Columna

Simetrías

El clima político de nuestro país cada vez resulta más desagradable. Nuestros problemas colectivos resultan abrumadores, con cinco millones de parados sin esperanza de hallar a medio plazo ninguna salida viable al estancamiento económico. Y mientras tanto quienes deberían estar trabajando para sacarnos del marasmo, por ser nuestros representantes electos, se entregan como de costumbre a su entretenido juego de rol, consistente en escandalizarse con farisaico victimismo culpando de todos nuestros males a sus rivales electorales. Por eso no resulta extraño que en el último barómetro del CIS, el ...

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El clima político de nuestro país cada vez resulta más desagradable. Nuestros problemas colectivos resultan abrumadores, con cinco millones de parados sin esperanza de hallar a medio plazo ninguna salida viable al estancamiento económico. Y mientras tanto quienes deberían estar trabajando para sacarnos del marasmo, por ser nuestros representantes electos, se entregan como de costumbre a su entretenido juego de rol, consistente en escandalizarse con farisaico victimismo culpando de todos nuestros males a sus rivales electorales. Por eso no resulta extraño que en el último barómetro del CIS, el tercer y el quinto problema que más preocupan a los españoles se refieran al peligro que representa nuestra clase política: esa casta sospechosa de cleptocracia que defiende con descaro los privilegios de que disfruta (véase la simbólica anécdota de sus pasajes aéreos en primera clase).

Ambos partidos recurren a la crispación bipolar como principal estrategia política

Ahora que estamos en vísperas electorales arrecia el griterío con que ambos bandos iracundos se imputan los peores desafueros. Pero es tan manifiesto el hipócrita cinismo con que acusan al rival del mismo pecado que disculpan en los suyos (como sucede con la paralela corrupción que se atribuye a las tramas clientelares de Sevilla o Valencia) que el 22 de mayo solo cabe esperar un desesperanzador incremento de la abstención electoral. Pues cuanto más se desgañitan cruzando improperios y ajustes de cuentas, más se irrita el ciudadano medio hasta hartarse asqueado de esta indigna clase política, que cada vez encarna mejor la veracidad del viejo refrán incivil: son los mismos perros con distintos collares. Pero ¿de verdad es así?

La simetría especular entre el PSOE y el PP empieza a ser espectacular. Ambos partidos recurren a la crispación bipolar como principal estrategia política, ambos protagonizan simétricos escándalos de corrupción, ambos presentan en sus listas una parecida proporción de imputados en procesos judiciales, ambos se acusan de haber negociado con los terroristas y ambos porfían en instrumentalizar políticamente a las víctimas. Pero la simetría más significativa de todas es que la anterior frontera ideológica que los distinguía, que era su opuesta actitud ante la protección pública de los derechos sociales, ha pasado a la historia desde que el último 12 de mayo (pronto hará un año) el presidente Zapatero le robó su programa a la derecha, pasando a defender a ultranza una política de ajuste fiscal que desborda el reformismo alegado para caer en el revisionismo puro y duro.

La causa de tanta simetría es que para enfrentarse con éxito a un rival equiparable conviene esgrimir sus mismas armas (lo que no ocurre con las llamadas guerras asimétricas). Y de entre todas las múltiples simetrías que se están estableciendo entre las dos mitades de nuestro sistema bipartidista destaca quizá la simetría en la forma de ejercer el liderazgo que demuestran Zapatero y Rajoy. Es verdad que su estilo retórico (su talante estético) resulta diametralmente opuesto, pues aquel alardea de buenismo optimista mientras que este presume de sensatez previsible. Pero por lo que se refiere a la forma de ejercer su autoridad, sí que surgen dos claros paralelos convergentes.

El primero es su común equilibrismo, que navega entre dos aguas conciliando principios opuestos con ambivalente duplicidad. En el caso de Zapatero fue proverbial su continuo paseo por la cuerda floja tratando de mediar entre los federales del café para todos y los confederados soberanistas, entre los proclives a la negociación con ETA y los partidarios de la mano dura, o entre la protección a los sindicatos y las directrices del Banco de España. Pero es que Rajoy también hace igual, al estar dividido por un trastorno bipolar (antigua psicosis maniaco depresiva) entre las dos almas del PP: la moderada y consensual defendida por Arriola o Lasalle, que pretende atraer el voto volátil del centro indeciso, o la populista y radical encarnada por Aguirre y Mayor Oreja, que busca enardecer las pasiones políticas de la derecha extrema a fin de reforzar la fidelidad de sus votantes.

Y además del funambulismo, el otro reflejo simétrico que les iguala es la común debilidad de su liderazgo. Recurriendo a la conocida distinción de Joseph Nye entre hard power y soft power, hay que reconocer que ambos resultan incapaces de ejercer poder duro presionando a los demás para imponerles su voluntad, pues prefieren dejar hacer a los otros buscando su complicidad o su aquiescencia. Así es como Rajoy se deja intimidar tanto por Camps como por Trillo, Aguirre o Mayor Oreja. Y esta semana pudimos verlo en la foto que mandó hacerse Aznar con sus ministros del Interior, entre los que tuvo que figurar Rajoy. ¿Un anuncio de la próxima legislatura que nos espera?

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