexión crítica, comenta un diplomático europeo-. Pero ciertos valores democráticos no parecen haber sido interiorizados por la clase dirigente, que actúa a menudo con lógicas de clan. El ganador tiende a colocar a los suyos desde los puestos directivos hasta los ujieres.

Existen instituciones democráticas, pero su funcionamiento es insatisfactorio; el marco regulatorio progresa, pero su aplicación no. Esto es así en las altas esferas como en los bares, donde el turbofolk sigue triunfando como siempre, y donde se sigue fumando a lo grande como siempre, digan lo que digan las leyes.

Una albanesa deposita su voto en un centro electoral en Paskuqan, cerca de Tirana, ayer.ARMANDO BABANI (EFE)

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